La mujer de Samaria que desconfiaba de Jesús


 

La mujer que desconfiaba de Jesús.

De repente y sin esperarlo, te encuentras a solas con un desconocido que, sin respetar los convencionalismos sociales, se dirige a ti con preguntas extrañas. Incluso en algún momento tienes la impresión de que te estaba esperando.

¿Cómo reaccionarias?  

“Y le era necesario pasar por Samaria” 

(Jn 4:1-4) “Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria.”

Cuando el Señor supo que los fariseos, un grupo religioso judío estricto e influyente, estaban alarmados por el creciente número de sus seguidores, decidió que era tiempo de regresar al norte del país, a Galilea. No estaba dispuesto a entrar en sus enredos. Pero la frase más significativa la encontramos en (Jn. 4:4) “Y le era necesario pasar por Samaria”.

Samaria era el territorio que dividía el norte (Galilea) del sur del país (de Judea). Un territorio habitado por extranjeros que con el tiempo se habían convertido al judaísmo, pero que iban por libre (tenían su propia selección de la Biblia, ritos e incluso tuvieron su propio templo). Sucedía que cuanto más religioso eras menos relación querías tener con los samaritanos, así que los judíos solían evitar ese territorio dando un rodeo. Lo más probable es que los discípulos pensaran que Jesús tenía mucha prisa, y por tanto asumieron con naturalidad este camino a Galilea pasando por Samaria. Pero se equivocaban, en realidad había una misión que cumplir.

Jesús, cansado, se sentó junto al pozo 

(Jn. 4:5-6) “Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta.”

¿Que tenemos aquí? Un Jesús cansado, posiblemente hambriento, que a la hora del medio día (la hora sexta según los judíos) se queda sentado junto al pozo mientras sus discípulos van a comprar comida.

Desde luego no es la imagen del héroe típico, prepotente, autosuficiente, que no necesita nada, y que aspira a salvar el mundo. Sin embargo la enseñanza detrás de esta escena es hermosa. Aunque Dios encarnado, también es perfectamente humano, cercano a nosotros. Alguien capaz de sentir nuestras emociones, nuestras limitaciones y necesidades más básicas.

El encuentro con la mujer samaritana.

(Jn. 4:7-8) “Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer.”

Dos son las circunstancias que se dan aquí:

 

– Bajo un sol de justicia, aparece una mujer para sacar agua del pozo. Evidentemente quería pasar desapercibida, esquivaba la hora en que el resto de las mujeres iban a sacar agua.

– El Señor, que tenía sed, estaba solo y no tenía un depósito para sacar agua. Por eso le dice: “Dame de beber”.

 

El Señor tenía el poder para que las piedras se convirtieran en pan y que de la tierra brotara agua. En realidad no necesitaba ni que sus discípulos fueran a comprar ni pedir un favor a aquella mujer. Pero hay un detalle que se suele olvidar. Él nunca utilizó su poder en beneficio propio, aún para satisfacer sus necesidades, sino para glorificar al Padre. El vivía y padecía como el resto de los mortales. 

(Jn. 4:9) “La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.”

El asombro de esta mujer debió ser “monumental”. Lo que Jesús estaba haciendo no era normal :

1º) Era una mujer, además desconocida. El exclusivismo religioso había convertido las relaciones entre hombres y mujeres en un asunto delicado (Jn 4:27). 2º) Era samaritana. Alguien cuyo trato se debía evitar por las razones que ya vimos.  3º) Estaba dispuesto a beber del mismo recipiente que ella usaba. Una acción que por razones rituales un judío nunca haría.

Sin duda, pensaría la mujer, aquel hombre no estaba cuerdo. Aquella presencia le incomodaba.

El don de Dios, El te daría agua viva.

(Jn 4:10) “Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.”

En esta respuesta vemos que el Señor quiere entrar en un nivel mas profundo de conversación. En realidad ahora entendemos del por qué de la necesidad de pasar por Samaria. Jesús buscaba este encuentro. Había un alma necesitada que vivía en una búsqueda ansiosa. 

