10 Jesús sana a un leproso

Jesus sana leproso

Jesús sana a un leproso.

(Mr 1:35-39) (Mr 1:40-45)

Jesus sana leproso

Hasta ahora el Señor ha mostrado su autoridad sobre la Palabra, los demonios, la enfermedad, pero ¿y sobre las que acarreaban inmundicia? Esas son más que una enfermedad. A estas personas se las consideraba bajo castigo divino. El encuentro de Jesús con un leproso nos dará la respuesta. 

 

 

El primer viaje misionero de Jesús por Galilea

(Mr 1:35-45).

Introducción

Durante el tiempo que duró el ministerio en Galilea, el Señor Jesucristo hizo al menos tres viajes por la región anunciando el Evangelio del reino de Dios (Mr 1:14-15). Ese tiempo prometido por Dios, en el cual iba a intervenir en la historia de los hombres para desterrar la maldad, la injusticia, el sufrimiento, y establecer un reinado de paz, justicia, prosperidad y hermandad por medio de su Ungido.

El primero de estos viajes es mencionado por los tres evangelistas (Mt 4:23-25) (Mr 1:35-45) y (Lc 4:42-44). 

El segundo está registrado solo en Lucas (Lc 8:1-3). 

Y el tercero vuelve a aparecer en los tres evangelios (Mt 9:35-11:1) (Mr 6: 6b-13) (Lc 9:1-6).

Terminada esta breve introducción, nos paramos a ver los acontecimientos que rodearon el inicio del primer viaje.

Los discípulos buscan a Jesús.

(Mr. 1:35) “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.”

En el último estudio dejamos al Señor Jesucristo orando en un lugar apartado, solitario, eso significa el término “desierto” aquí. Un tiempo de intimidad con el Padre que posiblemente sirviese para recuperar fuerzas después de la dura jornada del sábado y buscar sabiduría para el nuevo día que empezaba.

(Mr 1:36-37) “Y le buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándole , le dijeron: Todos te buscan.”

No creo que Pedro, todavía Simón, se sorprendiera al despertar y no ver a Jesús en la casa. Ellos debían saber de esta costumbre del maestro. Si por algo se pudieron sorprender sería que a pesar del cansancio de la noche anterior el Señor perseverara en madrugar para orar (nosotros hubiésemos encontrado un buen motivo para no hacerlo). Y posiblemente conocían los lugares que el Señor frecuentaba para orar, de ahí que no fue difícil encontrarlo. 

Todos te buscan.

¿Qué motivos tenían los discípulos para interrumpir este momento de intimidad con el Padre? ¿Qué era tan urgente que no podía esperar? Evidentemente no era porque el desayuno se estaba enfriando. 

Al parecer, desde muy temprano, la gente empezó a reunirse en los alrededores de la casa de Pedro, estaban peguntado por Jesús, querían verle y oírle hablar. Quizás el pensamiento bien intencionado de los discípulos era “el maestro no debe dejar pasar esta oportunidad” “hay que atenderles antes que se desesperen y se vayan”. De ahí que apremiaran a Jesús para que volviese “Todos te buscan”.

Como veremos a continuación, esta escena va a ilustrar la diferencia que hay entre los pensamientos de los hombres y los pensamientos de Dios (Is. 55:8). No siempre las cosas, por muy buenas o loables que nos parezcan, van a coincidir con los propósitos del Señor. Lejos de enfadarnos, tenemos que reconocer que aunque sea bien intencionada nuestra vista es corta, y no somos capaces de ver mas allá del momento presente. El Señor sí.

“Porque para esto he venido”

(Mr 1:38) “El les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido”.

Jesús tiene ante sí dos opciones: regresar con los discípulos a Capernaum, donde le esperaba “un baño de multitudes”, o iniciar un viaje incierto, soportando calor, cansancio, sin saber donde dormiría, y lejos de las comodidades de un hogar.  

¿Qué escogeríamos nosotros? Uno de los expositores habla aquí del peligro que para muchos siervos de Dios implica la fama o el éxito en el ministerio. Para estos, y aquellos que les siguen, la bendición de Dios se mide por el número de personas que se congregan, lo grande de los locales, la cantidad de ofrendas que se recogen, los halagos que se reciben, el número de libros que se venden etc.… 

Son muchas las ocasiones en que la fama o el éxito se convierten en un lazo del Diablo que nos parta del propósito principal del llamado de Dios. ¿El remedio? La dependencia continua del Señor, la oración y la Palabra. Al Señor esta decisión le “pillo” orando.

