18 La blasfemia contra el Espíritu Santo


La blasfemia contra el Espíritu Santo.

(Marcos 3:20-29)

¿Qué es el pecado contra el Espíritu Santo? ¿Qué lo hace tan horrendo? ¿He cometido ese pecado? ¿Me puede suceder?blasfemia Espíritu Santo

Son muchos los creyentes sinceros que sufren con este tema. Leer estas solemnes palabras les turba. Una situación que, como escribe el profesor Carballosa, “ha llevado a muchos a la ansiedad, la derrota, la turbación, y a veces hasta el suicidio.” 1.

Alarma en torno a Jesús.

Antes de examinar los versos que mencionan la blasfemia contra el Espíritu, debemos situarnos en el contexto y estudiar los acontecimientos previos. “Alarma en torno a Jesús” ¿Por qué este título? Para resaltar el ambiente tan tenso e insostenible que se había creado a su alrededor. Era tiempo de actuar.

Por un lado, sus más cercanos deciden tomar cartas en el asunto y apartarle del ministerio por un tiempo: “Está fuera de sí” (Mr 3:21). Y por otro el magisterio teológico judío, los escribas de Jerusalén, deciden emplear la artillería pesada para desautorizarle: “¡Tiene a Beelzebú!”, “¡Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios!” (Mr 3:22).

“Los suyos” quieren llevarse a Jesús (Mr 3:20-21).

Una cuestión interesante es entender cuando ocurrieron los hechos que ahora mencionamos. En una primera lectura pareciera que ocurren justo después del nombramiento de los Doce. Sin embargo no es así.

Cronología de los acontecimientos.

Marcos, fiel a su estilo más dinámico y selectivo (es el más breve de los cuatro evangelios), da un salto sustancial en el ministerio de Jesús. Esto lo sabemos al compararlo con Mateo y Lucas. 

Para cuando el evangelista retoma la narración, el Señor ya ha predicado el Sermón del Monte (Mt 5:1-7:29), ha sanado al siervo del centurión (Mt 8:5-13) (Lc 7:1-10) e incluso ha hecho un segundo viaje misionero por Galilea (Lc 8:1-3), esta vez en compañía de los Doce. Esto último es importante porque el punto donde Marcos parece retomar el relato, es precisamente al final de este viaje.

“Y se agolpó de nuevo la gente,”.

Marcos comienza contando una situación que podríamos clasificar de complicada para Jesús:  

(Mr 3:20) “Y se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer pan.” 

Este de nuevo indica que este tipo de revuelo era frecuente cada vez que se conocía que Jesús estaba de regreso. Pero esta ocasión fue distinta. Había tanta gente en el patio y en la casa que literalmente no tenía ni tiempo ni espacio para comer. Parecía que todo estaba desbordado. Pero ¿por qué? ¿qué pasaba? En este caso tenemos que acudir de nuevo al evangelista Mateo. 

En algún momento del regreso a casa, posiblemente al concluir el viaje misionero, le traen un hombre endemoniado, ciego y mudo; y Jesús lo sanó (Mt 12:22). Al parecer esto fue “la apoteosis”. La gente, según Mateo, no solo estaba atónita sino que unos a otros se preguntaban “¿Será este aquel hijo de David?” (Mt 12:23).

“Y los enemigos del hombre serán los de su casa.” 

(Mr 3:21) “Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí.”

No sabemos con certeza quienes son los suyos, si su familia (hermanos, primos y otros parientes), amigos de la familia, o una combinación de ambos. Tengamos presente que sus hermanos todavía no creían en Él (Jn 7:5). El caso es que cuando oyeron lo que sucedía, decidieron acudir rápidamente a Capernaum para llevárselo. “¡Está fuera de sí!” decían ellos, “del poco dormir, del poco comer, y de tanto enseñar se le secó el cerebro!”. 

Quizás pensaban que de esta manera le salvarían la vida, y de paso ponían fin a la incomoda situación que tenían en Nazaret. Por causa de Jesús toda la familia y amigos era el centro de los comentarios y las miradas, incluyendo a las autoridades y líderes religiosos. Pero no lo consiguieron. Posiblemente tuvieron que desistir por causa del gentío que había. El caso es que volverán a intentarlo más tarde (Mr 3:31-35).