Estas palabras enigmáticas de Jesús “él te daría agua viva” sirven para poner de manifiesto la necesidad espiritual no solo de aquella mujer, sino de todo ser humano. Además de la sed del cuerpo, hay otra sed del alma y del espíritu que no podemos satisfacer. En el libro del profeta Jeremías hay dos textos que, aunque se refieren al deterioro de la relación de Israel con Dios, sirven para ilustrar el origen y las consecuencias de este vacío y sed interior:

(Jer. 2:13) “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.”

(Jer. 17:13) “Oh Jehová, esperanza de Israel! todos los que te dejan serán avergonzados; y los que se apartan de mí serán escritos en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas.”

El hombre fue hecho para vivir en comunión con su creador, con Dios “manantial de aguas vivas”. Pero el ser humano le ha dado la espalda y se ha colocado a sí mismo como centro de todas las cosas. Sus religiones, sus sistemas éticos y filosóficos, la búsqueda del éxito y del placer, con sus adicciones, no son mas que cisternas rotas que no pueden satisfacer la sed del corazón y que en muchos casos destruyen a la persona.

En este verso Jesús se presenta como Aquel que puede saciar la sed del hombre. Reconciliar al hombre con Dios y traer vida abundante por medio del Espíritu Santo. Y todo esto, dice el Señor, como “don de Dios”, una obra de su gracia a favor del corazón arrepentido que cree en Su Hijo Jesucristo.

La religión y las tradiciones no apagan la sed.

(Jn. 4:11-12) “La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?”

Una de dos, o no entiende nada, o sencillamente no tiene deseos de hablar de cosas profundas y espirituales con aquel desconocido. Posiblemente lo segundo. Por eso decide interpretar las palabras como refiriéndose al agua que ella venía a sacar.

Además, ¿quién era aquel judío para venir a ofrecer algo distinto a lo que nuestros antepasados nos dejaron? Al decir que estaba contenta con el agua del pozo de Jacob, estaba diciendo lo mismo que dice mucha gente hoy, que estaba satisfecha con las tradiciones heredadas.

(Jn 4:13-14) “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”

Es hermoso considerar la paciencia que Jesús tuvo con aquella mujer, la misma que aún  tiene con nosotros. De nuevo vuelve a insistir sobre del sentido espiritual de sus palabras y de su invitación.

El agua de aquel pozo, al igual que las tradiciones, las filosofías o las metas de este mundo, no sirve para saciar la sed. Es solo algo momentáneo, siempre hay necesidad de más y más. Mi agua, afirma el Señor, es diferente. Pondré en tu corazón un manantial constante y vivificador que sacie y refresque su sed. Se está refiriendo a la restauración de la comunión con Dios “fuente de agua viva”, a la transformación y renovación constante que Dios, por medio del Espíritu Santo y Su Palabra hace en las vidas de aquellos que se entregan incondicionalmente a Jesús (Jn 7:37-39).

(Jn. 4:15) “La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.”

La pregunta que viene inmediatamente a la mente es “Y esta mujer ¿entendió algo? Si así fue no parece que estuviera dispuesta a demostrarlo. Prefiere quedarse con “la ilusión” de un agua física que con un trago le quite la sed y le ahorre estos penosos viajes al pozo ¡Una “quimera” que le divierte! Pero toda esta situación de desconfianza e incredulidad está a punto de cambiar.

Confrontando el pecado.

(Jn. 4:16-19) “Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta.”

Ahora sí, ahora el Señor si usa de su condición divina, Él sabe todas las cosas, para poner en evidencia la condición moral y espiritual de aquella mujer: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido;…” (Jn. 4:18) 

¡Cinco veces divorciada y vuelta a casar! Quizás alguno de ellos murió primero. Y ahora estaba sencillamente conviviendo con un sexto hombre. ¿No revela esta trayectoria una profunda insatisfacción personal? ¿No da la impresión, por su condición presente, que había tocado fondo y se había abandonado a la desesperanza? Posiblemente buscaba respuestas en el “pozo de Jacob”, el la tradición de sus padres, pero realmente estaba vacía y sedienta.