Nuestro Señor escoge lo segundo y añade: “porque para esto he venido. Siempre tuvo clara la razón por la cual abandonó la casa del Padre y vino a este mundo. Como dirá después, no vino a buscar alabanzas, ni comodidades, sino a servir: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mr 10:45) No se trataba de dejar “colgada” a la gente de Capernaum, o de echar a perder una gran ocasión, sino de dar oportunidad a que otros también pudiesen escuchar y ver las mismas cosas. El Señor volvería a ellos y tendrían oportunidad de seguir escuchando.

De viaje por Galilea.

(Mr 1:39) “Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios.”

Marcos no da muchos detalles de este viaje, tampoco lo hacen el resto de evangelistas, solo dice que Jesús aprovechaba cada oportunidad para predicar en las sinagogas de las ciudades o aldeas que visitaba, y mostraba su autoridad expulsando demonios o haciendo sanidades (Mt. 4:23).

Pero a  continuación, y como colofón de este viaje, relata uno de los incidentes más trascendente y significativo que Jesús tuvo. El encuentro con un hombre leproso. 

Su poder sobre la inmundicia: Jesús sana al leproso.

Había una serie de enfermedades en Israel que además de consecuencias físicas tenían consecuencias ceremoniales, es decir la persona era declarada inmunda o sucia (Lv 12-15). 

Los afectados eran excluidos temporalmente del culto en el Templo, algunas veces tambien de sus compatriotas, lo que implicaba tener que abandonar sus familias. Una vez curada, la persona debía lavar la inmundicia mediante purificaciones y sacrificios. 

El denominador común de estas enfermedades, y que convertía en inmundos, eran los fluidos y secreciones del cuerpo. Eran perdidas o supuraciones las cuales se las relacionaba con la corrupción interior o el deterioro de la vida. Y puesto que el israelita había sido llamado a la santificación, debía evitarlas y aborrecerlas. 

Afectaba lo mismo a varones que por causa de enfermedad perdían semen o fluidos, como a la mujer cuando padecía perdidas de sangre. Y dentro de esta categoría, la enfermedad de más terribles consecuencias era la lepra. No era solo por los fluidos que el cuerpo supuraba sino que además llevaba las evidencias de la muerte en su rostro (ver Keil & Delitzsch 1). 

La declaración de inmundicia y la separación, no se debían primeramente a causas higiénicas, sino que servían para ilustrar de manera cruda las consecuencias del pecado. La santidad de Dios por un lado y por otro la condición caída. 

Hasta ahora el Señor ha mostrado su autoridad sobre la Palabra, los demonios, la enfermedad, pero ¿y sobre las que acarreaban inmundicia? Eso era más que una enfermedad. A estas personas se las consideraba bajo castigo divino. El encuentro de Jesús con un leproso nos dará la respuesta.  

Un leproso acude a Jesús.

(Mr 1:40) “Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme.”

Aunque Mateo y Lucas mencionan este episodio, no lo sitúan en el contexto del primer viaje misionero. ¿Por qué? ¿En qué momento sucedió? ¿Se contradicen los evangelios? 

Este tipo de situaciones surgen con una cierta frecuencia al comparar los evangelios sinópticos o paralelos (Mateo, Marcos y Lucas). No siempre hay coincidencia en el orden de los eventos. Pero eso no significa contradicción. Generalmente la respuesta tiene que ver con la forma en que cada evangelista organiza el material en cada momento de la vida del Señor. El énfasis que quiere dar en su narración.

Por ejemplo, al hacer un informe misionero, por ejemplo de una visita a Cuba, haríamos un resumen cronológico de los principales lugares que se visitó, por donde se entró y salió del país. Pero al hacer énfasis en la hospitalidad no necesariamente hay que mantener ese orden, sino que se puede reunir las diferentes experiencias y contarlas juntas. Lo mismo al hablar de los problemas de las infraestructuras, de las necesidades más importantes de los creyentes. Esto es interesante porque enseña que los biógrafos de Jesús no escribían de forma anárquica, sino que eran personas preparadas, que sabían organizar el relato, usar los recursos literarios y todo ello sin faltar a la verdad. 