¿Podemos imaginar el dolor del corazón de Jesús al ver que sus más íntimos no le apoyan sino trataban de apartarlo de su Obra? Muchos de nosotros tenemos el privilegio de pertenecer a familias donde una parte o la mayoría son cristianos. Pero esto no siempre es así. Son muchos los que han venido solos a la fe. Nadie de la familia, ni su conyugue o sus hijos, ha querido comprometerse. Como consecuencia tienen que luchar no solo con la incomprensión de los amigos y conocidos, sino de su propia casa (Mt 10:36).

En muchos casos se tolera mejor las largas juergas de fin de semana, la vida disoluta o que se malgaste el dinero en tabaco, alcohol, drogas, juegos de azar, que un compromiso con Dios, como si esto último fuese malgastar la vida (Mr 8:34-38).   Es consolador saber que nuestro Salvador se identifica con nosotros no por la teoría, sino por la experiencia ¡Nos entiende! (Hb 4:15).

El ataque de los escribas (Mr 3:22).

(Mr 3:22) “Pero los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios.”

Marcos nos dice que una comitiva de “expertos en Biblia” se había trasladado desde Jerusalén a Nazaret. Evidentemente estaban preocupados por la dimensión que estaba tomando el “fenómeno Jesús” en todo Israel. El caso es que ante el “desborde de la situación” (Mt 8:28-29) y la inquietud de la gente “¿Será este aquel hijo de David?” se vieron obligados a intervenir. Había que dar respuesta a lo que estaba pasando.

¿Qué harían? Habían escuchado las enseñanzas y visto las señales. Los milagros no se podían negar y nadie dudaba que los exorcismo eran reales. ¿Reconocerían que Jesús era el Mesías?  ¿Se someterían a Su Persona? 

Una explicación “aceptable”. 

Pero tristemente no fue así. La soberbia y el orgullo religioso pudo mas en sus corazones. Encontraron una explicación aceptable, aunque fuese increíble, que les permitía desacreditar a Jesús y además preservar sus privilegios y su religión. Actuaron de la misma forma que hacen muchos cuando son enfrentados con su pecado e invitados a tomar una decisión por Cristo. A pesar de las evidencias, el orgullo puede más y cualquier excusa sirve para rechazarlo.

En este caso la excusa aceptable fue “Jesús está poseído por Beelzebú”. “Jesús está asociado con el maligno. Por eso tiene poder.” “La buena gente debería perseverar en la religión y tradiciones de sus padres y no dejarse engañar por este enviado del diablo.”

La respuesta de Jesús (Mr 3:23-30).

(Mr 3:23) “Y habiéndolos llamado, les decía en parábolas…”

La respuesta no se hizo esperar. Jesús mismo toma la iniciativa, los llama, y los confronta con sus argumentos. Lo hace usando pequeñas parábolas o ilustraciones, y apelando al más mínimo sentido común: “¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás?” (Mr 3:23) “Y si Satanás se levanta contra si mismo, y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado a su fin.” (Mr 3:26) 

Esta respuesta de Jesús podemos dividirla en tres partes: Primero, una observación lógica; una conclusión lógica; y por último, una solemne advertencia.

Una observación lógica: 

“Las divisiones internas no fortalecen, generan destrucción.” Y esta verdad, fácilmente verificable con la historia, la ilustra con dos ejemplos: 

Parábola del reino dividido: (Mr 3:24) “Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer.” No hace falta añadir mucho. La guerra civil en el seno de una nación la lleva a la derrota, no a la victoria. Se desangra, se debilita, se arruina, y se convierte en presa fácil. La historia está llena de ejemplos, incluyendo al propio Israel.

Parábola de la familia dividida: (Mr 3:25) “Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer.” Tampoco necesita mucho comentario. Cuando en una familia, por poderosa que sea, se hacen la guerra los unos a los otros, esa familia está condenada al fracaso. Si hay peleas continuas entre el esposo y la esposa, el matrimonio no durará. Si hay divisiones dentro de una iglesia local, esta no durará.

Y concluye: (Mr 3:26) “Y si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin.” Es absurdo. Si Satanás estuviese en guerra contra sus propios demonios significa que tiene una guerra civil. Entonces está acabado. Como alguien precisa: “Este mundo no es el escenario de una división dentro del reino de Satanás, sino el de un terrible conflicto entre el poder del mal y el poder de Dios, entre el reino de Cristo y el de las tinieblas.”

