La tragedia de la cruz

LA TRAGEDIA DE LA CRUZ.

Lucas 23: 13-27; 32-49.

¿Qué ven, qué sienten las personas cuando miran la cruz y a Jesús crucificado?

Normalmente ven una gran injusticia, un crimen terrible, a un hombre bueno al que mataron sin tener culpa de nada.

Algunos, al meterse un poco más en toda la escena, imaginan el maltrato y las burlas, los latigazos que desgarraban la piel y la carne, los largos clavos de hierro atravesando su cuerpo, la lenta agonía, y unos sienten una gran lástima, otros indignación, y también hay quienes se identifican tanto que se sienten quebrantados ante esa escena tan brutal. 

Es una forma de entender la crucifixión que se refuerza durante la Semana Santa, y a través de la iconografía religiosa (imágenes, cuadros e incluso películas) que recrean con gran dramatismo la escena.

No es difícil encontrar testimonios de personas que se han sentido “tocadas”, “transformadas”, “que sienten como una luz interior”, al contemplar la imagen de un cristo agonizante, los ojos llorosos de María, los brazos sangrantes y las manos extendidas del crucificado, e identificarse con sus sufrimientos.

Una percepción equivocada.

Sin embargo toda esta devoción y dramatismo, y lo digo con el mayor respeto, no hace sino evidenciar el desconocimiento acerca del valor y significado de la Cruz.

Generalmente las personas solo ven la injusticia (algo que nunca debió haber pasado), ven la tragedia, la crueldad del trato y el dolor que sufrió aquel hombre bueno. Incluso lo experimentan emocionalmente, y creen haber descubierto la esencia del cristianismo. Pero siento decirte algo que quizás ignores:

– El fundamento de la Salvación no descansa en esa terrible injusticia, ni en este crimen canalla. 

– Tampoco indignarte, dolerte o identificarte profundamente con esa tragedia, incluso participar en los actos religiosos, te ayudan a acercarte más a Dios.

Dios no puede basar el perdón y la salvación de los hombre en el más horrendo y canalla de los asesinatos.

Las dos caras de la crucifixión.

Esta reflexión nos lleva inmediatamente, y a fin de evitar confusión, a señalar las dos caras de Su muerte. Es importante entender que dos acontecimientos, de naturaleza completamente distinta e independiente, estaban sucediéndose en aquella cruz cuando Jesús murió:

– Efectivamente, un vil crimen o asesinato donde, de alguna forma, toda la raza humana estaba representada (Lc 23:22-24).

– Un sacrificio o entrega voluntaria de Jesús para realizar así el plan de la Salvación que Dios preparó para todos los hombres (Jn. 10:17-18) (Mr. 10:45).

Los hombres ven lo primero, el brutal asesinato, pero ignoran que es lo segundo, su sacrificio voluntario, lo que en verdad nos puede acercar a Dios: “dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45).

Diferentes formas de mirar la cruz.

Esta forma de mirar la cruz, ver solo la tragedia, no es nueva, ya estaba presente desde el instante mismo en que Jesús fue crucificado. ¿Nos hemos fijado en el comportamiento de los distintos grupos de personas que rodeaban la cruz? 

Unos la miraban con regocijo y se burlaban del crucificado, pues por fin se habían librado de un hombre muy incómodo (Lc. 23:35-36).

Otros se veían invadidos por una gran pena y desesperación al ver como sufría aquel hombre tan bueno (Lc. 23:27, 48).

Pero entre todos hubo un hombre que percibió que allí había algo más que una terrible injusticia, o el horror de una crucifixión. Ese hombre fue el malhechor arrepentido que moría al lado de Jesús. Solo él divisó que Cristo, a pesar del trato que recibía de los hombres, de alguna forma estaba tratando con el pecado del mundo, con su pecado (Lc. 23:39-43).

