SALVADO EN EL ÚLTIMO MOMENTO.

Vida en el último momento

La historia del malhechor crucificado junto a Jesús

(Lucas 23:32,33; 39-43)

No hace mucho recordamos la escena de la muerte de Jesús, y el valor que tuvo ante los ojos de Dios. Más allá de un ejemplo de amor, de una entrega por amor, su muerte fue un sacrificio por el pecado, como escribiría Pedro “el justo por los injusto para llevarnos a Dios” (1ª Pedro 3:18).

Pero ahora, el detalle en el que nos vamos a fijar, es que Jesús no fue el único crucificado aquel día. Como hemos leído otras dos personas, posiblemente asesinos confesos, fueron ajusticiados, uno a cada lado de Él. Con esto se cumple la antigua profecía que decía que el Mesías sería contado entre los malhechores (Is 53:12).

En un primer momento, los dos ladrones se unen a las burlas de la multitud contra Jesús (Mt 27:42-44) (Mr 15:32). “Si de verdad eres ese que dices ser, el Hijo de Dios, desciende de la cruz” “Deja que Dios te rescate, Sálvate tú y a nosotros”.

Pero luego, algo pasó que uno de ellos experimentó un cambio radical en su corazón y se arrepintió de sus pecados. Sin duda fue una Obra de Dios, y muy posiblemente aquello que le quebró fue escuchar a Jesús decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (23:34). En vez de pedir juicio sobre ellos, aquel moribundo le pedía a Dios, le llama Padre, que les diese una nueva oportunidad.

Quebrantado, aquel delincuente reprende a su compañero, que todavía se burla de Jesús, y vuelto al Señor le dice: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (23:39-42). Un reconocimiento de que él no merecía nada, y de que en verdad era el Mesías, el Hijo de Dios.

¿Cuál fue la respuesta de Jesús? ¿Tendría tiempo para él? ¿Tendrá que esperar al futuro, cuando el Mesías establezca el Reino para ver si su oración era contestada? No. La respuesta fue inmediata: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lucas 23:43).

Y así tenemos el primer fruto de la Obra de Jesús en la cruz. Un malhechor, un hombre moribundo, cuyos pecados son perdonados y es recibido en la presencia de Dios. ¡Que relato tan precioso!

Ahora, teniendo de fondo esta maravillosa escena, vamos a detenernos en

10 lecciones que aprendemos de este moribundo.

1º. El hombre es pecador por naturaleza. Llama la atención que estas dos personas, que habían sido halladas culpables y sentenciadas a muerte, a pesar de su condición y de estar en los últimos momentos de la vida, el primer pensamiento fue burlarse del Hijo de Dios. Como si eso pudiese acallar la propia conciencia, ocultar la propia realidad.

Alguien me contaba hace tiempo que estando su madre en el lecho de muerte, hasta el último momento, estuvo malmetiendo a los hijos entre sí. “Así murió mi madre” me decía con tristeza. Son casos extremos, pero revelan la condición del ser humano, y la bajeza que podríamos llegar a alcanzar en determinadas circunstancias (Ro 3:9,10, 23).

2º. La necesidad del arrepentimiento. Aquel hombre no solo cambió su mente, en el sentido de que reconoció en Jesús al Salvador, sino que se dio cuenta de su condición, “Sufrimos lo que merecemos” (23:41). Dicho en otras palabras, si alguien quiere ser salvo (ser limpiado por Dios y entrar en Su Vida), necesita cambiar su actitud frente al pecado y frente a Dios. Dejar las excusas, y reconocer que somos pecadores y que sin Dios no tendríamos esperanza (Hechos 17:30,31).

3º. La necesidad de Creer en el Señor Jesús como Único y Suficiente Salvador (Lc 23:42). El arrepentimiento que trae Salvación es aquel nos lleva a Jesús como nuestra única esperanza (Ro 10:9,11).

4º. No somos salvos por buenas obras. Si esto fuese así, aquel hombre jamás hubiera sido salvo. Si algo tenía era una vida de malas obras, hechos terribles y tiempo cero para buenas obras. Sus manos y sus pies estaban clavados en la cruz, su cuerpo agonizaba, y pronto partiría a la eternidad. Tres cosas necesitamos recordar aquí:

– Que el Evangelio enseña que el hombre no es salvo por obras, que la Salvación es un regalo impagable de Dios (Ef 2:8,9)

– Que la única obra que Dios espera de nosotros es creer en Jesús (Jn 6:28,29).