Una conclusión lógica:

(Mr 3:27) “Ninguno puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa”.

Satanás es el hombre fuerte. Ejerce un control férreo sobre este mundo y sus posesiones. Pero el hecho de que Jesús expulse demonios y libere a las personas significa que uno más fuerte ha entrado en escena (Is 49:24-25). Alguien, cuyo propósito es deshacer las obras del diablo, dar libertad a los cautivos (1 Jn 3:8) (Jn 8:34-36) y traer a este mundo el reino de Dios (Lc 4:17-21).

Nuestro Señor mostró esta fortaleza superior cuando le resistió en la tentación del desierto (Mr 1:12-13) y la evidenciaba en cada ocasión que liberaba un cautivo de las garras de Satanás (Mr 1:32-34). De esta forma quedaba demostrado que si alguien podía introducir el Reino de Dios en este mundo era Él (Mt 12:28).

Jesús demostró que no necesitaba del poder del enemigo para su misión. Además de ser un absurdo, Él obraba en el poder del Espíritu Santo (Mt 12:28) (Lc 11:20).

Una solemne advertencia.

(Mr 3:28-29) “De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno.”

Finalmente el Señor advierte que esa cerrazón en negar las evidencias que le señalan como el Mesías, y esa obstinación en atribuir su poder al mismo Satanás, si no la abandonaban, terminaría por llevarles a un punto sin retorno, a un endurecimiento tal que ya ni el arrepentimiento ni el perdón tendrían cabida. “Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo.” (Mr 3:30).

Personalidad y Divinidad del Espíritu Santo.

Una de las cosas que más llaman la atención es la dignidad con que Jesús trata al Espíritu Santo en esta porción. Una dignidad que apunta a su personalidad y a su divinidad:

Jesús da la misma dignidad al Espíritu que a Dios el Padre. Los sitúa en el mismo plano de igualdad. El texto implica que hay pecado contra Dios Padre, que hay pecado contra el Hijo, y hay pecado contra el Espíritu Santo (Mr 3:28). 

Jesús da un trato diferenciado/relevante al Espíritu Santo, en contraste consigo mismo y Dios el Padre. Mientras que los pecados contra el Padre y el Hijo pueden ser perdonados, este no (Mr 3:29)

Jesús se refiere al Espíritu como persona, y no como fuerza activa o poder. Por eso se le puede ofender gravemente e incluso resistirle.

Se le ofende como Dios. Blasfemia tiene el sentido estricto de “proferir injurias contra Dios” un comportamiento desafiante e irreverente contra su Persona.

1. Situar al Espíritu en el mismo plano de igualdad con Dios el Padre es una grave ofensa a la Divinidad, salvo que el Espíritu sea Dios. 2. Darle un trato diferenciado/relevante respecto al Padre, es cuanto menos un atrevimiento censurable, salvo que el Espíritu sea Dios. 3. Y por último, que se le pueda ofender con blasfemia implica que estamos ante una persona Divina. El Espíritu es Dios.

La blasfemia contra el Espíritu. 

Hacemos una pausa en la exposición, y nos preguntamos ¿Qué es el pecado contra el Espíritu Santo? ¿Qué lo hace tan horrendo, al punto de que no puede ser perdonado? ¿He cometido ese pecado, me puede suceder?

¿Por qué detenernos en este punto? 

¿Por qué nos detenemos aquí? Porque hay muchos creyentes que sufren con este tema. Leer estas palabras tan solemnes de Jesús los turba, les quita la paz del corazón. Una situación que, como escribe el profesor Carballosa, “ha llevado a muchos a la ansiedad, la derrota, la turbación, y a veces hasta el suicidio.”1.  

En unos casos, estamos hablando de creyentes que desean una relación de mayor intimidad con Dios, y una y otra vez examinan sus conciencias para estar seguros de que no han cometido este pecado. También están aquellos que han tenido una mala experiencia espiritual, han cedido al pecado, se han apartado de la fe, y ahora les consume la idea de que hayan podido cometer este pecado que Jesús llamó imperdonable. 

