La Luz debe alumbrar

La Luz debe alumbrar

Marcos 4:21-25.

¿Fracasó Jesús como maestro? ¿Tuvo problemas para comunicar su mensaje? ¿Qué debemos hacer con la Luz de la Palabra? ¿Qué obstáculos debemos enfrentar? 

El escenario.

Jesús estaba a la orilla del mar de Galilea con sus discípulos cuando, poco a poco, muchas personas se juntaron a su alrededor. Es entonces que sube a la barca y sentado en ella, usando el mar como plataforma, enseña a la multitud (Mr 4:1). Sin duda una escena y un escenario hermoso. Es a partir de ahora que el Señor comienza su ministerio por parábolas. 

Aunque Jesús estaba rodeado de mucha gente, hay una pregunta que surge del contexto inmediato: ¿Fracasó Jesús como maestro? ¿Tenía problemas para comunicar su mensaje? Observemos que las multitudes, aunque le seguían no le entendían, no respondían a la necesidad de arrepentirse y creer el Evangelio (Mr 3:7-10). Los lideres religiosos del pueblo habían decidido destruir el ministerio de Jesús (Mr 3:22). Y su familia, sus mas cercanos, creían que debía alejarse de los focos durante un tiempo y descansar (Mr 3:21,31).

Con la Parábola del Sembrador el Señor comienza a responder esta y otras cuestiones. El problema no está en el comunicador ni en el mensaje, enseñó Jesús, sino en el cómo las personas reciben la Palabra. El tema es interesante, porque Jesús insiste en un área que a veces pasamos por alto: la responsabilidad del oyente. 

Los versículos que vamos a meditar (Mr 4:21-25) son un conjunto de ilustraciones y pequeños dichos que inciden en el mismo tema. La diferencia con la Parábola del Sembrador es que ahora no se tiene en mente al conjunto de los seres humanos, sino a los discípulos. Si tuviéramos que dar un título a esta exposición, un título que incidiera en la enseñanza que debemos retener, este podría ser: “Nuestra responsabilidad frente a la Palabra: La luz debe alumbrar”. 

La luz y el candelero (Mr 4:21).

(Mr 4:21) “También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?”

Preciosas palabras que recuerdan el carácter visible que debe tener la vida cristiana. Aquellos que reciben la Palabra deben dar luz. En esta breve ilustración el Señor se menciona objetos comunes en cualquier casa de la época pero que a nosotros, pasado el tiempo, pueden sonarnos extraños: 

Una lucerna, es decir una lamparita hecha de barro, con su asa, su depósito de aceite, sus aberturas, y una extensión, con orificio, para colocar la mecha empapada donde ardía la llama.

El almud, un recipiente de barro, de unos 8-9 litros de capacidad, y que se utilizaba como medida para el grano.

La cama, al contrario de lo que nosotros imaginamos, la cama para ellos, y aún en medio mundo, no es más que una especie de colchoneta o alfombra, que se abre en el suelo para dormir y después se recoge.

– el candelero, un saliente en la parte alta de la pared o en alguna columna, también podía ser una repisa alta, donde se colocaba la lámpara para que alumbrase todo el espacio.

La luz debe brillar.

“También les dijo…” Lo hemos anticipado, el Señor no se está dirigiendo a las multitudes sino al grupo de discípulos que, una vez terminada la enseñanza, se acercaron para saber más. Tengamos presente que Marcos interrumpió la narración principal en 4:10 y abrió un paréntesis que termina en 4:25. Es en el verso 26 que recupera la narración.

“… ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?”

Me llama la atención la expresión “traer la luz” (lit. “viene la luz ”). Y es a partir de esta idea que empezamos la explicación: Jesús, quien es la Luz (Jn 8:12), había venido a traer la luz a este mundo. La noticia del Evangelio: Dios interviniendo en la historia de los hombres para traer perdón y paz, reconciliarlos consigo mismo por medio de su Hijo, y establecer su reino primeramente en el corazón de los que creen. 

Pero ¿Qué se esperaba que hicieran ahora los discípulos con esta luz, esta Palabra, que estaban recibiendo? ¿Cuál era su responsabilidad?

Jesús expone dos opciones, la primera sería esconderla (bajo una vasija, debajo de la esterilla para dormir), la segunda ponerla sobre el candelero. ¿Cuál es la correcta? El mismo texto nos empuja a desechar la primera por absurda e incongruente. La opción correcta sin duda es la segunda: ponerla en el candelero. 

La enseñanza es obvia hermanos, no hemos sido salvados para vivir escondiendo nuestra fe, evitando ser conocidos por una ética diferente, por nuestras obras o nuestras palabras. Al contrario, somos llamados a vivir vidas transparentes donde otros puedan apreciar que Dios existe y que Dios actúa y que los ama. 

Ser candeleros que lleven la luz no es una opción para el cristiano sino un deber y una necesidad.

Obstáculos para que la luz brille.

Pero ¿Soy el candelero que Dios quiere que sea? ¿Qué me impide llevar la luz que el mundo necesita?