A nadie de la multitud, incluidos los discípulos y María misma, se le hubiese ocurrido decirle al Jesús moribundo Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Pero al malhechor arrepentido sí. Se veía a sí mismo a las puertas de una justa condenación, no elude este hecho. Pero tenía la convicción que Jesús era el Mesías, que resucitaría y volvería para instaurar el reino prometido, y que a pesar de su indignidad, Jesús podía tener misericordia de él.  

De alguna manera, estando en la frontera de la muerte, Dios le concedió atisbar el gran acontecimiento de Salvación que Jesús realizaba: “Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5).

Una manera diferente de mirar la cruz.

Querido amigo, nuestro deseo en esta tarde es invitarte a que dejes de mirar la cruz que solo despierta emociones humanas y mires, como aquel malhechor arrepentido, al Jesús que, sufriendo en nuestro lugar a causa de nuestros pecados, daba su vida en sacrificio para traer perdón y salvación.

Dios es amor, así nos lo presenta la Biblia. El más sincero deseo de su corazón es derramar paz, amor y bendición en los corazones de los hombres:

(1 Tim. 2:4) “…el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”.

Pero hay un freno que le retiene e impide mostrar todo ese anhelo. La suciedad moral y espiritual de nuestros corazones, hablamos de lo que somos por dentro y lo que hacemos. El pecado, que así lo llama la Biblia, choca de frente con el carácter Santo y Justo de Dios y no deja actuar su amor sobre nosotros. Es como un muro, un tapón, que retiene el agua del arroyo y hace que la tierra se seque.

(Is. 59:2) “Vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios.” 

Sin embargo la muerte de Cristo hace provisión para que este freno que impedía a Dios mostrar toda su gracia y bendición pueda ser levantado.

¿Cómo sucede esto? Dios no puede cerrar los ojos y en nombre del amor ignorar la maldad del hombre. Tratar como inocente al culpable. ¿Quién podría confiar en un Dios así? Además, Dios dejaría de ser Dios. Es por eso que Jesús se ofreció como nuestro sustituto ante la justicia divina. Llevando sobre sí la justa ira de Dios por el pecado, hizo provisión suficiente de salvación para todo pecador arrepentido.

 (2ª Cor. 5:21) “Al que no conoció pecado (esto es, a Jesús) por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

(Gal. 1:4) Se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre,…”

Todo esto estaba sucediendo en aquella Cruz. Este es el verdadero sentido y valor de aquella muerte, el por qué de tanto sufrimiento. Solo así Dios se ve libre para derramar su amor y perdón a los pecadores que se acercan a él a través de Jesús. 

(Jn. 3:14-16) Es necesario que el Hijo del Hombre (Jesús) sea levantado (crucificado), para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado (referencia a la crucifixión o muerte) a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Pero saber no es suficiente.

Y ahora una última palabra: Una comprensión intelectual de ese acontecimiento no es suficiente. Es un gran paso en la dirección correcta, pero no salva. No te salva porque si bien la cruz es en favor de todos los hombres, no es sin más aplicable a todos (aunque hayan entendido su significado).

De hecho, hay personas en el ámbito de la religión tradicional de nuestro país, que han entendido la insuficiencia de mirar solo la tragedia de la cruz y han entendido que Jesús murió por nuestros pecados (el cordero que quita el pecado del mundo), pero no han obtenido sus beneficios. 

¿Por qué? Porque yerran intentando merecer beneficios de la cruz, se esfuerzan por cumplir con sacramentos, penitencias, buenas obras, ignorando que la Salvación es un regalo de Dios para el pecador arrepentido que mira la Cruz y descansa en la Persona y la Obra de Jesús.

¿Por qué? En conclusión, porque conocer no es suficiente, hace falta “creer”, descansar en Jesús. Darte cuenta de tu situación ante Dios y su justicia, reconocer la necesidad de un Salvador y clamar al Jesús que murió por ti en la cruz diciendo: Creo Cristo en tu muerte en mi lugar, sálvame. 

Que esta verdad pase de la mente al corazón: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo”.(Rm. 10:11-13)