No deja de ser curioso, y esto debe hacernos reflexionar, que precisamente los que mas se preocupan por este pecado sean creyentes. Mientras que precisamente aquellos a los que van dirigidas las palabras de Jesús, es decir los incrédulos, y dentro de esta categoría, aquellos que de forma maliciosa se resisten obstinadamente a la Verdad, ni siquiera se inmutan. Como escribe otro expositor bíblico, “podemos estar razonablemente seguros que los que temen haberlo cometido y se preocupan por ello, y buscan las oraciones de otros, no lo han cometido”2. El mismo hecho de tener esta inquietud, de luchar con esta duda, es señal de que no han cometido este pecado.

Otra razón para detenernos en este concepto es el mal uso que se hace de esta enseñanza de Jesús. Hay sectas que lo utilizan para engañar y manipular a las personas en su propio beneficio. Usan el miedo. Pero también los hay que, para evitar que nadie cuestione “su ministerio” o acallar voces críticas,  amenazan a los creyentes con este pecado. 

Qué no es este pecado imperdonable.

Antes de ver en qué consiste la blasfemia contra el Espíritu Santo, la cual, dice el texto bíblico “no tendrá perdón jamás”, veamos algunos conceptos que aunque sean populares, no son la blasfemia contra el Espíritu. Recordemos que blasfemia son tanto palabras injuriosas contra Dios, como acciones de desprecio contra la divinidad o aquello que le pertenece.

Una vida tremendamente depravada e inmoral. Es cierto que aquel que rechaza una y otra vez la luz del Evangelio, perseverando desafiantemente en su pecado y regocijándose en su depravación, corre el peligro de endurecer su corazón al extremo que Dios lo abandone a su destino, como sucedió con faraón en Egipto. Pero este no es el pecado del que el Señor habla aquí. Precisamente los escribas y fariseos no eran personas depravadas en sus costumbres sino mas bien todo lo contrario.

Blasfemias u ofensas graves al nombre de Dios. Muchas veces son consecuencia de una vida depravada e inmoral. Pero en este caso, el mismo Señor aseguró que podrían ser perdonados.

El suicidio. Es un tema controvertido que enciende pasiones. Sin embargo tampoco es el tema aquí. Ni está en la mente del Señor ni está en la mente de los escribas.

La apostasía personal. Esta apostasía requiere que primero, antes de rebelarse contra Dios, la persona tenga una relación muy estrecha con el Evangelio, al punto que parecía uno más con los verdaderos creyentes (1 Ti 4:1-3) (Hb 3:12). Pero de nuevo concluimos que ese no es el caso. Estos escribas, aunque tuvieron un testimonio indiscutible, de primera mano, respecto a Jesucristo como el Hijo de Dios, siempre se mantuvieron distantes de Jesús. No simpatizaban con Él.

El pecado de muerte (1ª Jn 5:16 ) En ese caso Juan habla de un verdadero creyente que sufre una corrección severa del Señor, en este caso la muerte física, no la condenación (1 Co 11:30). Sin embargo, en nuestro texto el Señor se refiere a incrédulos, personas que rechazan creer. 

En qué consiste este pecado contra el Espíritu Santo. 

Recordemos el contexto. Según Mateo Jesús acaba de sanar a un endemoniado ciego y mudo (Mt 12:22). Y la gente, que estaba atónita, se preguntaba si no sería este el Hijo de David, es decir el Mesías (Mt 12:23). Ante la necesidad de cortar por lo sano aquella situación y desautorizar a Jesús, los escribas esparcen la voz de que Jesús estaba endemoniado, que Satanás era su poder (Mt 12:24) (Mr 3:22).

Si nos atenemos al texto bíblico nos damos cuenta que blasfemar contra el Espíritu consiste en: “Atribuir a Satanás las obras que hizo Jesús en el poder del Espíritu Santo (Mr 3:22,30), pero además hacerlo de manera maliciosa y perseverante.” No se trata tan solo de expresar una opinión o hacer un juicio de valor.

Esta malicia se ve en el hecho de que ellos actuaron de forma premeditada, negando lo evidente, que venía de Dios (Jn 3:2), y con ánimo de destruirle (Mr 3:6).

Esta perseverancia, esa actitud firme y decidida en sus palabras, se ve en la expresión “ellos habían dicho” (Mr 3:30), una acción continua que puede leerse también “ellos constantemente decían”.