– Que las buenas obras siguen a la Salvación. No las hago para salvarme, sino porque soy salvo y quiero agradar a Dios (Ef 2:10).

5º. La Salvación no es por el bautismo. Este hombre jamás fue bautizado, de hecho era materialmente imposible, y sin embargo Jesús le dijo que estaría con él en el paraíso. ¿Puede haber un testimonio más claro de que el bautismo no salva?

¿Significa esto que el bautismo en agua no importa? No es eso lo que decimos. 1. Es un mandamiento del Señor que queremos obedecer. 2. Es la forma en que el cristiano da testimonio ante el mundo y ante el cielo de su fe en Jesús como su Salvador.

6º. La Salvación no depende de los sentimientos. Este es un punto interesante porque hay creyentes que, al confesar a Jesús como Salvador, esperan que un sentimiento feliz y misterioso invada todo el sistema nervioso. Que algo extraordinario suceda ¡Entonces saben que son salvos!

Pero, qué hubiese respondido el malhechor de la cruz si le preguntamos “¿Qué sientes en este momento?” Quizás te diría: “¿Sentir? unos terribles calambres que recorren mi cuerpo. Un dolor intenso que me produce temblores, convulsiones.” Entonces, ¿Cómo sabe que es salvo? La respuesta es sencilla: Porque Jesús se lo dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Y esto es así hoy también para nosotros. ¿De donde viene nuestra seguridad de la Salvación? ¿De los sentimientos? ¿De lo que otros digan? NO. Viene de la Palabra de Dios: (Jn 5:24) (1ª Jn 5:13).

7º. El creyente va directamente al cielo cuando muere. “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” le dijo Jesús a este hombre.” (23:43). Dicho con otras palabras, el lugar donde está Jesús es el lugar que corresponde a los que hemos creído, y esto para siempre (Jn 17:20,24).

8º. No existe Salvación Universal. ¿Te das cuenta? Al final, no todos se salvan. Jesús, después de hablar al hombre arrepentido y decirle “hoy estarás conmigo en el paraíso”, no se vuelve al otro crucificado y le dice: “no te preocupes, tú también”. Y no es porque no desee la salvación de todos, sino que con nuestra incredulidad sellamos el destino eterno (Jn 3:16-18) (Jn 3:36). ¿No es esta una solemne advertencia para todos aquellos que una y otra vez oyen la Palabra del Evangelio? ¿Dónde estás tú?

Recuerda esto, Dios no va a llenar el cielo de personas que no quieren estar con Él, o que quieren hacer las cosas “a mi manera” sin tener en cuenta a Dios. Entonces el cielo dejaría de ser cielo.

9º. Salvación en el último momento. La misericordia de Dios puede llegar al punto de que una persona tenga oportunidad de salvarse en el último momento de su vida. Este malhechor fue salvo en las mismas puertas de la eternidad.

Pero no es sabio dejar esta decisión para el final de tu vida, ni siquiera para dentro de unos años, o de unas semanas, o quizás mañana. Nadie sabe cuándo será su último momento aquí en la tierra.

“Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” (2ª Co 6:2).

10º. Estar cerca de Jesús NO TE SALVA. Es inquietante como una persona puede estar tan cerca de Jesús, a solo unos metros, y aún así no ser salva. Le sucedió al otro malhechor que estaba en la cruz. Le sucedió a Judas, uno de los doce, que acompañó a Jesús durante tres años, le oyó predicar, vio sus milagros, comió y durmió cerca de Él en muchas ocasiones.

Crecer en una familia cristiana, aunque sea evangélica, no te salva. Reunirte en una congregación donde se predique el Evangelio de Salvación por la Fe en Jesús, puedes participar en actividades, colaborar, incluso llegar a ser bautizada, pero si no has nacido de nuevo aceptando al Señor Jesús como tu Salvador personal, y mueres en tus pecados, pasarás la eternidad lejos de Dios.

Una palabra final.

Es increíble cuanto puede dar de sí una escena como esta, que apenas ocupa unos versículos en los evangelios. Y está bien gozarnos con todo lo que hemos podido aprender. Pero de poco servirá si tu actitud en el día de hoy no es la misma que la de aquel malhechor cuando arrepentido dijo a Jesús “Acuérdate de mí”.

La invitación, reconoce tu necesidad y cree en el Señor Jesucristo como tu Único y Suficiente Salvador. Él murió por tus pecados para llevarte a Dios, Solo Él puede hacerlo. Deja que entre hoy en tú vida (Jn 1:11-13).

 

(Basado en la lección 9 del Curso de Emaús Nacido para triunfar, por W. MacDonald)