Las palabras “me parece que eres profeta” (4:19) significan: 1. Admitía que lo que Jesús dijo era verdad. 2. No era consciente de la grandeza de Jesús, pero por fin se daba cuenta de que Dios estaba tratando con ella.

El Padre busca verdaderos adoradores.

(Jn. 4:20-24) “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”

Es posible que con este cambio de tema estuviera intentando esquivar la conversación sobre su situación personal, o sencillamente quería poner a prueba a Jesús. Como muchas personas hoy en día, estaba desconcertada con tanta religión y con tantas opiniones de Dios. No podemos entrar en detalles con estos versos, pero hay una declaración de Jesús que no pudo dejarla indiferente:

“Dios está formando un nuevo pueblo de adoradores”, todo aquel sistema de sacrificios y lugares santos iba a caducar. Había de cumplirse en Cristo. Y Dios quería que también ella, al igual que tú, formara parte de ello. 

Hombres y mujeres que han experimentado el “don de Dios”, han satisfecho su sed en Cristo, han visto sus pecados perdonados, sus vidas transformadas y juntos adoran a Dios desde lo profundo de sus corazones.

(Jn 4:23) «Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.»

Es tiempo de decisiones 

(Jn. 4:25-26) “Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.”

El Señor la había confrontado con su necesidad personal y la insatisfacción de su religión, y estas palabras parecen ser algo así como la “última puerta de escape para ella”. Un último intento por evadirse. Pero es tiempo de decisiones: El Mesías, el Salvador, estaba allí, “Yo soy, el que habla contigo. (Jn. 4:26) ¿Cómo respondería?

(Jn. 4:27-30) “En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.”

En Mr. 10 encontramos la historia de un joven de buena posición social, educado y devoto que después de un encuentro vital con Jesús “se fue triste”. Pero este no es el caso. Aunque ella huyó aprovechando el regreso de los discípulos, lo que la impulsa a dejar el cántaro y salir corriendo no es el miedo o dejar a tras a alguien incómodo, sin duda es el gozo de haber conocido a Jesús como el Mesías, el Salvador del mundo. Una paz y una satisfacción nunca antes experimentada empezaba a surgir en su corazón.

(Jn. 4: 39-42) “Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho. Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.”

Que contraste entre los judíos de Jerusalén, que procuraban enredar a Jesús con sus intrigas y despreciaban su mensaje, y aquellos samaritanos, que no lo olvidemos también eran gente orgullosa de sus tradiciones religiosas. Solo dos cosas para terminar:

Muchos creyeron en aquellos días y apagaron la sed de sus corazones, cuando se acercaron a Jesús incondicionalmente (Jn. 1:12). ¿Tú que harás?

Jesús es “el Salvador del mundo”. No busques respuestas fuera de Él. Él es la respuesta de Dios. De la misma forma que en aquel día Jesús buscó a la mujer de samaria y venció todas sus reticencias, hoy te busca y se acerca a ti ¿Qué harás con Jesús? ¿Qué harás con tu vida?

 

Mujer samaria2 ¿De las aguas mundanales

has bebido sin hallar

lo que tu alma tan turbada

deseaba allí encontrar?

Pues, escucha, presta oído,

Jesucristo te dirá:

El que de mis aguas beba

Nunca ya más sed tendrá.

Es Jesús la viva fuente,

Donde he apagado yo

Esa sed que consumía 

mi cuitado corazón.

¡Oh! recibe pues su oferta,

No rechaces, no su amor,

Dile: De esas aguas dame

Y sabré su gran valor.

Sin dinero ni algún precio

Se te ofrece este gran don:

Vida eterna, paz y gozo,

De tus culpas el perdón.

Himnario Evangélico. 

“Cánticos de amor y esperanza.”

(Himno 47. 3ª y 4 ª estrofas.)

 

 

Natanael Leon