Por qué esta blasfemia fue imperdonable.

El Señor Jesucristo fue claro en esto, cualquier pecado, por atroz u horrendo que sea, aún siendo contra la divinidad, tiene perdón si hay arrepentimiento (Mr 3:28). Entonces, ¿Por qué este no? ¿Qué lo hace diferente? ¿Acaso es el Espíritu mayor que el Padre o el Hijo? La respuesta no debemos buscarla en la dignidad que tienen las personas de la Trinidad, pues estas son coiguales, sino en la Obra que el Espíritu Santo realiza. Según las Escrituras el Espíritu Santo tiene dos funciones principales: 

Revelar la verdad de Dios a las personas: Es el Espíritu Santo quien ilumina la mente de las personas y aplica el mensaje del Evangelio a los corazones. “Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” (Jn 16:8-11).

Capacitar a las personas para hacer la obra de Dios: Es el Espíritu Santo quien fortalece al creyente tanto para la vida cristiana como para la Obra Dios. “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hch 1:8).

Nuestro caso tiene que ver con el primero de estos ministerios. Iluminar la mente y aplicar el mensaje del evangelio. Aquellos escribas estaban resistiendo la revelación de Dios dada por medio del Espíritu acerca de Jesús. Y además lo hacían blasfemando, atribuyendo a Satanás las obras que le identificaban como el Mesías.

¿A dónde conduce el resistir la Obra de convicción del Espíritu? Dicho de otra manera ¿Qué opción queda a la persona que se niega a recibir una y otra vez el testimonio del Espíritu Santo? La condenación eterna. Esto es interesante, no es que en la sangre de Jesús no haya perdón para todos los pecados, sino que con su actitud, han convertido su pecado en imperdonable. Si pasas a la eternidad sin Cristo ya no hay marcha atrás.

¿Se puede cometer en la actualidad?

Esta es una pregunta interesante. Hay expositores bíblicos que afirman que este pecado concreto, a la forma que lo cometieron los escribas, no se puede repetir. Se llama la atención a los siguientes puntos:

Las circunstancias: El contexto o las circunstancias que confluyeron en aquella ocasión son irrepetibles. Se necesitaría la presencia literal de Jesús, la confluencia extraordinaria de señales que testificaran de que es el Hijo de Dios, y una actitud perseverantemente maliciosa como la de los escribas.

El testimonio posterior. El hecho de que este tema fuese mencionado solamente una vez por el Señor y que los Doce,  a pesar de su gravedad, no lo retomasen -ni aún Pablo, a pesar de sus numerosos enfrentamientos con los judíos, hizo referencia a esta blasfemia- hace pensar que es un pecado relacionado con la presencia del Mesías. Solo entonces puede cometerse.

El pecado imperdonable que permanece.

Sin embargo, aunque este pecado no pudiese repetirse tal cual lo hicieron aquellos escribas, existe una forma en que sí permanece. Como antes dijimos, el Espíritu tiene la tarea de convencer de pecado, justicia y juicio, a aquellos que no son salvos (Juan 16:8). Resistir esa convicción y permanecer voluntariamente sin arrepentirse, es «blasfemar» al Espíritu. Lejos de ser algo “crema” o para jactarse, esta actitud puede tener terribles consecuencias:

La persona que rechaza el llamado del Espíritu para confiar en Jesucristo y muere en incredulidad no tendrá perdón, ni en este siglo ni en el venidero.

La persona que una y otra vez, desprecia el Evangelio, perseverando desafiantemente en su pecado y regocijándose en su depravación, corre el peligro de endurecer su corazón al extremo que Dios lo abandone a su destino, como sucedió con faraón en Egipto.

El amor de Dios es evidente: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Y la necesidad de elegir y sus consecuencias es clara: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que rechaza al Hijo no verá la vida, porque la ira de Dios permanece sobre él» (Juan 3:36). 

A los creyentes, esta realidad nos recuerda la solemnidad del mensaje que predicamos, y a los amigos debería servirle como solemne advertencia.

Su madre y sus hermanos buscan a Jesús (Mr 3:31-35).