En ocasiones, hay que reconocerlo, no es fácil dar testimonio de nuestra fe. La vergüenza por parecer diferentes, el temor a ser marginado, a veces son presiones muy fuertes que superan nuestra capacidad. Y esto en nuestro contexto. En otros lugares hablamos del temor a la persecución, la perdida de los bienes e incluso de la propia vida. ¿Qué hacer si enfrento una situación así? En estos casos, y como dice el bello himno “Oh que amigo nos es Cristo”: Empieza por llevarlo al Señor en oración:

“¿Te desprecian tus amigos?

Muéstraselo en oración.

En sus brazos de amor tierno

Paz tendrá tu corazón.”

Esta estrofa no es un esfuerzo del poeta por hacer coincidir palabras bonitas con una idea motivadora. Jesús supo por propia experiencia lo que es ser rechazado por los suyos, que uno de sus íntimos le traicionara, que le dieran la espalda en el momento más doloroso, y morir en soledad (Is 53:3) (Hbr 5:8).

Recordemos las promesas del Señor que nos aseguran su presencia, protección (Él sigue en el control, nunca lo perdió) y su poder  (2ª Tm 1:7-8) (1ª Jn 4:4).

(Hb 13:6) «de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré Lo que me pueda hacer el hombre.»

(Lc 12:6-7; 11-12) “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos.”

“Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.”

Pero en otras ocasiones los peligros que acechan son más sutiles, y de alguna manera están ilustrados por la referencia al almud y la cama

El almud. Un depósito usado para medir granos ¿De qué nos habla? Tristemente son muchas las veces que damos una importancia desmedida a las preocupaciones materiales (el trabajo, los negocios, los estudios,…) y esto termina apagando “la luz del testimonio”. De la misma forma que en la Parábola del Sembrador los afanes de la vida, el engaño de las riquezas y la codicia de otras cosas impidieron que el Evangelio arraigara en los corazones, así también en muchas ocasiones estas mismas llevan a los creyentes a vidas espiritualmente infructuosas e incluso al naufragio espiritual. ¿Cuántos “almudes” hay en tu vida que impiden que la luz de Dios pueda brillar? 

La cama, La esterilla para dormir y que se recogía durante el día. ¿De qué peligro podríamos hablar? De cosas tales como la comodidad, la pereza, la desidia, el desinterés, la falta de diligencia, de compromiso o sacrificio por amor al Señor. Dice el himno:

“Gozo da servir a Cristo, en la vida diaria aquí…”

“Gozo hay sí, por servir a Cristo, gozo en el corazón”

¿Cuándo fue la última vez que experimentamos el gozo, aún con sacrificio, por servir a Cristo? Cuidado con dejar que tales actitudes aniden en nuestras vidas. ¡Terminarán apagando el testimonio! 

Nada oculto que no haya de ser manifestado (Mr 4:22).

(Mr 4:22) “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz.”

Estamos ante un aforismo moral, una sentencia o frase breve de sabiduría popular que el Señor posiblemente utilizó muchas veces (Mr 4:22) (Mt 10:26) (Lc 12:2). ¿Qué implica esto? Pues que en cada ocasión hay que mirar el contexto para ver cual es el propósito. En este caso, el porque nos  indica que está relacionado con lo anterior, con la luz que nos ha sido dada, con la Palabra, y nuestra responsabilidad. 

Lo escondido debe ser revelado. 

Posiblemente la intención es enseñar a los suyos que, aunque les estaba hablando en privado, su propósito no es formar un grupo esotérico de iniciados alrededor de Él. El mensaje, aunque oculto durante un tiempo, “el misterio del reino”, no se ha traído a la luz para ser nuevamente escondido. Tiene que ser anunciado a todos sin excepción. Todos tienen que saber del amor de Dios expresado por medio de Jesucristo. El cristiano no está autorizado a esconder el mensaje (Mt 10:27) (Lc 19:40). 

Otras implicaciones de este refrán, pero manteniendo siempre como foco la Palabra, pueden ser:

1. Que la luz, la Verdad del Evangelio, a pesar de todos los esfuerzos del hombre por combatirla, negarla, ignorarla o esconderla, finalmente terminará imponiéndose sobre las tinieblas. 

2. Que la Palabra de Dios revela las cosas más ocultas que pueden haber en el hombre. Deja en evidencia cómo somos, los pensamientos e intenciones del corazón. De ahí el empeño del hombre y de Satanás por ocultarla. 

“Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (Mr 4:23).

(Mr 4:23) “Si alguno tiene oídos para oír, oiga”.

Las orejas no son simplemente cartílagos que sobresalen de la cabeza para hacerla más o menos graciosa, un lugar para los zarcillos o pendientes. Son la parte externa del sistema auditivo que Dios nos ha dado. La frase es sencillamente una exhortación a no hacer oídos sordos a la Palabra de Dios. Y en este caso, a diferencia de (4:9), las palabras están dirigidas a los discípulos. Y es que, ser creyentes no nos libra de la tentación de querer mirar para otro lado cuando el Señor habla. 