Volviendo al texto, cronológicamente hablando, parece que es Marcos quien sitúa este encuentro en su momento histórico. 

La lepra, una enfermedad terrible.

Dice Lucas, que en una de las muchas poblaciones que Jesús visitó, posiblemente en las afueras, le salió al encuentro un hombre lleno de lepra. (Lc 5:12) “Sucedió que estando él en una de la ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra,…”

La lepra es una enfermedad terrible causada por una bacteria, frecuente en el Israel de aquella época. Una enfermedad degenerativa que deformaba la cara, las manos y los pies. Llenaba a las personas de bultos y úlceras que supuraban y daban mal olor, afectaba a los músculos y a los nervios, la carne llegaba a desprenderse, y se perdía la nariz, las orejas, los dedos e incluso los pies. Al cabo de unos años, la persona terminaba muriendo. Hasta mediados del siglo pasado no se encontró un remedio verdaderamente eficaz.

Desde que el sacerdote, después de un examen riguroso, la diagnosticaba oficialmente el cambio de la vida era brutal (Lv 13:45-46). Llevaba la muerte en su carne, por tanto:

Cambiaba sus vestidos por unos rotos, harapientos, incluso el cabello debía estar desordenado, así se expresaba la tristeza y dolor de su condición.

Tenía que abandonar su familia y amigos, sus posesiones, y vivir en lugares deshabitados. 

Cuando se acercaba a un población debía ir gritando su condición de inmundo, a fin de que las personas se apartaran y evitaran el contacto.

En consecuencia, tampoco podía participar de la vida religiosa del pueblo.

Dependía de las limosnas para poder vivir.

De ahí que se le considerara casi literalmente un muerto en vida. No contaba para nada y no tenía esperanza. Su enfermedad era incurable.

La lepra, una ilustración del pecado.

Este cuadro de la enfermedad nos ayuda a entender por qué la lepra viene a ser una ilustración del pecado y sus consecuencias. Mira las palabras que usa Isaías para describir a aquellos que viven en rebeldía contra Dios y persisten en su pecado:

(Is 1:5-6) “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.”

Vivir enemistado con Dios no es “una risa”, sino que tiene consecuencias terribles:  

De la misma forma que la lepra significaba separación, hay una lepra del alma que mantiene a todos los hombres lejos de Dios y que causa separación aún entre los seres humanos. Hablamos del pecado (Ro 3:23).

De la misma forma que la lepra deforma a la persona, el pecado degrada moral y espiritualmente al ser humano.

De la misma forma que la lepra conducía a una muerte horrible e inevitable, la  Palabra de Dios dice que la paga del pecado es muerte (Ro 6:23). Eterna separación de Dios, juicio y condenación eterna.

De la misma forma que la lepra era humanamente incurable, la lepra del pecado es una realidad de cuyas consecuencias no nos podemos librar por nosotros mismos, no sirven las religiones, las buenas obras, las penitencias etc. (Ro 7:24-25a).

La actitud del leproso.

(Mr 1:40) “Vino a Él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: si quieres puedes limpiarme.”

La forma en que este hombre vino a Jesús es significativa. Se desplomó sobre sus rodillas y con su cabeza en la tierra (Lc 5:12), es decir, totalmente roto y humillado,  clamó al Señor. 

Este comportamiento es una ilustración de la actitud con la que los seres humanos deberíamos acercarnos a Dios para el perdón y la Salvación: En humildad, rechazando toda forma de soberbia, y reconociendo nuestra necesidad e incapacidad (Sal 34:18) (Sal 51:17). 

“Si quieres puedes limpiarme” dijo el leproso. Él sabe que Jesús puede, pero ¿querrá limpiarle? Al fin y al cabo, lo suyo era lepra, no fiebre, o ceguera, o sordera. Se trataba de un desecho de la sociedad, incluso, según se creía una persona castigada por Dios. Por otro lado, estas palabras revelan que estaba dispuesto a aceptar tanto un sí como un no.

La actitud de Jesús.

Esta incertidumbre del corazón de aquel pobre hombre explican el comportamiento y las palabras de Jesús a continuación:

(Mr 1:41) “Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio.”

Tres cosas destacamos aquí: El corazón, el comportamiento y las palabras de Jesús. 

Su corazón: El evangelista, por un momento, nos da la oportunidad, de penetrar en el interior de nuestro Señor. La expresión “teniendo misericordia” se traduce literalmente “sus entrañas se conmovieron dentro de Él”. 

¡Que maravillosa es la persona de nuestro Señor!  “Las angustias de las personas son sus propias angustias. Ama tierna e intensamente a los afligidos y se muestra solícito en ayudarlos.” ¡Que el Señor nos de entrañas como las suyas! esta podría ser nuestra oración.

Su comportamiento: A continuación, el Señor hace algo que sorprende a todos: “Jesús, … extendió la mano y le tocó”. Posiblemente, desde el momento que el sacerdote le declaró leproso y se vio obligado a vivir en lugares desiertos, nadie, salvo quizás algún otro leproso, le había tocado. 

Sus palabras: e inmediatamente, las palabras de vida del Señor: “Y le dijo, quiero, sé limpio.” Quizás no era necesario decirlo, el tocarlo anticipaba la respuesta, pero Jesús no quería que quedara ninguna clase de duda. No estaba actuando forzado por las circunstancias ni contra su voluntad, Él podía, y deseaba hacerlo.

La sanidad de aquel hombre.

Cuando alguien tocaba a un leproso, incluso los objetos que este había usado, esa persona quedaba ritualmente contaminada y tenía que someterse a un proceso de purificación. Pero en el caso de Jesús ocurrirá todo lo contrario, “lo puro toca lo impuro y lo impuro es purificado”:

(Mr 1:42) “Y así que hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.”

Todas las grotescas consecuencias de la lepra desaparecieron. Su piel, su cara, sus manos, sus pies, su nariz, sus orejas, su cabeza, sus nervios, sus músculos, todo fue completamente restaurado. En un instante fue totalmente limpio. Con esta acción nuestro Señor, además de misericordia, estaba anticipando el valor de su muerte en la cruz a favor del pecador: 

(Is 53:4-5) “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

(2 Co 5:21) “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

(1 P 2:24) «quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.»

Un encargo riguroso.

Lo que sigue son unas palabras algo desconcertantes de nuestro Señor, y que han provocado ríos de literatura. 

(Mr 1:43-44) “Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.”

El Señor le prohíbe rigurosamente contar lo sucedido (el verbo es fuerte, embriomaomai, y significa enojarse, indignarse) y le apremia a ir rápidamente a Jerusalén para cumplir con los ritos de purificación y ser declarado limpio.

¿Por qué no quiso Jesús que el hombre divulgara cómo y quién le había sanado? ¿Por qué este vocabulario tan fuerte? Primero una respuesta que nos sonará extraña, pero que no es difícil que la escuchemos en más de una ocasión: “Jesús estaba enfadado con el leproso porque este encuentro le forzó a cambiar sus planes”. El leproso no respetó la norma de mantenerse alejado de las personas sanas, recordamos como en el caso de los 10 leprosos estos pidieron sanidad desde lejos (Lc 17:12-14). El Señor se vio obligado a entrar en contacto con él y en consecuencia quedó inmundo. 

Esto significa que ya no podía entrar libremente en las ciudades y menos aún predicar en las sinagogas. De ahí su gran enfado. Para evitar un conflicto innecesario con los sacerdotes de Jerusalén el Señor le manda callar e ir rápidamente a cumplir con la ley de Moisés. Para apuntalar el argumento, hay quienes favorecen el cambio del verbo “movido a misericordia” de (Mr 1:41) por “indignado”, y que aparece en algunos manuscritos antiguos. 

Este es el motivo por el que en su momento insistimos tanto en el valor de las palabras de Jesús “quiero, se limpio” (Mr 1:41). El Señor ni se vio forzado, ni actuaba indignado, sino que lo hizo de propia voluntad y con toda conciencia.

Por otro lado esa explicación, en su afán por resaltar el aspecto humano del maestro, lo que hace es desdibujar y arrojar sombras sobre su carácter y persona. Le describen como actuando en contradicción, con cierta confusión, tratando de corregir la situación, como si se hubiese precipitado. A continuación algunas explicaciones mas razonables:

explicaciones mas razonables:

 1.- Evitar una reacción negativa de los sacerdotes contra el propio leproso. Es decir, no quería que se entretuviese contando lo sucedido, quería que llegara pronto a Jerusalén. Que la noticia de su sanidad no llegase a los sacerdotes por otros medios y estos, predispuestos contra Jesús, no quisieran purificar ceremonialmente al leproso. 