Y cuando parece que ya ha terminado su enseñanza sobre nuestra responsabilidad frente a la Palabra, entonces sorprende con otro grupo de pequeñas sentencias: 

“Mirad lo que oís” (Mr 4:24-25).

(Mr 4:24-25) “Les dijo también: Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aún se os añadirá a vosotros los que oís. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que no tiene se le quitará”.

“Mirad lo que oís” Solo con esta solemne advertencia de Jesús podríamos construir una gran exposición o un estudio de varios días. No todo lo que llama mi atención, no todo lo que llega a mi oído, no todo lo que me atrae, necesariamente es bueno o me conviene. La realidad es que muchas de las cosas que oímos tienen un mensaje engañoso envuelto en papel de regalo, está pensado para seducir apelando a nuestros apetitos más básicos. De ahí la necesidad de discernir y no tragar con cualquier cosa. El discernimiento es un ejercicio sano y necesario. 

Pero en este caso, lo que llama la atención es que “lo que oís” es una referencia a la Palabra. Este “Mirad” es una exhortación a reflexionar sobre cómo la oímos, a no permanecer indiferentes. Tan solemne es el asunto que el Señor nos advierte de las consecuencias de este comportamiento. Fíjate en lo que dice:

“porque con la medida con que medís, os será medido,”

“Medir lo que oímos tiene que ver con el valor que damos a la Palabra cuando la escuchamos”. Tu relación con Dios está condicionada por la importancia que das a Su Palabra. Si la honras, Dios te honrará. Si no la honras, no debieras esperar mucho del Señor. El Señor tiene presente y valora nuestra actitud y respuesta a ella. ¡Es lógico! No puedes decir que te importa alguien e ignorar o despreciar las cosas que te dice. Algo falla en esa relación.  Dice Mateo:

(Mt 5:19) “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos”.

“y aún se os añadirá a vosotros los que oís”.

A veces encontramos creyentes que están quejosos con Dios, como si Él pasara de ellos. En ocasiones incluso sucede que miramos con cierta envidia la madurez espiritual, el ministerio o la bendición que Dios ha derramado en otros hermanos. “¿Y yo qué?” decimos con amargura. 

Posiblemente esto ocurre porque estamos olvidando un principio espiritual básico, y que se repite en muchas áreas de nuestra relación con Dios: Los que oyen adecuadamente la Palabra, siempre tendrán más, el Señor les añadirá.

Si nos esforzamos en el estudio de la Biblia, descubriremos cosas maravillosas, y el Señor dará más. 

Si recibimos la Palabra con un corazón sumiso y obediente, Dios tiene muchos más tesoros para darnos.

El alma que da con generosidad y no por obligación será enriquecida.

(Mt. 6:33) “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.

“Al que tiene, se le dará; y al que no tiene, … se le quitará” (4:25).

Hay personas que se escandalizan de estas palabras. No les parece propio, eso de “quitar” lo ven contrario al amor o a la generosidad de Jesús: 

En este caso, lo primero que hay que señalar es que este “quitar” no se refiere a la salvación sino al disfrute de la bendición de Dios y al servicio cristiano. Está relacionado por tanto con la disciplina del Señor con sus hijos. En segundo lugar, Jesús enseña que en los asuntos espirituales es imposible permanecer inmóvil. Es decir, se avanza o retrocede, se gana o se pierde, no hay más. Medita en estos ejemplos de la vida diaria y compara:

Si una persona se cuida y se esfuerza por mantenerse en forma físicamente, estará preparada para nuevos esfuerzos. Pero si se descuida perderá la capacidad que tenía.

Cuanto más estudiamos y practicamos, mas aprendemos y más capacitados estamos. Si dejas de estudiar o practicar perderemos gran parte de nuestra capacitación, retrocedemos. Es lo que ocurre con un buen músico, un traductor, incluso con un médico.

Pues en la vida cristiana es igual. Se avanza o se retrocede. Nunca llegamos a un punto de madurez donde podemos decir “ya está”. Si descuidas la lectura bíblica, la oración, las oportunidades de congregarse, la obediencia a la Palabra, el servicio cristiano,… retrocedemos, cerramos la puerta a la bendición de Dios y nos volvemos más vulnerables a la tentación y el pecado (2 Pd 1:5-9).

“La luz debe brillar”.

Como decíamos al comienzo de la exposición, un buen título para este estudios sería: “La luz debe brillar: Nuestra responsabilidad frente a la Palabra”

Seamos el candelero que brilla no con la luz del mundo sino con la luz de Cristo. ¿Por qué proyectar confusión cuando podemos ser luz y llevar esperanza, paz y dirección a los que nos rodean? No permitamos que ni la vergüenza, el temor o las cosas de este mundo escondan el mensaje de Cristo. La luz debe brillar.

No hagamos oídos sordos a la Palabra. Recuerda: Dios honra a los que le honran. “Con la medida con que medimos la Palabra, así seremos medidos por Dios”. Hermanos, honrar al Señor y su Palabra es sin duda la mejor inversión para nuestras vidas.

 

Natanael Leon