2.- Evitar el arraigo de un concepto equivocado sobre su persona. Es decir, que el pueblo le viese más como un obrador de milagros, un taumaturgo, y no como alguien que anunciaba las buenas nuevas de parte de Dios (Jn 6:26).

3.- Evitar el entusiasmo nacionalista. Es decir que el pueblo, entusiasmado por los milagros que el Señor hacía y deseoso como estaba de la liberación romana, propiciara algún tipo de rebelión.  Recordemos lo que sucedió poco después tras el milagro de la alimentación de los cinco mil (Jn 6:14-15).

4.- Evitar aglomeraciones de personas curiosas que podrían estorbar el desarrollo normal de su ministerio.  En otras palabras, evitar lo que finalmente sucedió. No podía entrar con normalidad en las poblaciones a causa de la expectación que causaba (Mr 1:45).

De las cuatro, las tres últimas son las que personalmente encuentro mas razonables, y en especial la cuarta. Aunque la respuesta puede estar en una combinación de varias.

“Muéstrate al sacerdote”.

El encargo del Señor era doble. Además de no expandir lo sucedido estaba el de ir al sacerdote en Jerusalén. ¿Por qué?  ¿No era suficiente la acción de Jesús? En este caso hay una suma de motivos:

1.- Su respeto a la Palabra de Dios: El Señor entró muchas veces en conflicto con los maestros de Israel a causa de las malas interpretaciones de la Palabra de Dios, pero nunca de manera innecesaria.

El había venido a cumplir, en el sentido de agotar la Ley de Moisés en su persona (todo el aspecto ceremonial y de sacrificios), pero entre tanto eso sucedía el Señor se mostró cuidadoso con cumplir lo que la Palabra enseñaba.

2.- Para que el leproso fuese restaurado de nuevo al pueblo. Siguiendo con lo anterior, era a los sacerdotes (Lv 14:1-30) a quienes correspondía examinarle y declararlo limpio.

3.- Para testimonio a los sacerdotes y autoridades de Israel. Por un lado esto evidenciaba que Jesús respetaba la Ley de Moisés (Mt 5:17), y por otro, lo mas importante, era una evidencia de Él era el Mesías (Mt 11:2-5). 

El Mesías no podía traer una edad de gozo y santidad si las enfermedades, y en especial un mal como la lepra, no era desarraigada (Is 29:18-19) (Is 35:6-8) (Is 61:1-3).

La desobediencia del leproso.

(Mr 1:45) “Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes.”

Nos gustaría justificar la desobediencia de este hombre como, “un exceso de celo” “no podía retener el entusiasmo”, “todos oyeron hablar de Jesús”, “cómo va a ver algo malo, Jesús lo comprende”. Pero no es posible, la prohibición fue muy clara y en términos rigurosos. En esto no podemos alabarle. Y lo decimos con temor, pues no estamos libres del mismo pecado.

La consecuencia ya la hemos mencionado. El Señor ya no pudo entrar en las poblaciones y predicar en las sinagogas. Probablemente, muchas de las personas que ahora le buscaban lo eran más por curiosidad o por algún motivo interesado que por la necesidad de escuchar la Palabra de Dios, posiblemente esta desobediencia también impidió que otras personas pudiesen ver y oír al Señor (Lc 5:15-16). 

¿A veces no entendemos los mandamientos del Señor? ¿No vemos lógica a lo que nos pide? ¿Cuesta obedecer? Pero esto no justifica la desobediencia. En todo caso, pidamos sabiduría al Señor para entender sus propósitos y roguemos por fuerzas para obedecer su Palabra.

Uno de los comentaristas imagina al leproso llevado por el entusiasmo y elevando alabanzas a Dios mientras contaba lo sucedido. Entonces, acertadamente comenta:

“…sin embargo, la obediencia es la mejor de las alabanzas. Nuestras buenas intenciones y deseos no justifican nuestras desobediencias. El celo no es sustituto de la obediencia.”

1 Ver Keil & Delitzsch, Comentario al Texto Hebreo del Antiguo Testamento, tomo I. 2008. Editorial Clie. Pág. 334.

Natanael Leon