Después de este paréntesis, retomamos la narración de Marcos y llegamos a una escena poco conocida. El momento en que sus hermanos y su madre buscan a Jesús, pero no con la intención de sentarse para aprender sino para llevarle a casa. 

Al comienzo de la exposición (Mr 3:20-21) vimos una escena parecida. En aquella ocasión los protagonistas eran “los suyos”. Sin embargo en este caso no hay ambigüedad. Se trata de su madre y de sus hermanos. Sin duda están influidos por la tensión que se está generando en torno a Jesús y están preocupados por su bienestar.

(Mr 3:31) “Vienen después sus hermanos y su madre. Y quedándose afuera, enviaron a llamarle.”

Parece que el Señor estaba enseñando en una casa, podemos pensar que en el patio. Él sentado en el medio, los apóstoles además de sus discípulos sentados alrededor, y una multitud de oyentes rodeando al grupo. Todos escuchando atentamente las enseñanzas del Maestro.

“Vienen después sus hermanos y su madre.” Esta es la primera mención directa que Marcos hará a la familia de Jesús, y que ha desatado no poca polémica por dos motivos: ¿Jesús tenía hermanos? y ¿Cómo se debe entender la presencia de María en esta escena?

Los hermanos de Jesús

Jesús sí tenía hermanos. La única razón para dar un sentido diferente a la expresión hermanos esta en la mitificación que la tradición y el catolicismo romano hicieron de María, aseverando entre otras cosas que siempre fue virgen. Como si la relación marital fuese algo pecaminoso o sucio.

Estos hermanos serían hijos naturales de José y de María, nacidos después que Él y por tanto mas pequeños: “Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.” (Mt 1:24-25) 

Observamos dos cosas, el verbo “conoció” que hace referencia a la consumación del matrimonio y el término “primogénito” que indica que fue el primero de varios hermanos. Un poco más adelante, Marcos nos dará los nombres de sus cuatro hermanos y nos informa que también tenía hermanas (Mr 6:3) (Mt 13:55). «¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.» (Mr 6:3) 

La presencia de María.

De la misma manera, aquellos que tienen una visión mitificada de María tienen problemas para aceptar que esta, junto con sus hijos, interrumpiese las enseñanzas de Jesús y presumiblemente tratase de llevarlo a casa. Sin embargo de este acontecimiento lo que aprendemos son dos cosas muy interesantes:

1º. Esta presencia muestra es que era una madre preocupada por la salud y el descanso de su hijo. Exactamente igual que las otras madres. 2º. Era una creyente en crecimiento. Sin duda era una mujer virtuosa, de gran corazón y sensibilidad espiritual. Con una percepción especial sobre el llamado de su hijo, pero como el resto de creyentes también estaba en proceso de madurez. De hecho hay textos significativos que muestran a María envuelta en esta experiencia de crecer y madurar, con sus aciertos y con sus errores: (Lc 2:41-52) (Jn 2:1-4) (Mt 12:46-50).

La Biblia es un libro único, que no esconde ni las debilidades ni los errores de sus protagonistas. Quien único será perfecto y sin pecado es nuestro Señor Jesucristo.

“Tu madre y tus hermanos están afuera”.

(Mr 3:32) “Y la gente que estaba sentada alrededor le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan.”

Debido a la dificultad para acceder, parece que el mensaje se fue transmitiendo de uno en uno, desde atrás hacia delante, hasta llegar a las personas más próximas a Jesús. El hecho de que la palabra fuera “Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan” implica que lo esperado sería que el Señor interrumpiera la enseñanza, abandonara el circulo de discípulos y saliese a la calle. Recordemos que el mandamiento bíblico “honra a tu padre y a tu madre” de alguna manera obligaría a ello.

Leer esta frase “están afuera, y te buscan” trae diferentes reflexiones: ¿Dónde estamos cuando el Señor reúne a su pueblo? ¿Dentro, con Jesús, o fuera, con aquellos que piensan que tomar en serio las cosas de Dios es un problema? Por otro lado este “afuera” también nos habla de una actitud. Se puede estar entre aquellos que rodean físicamente al Señor, pero estar viviendo fuera del circulo de su intimidad. Ambas situaciones necesitan ser confrontadas y resueltas con la ayuda del Señor. También “buscar al Señor” y menospreciar la comunión de los Santos es un contrasentido. 

“He aquí mi madre, y mis hermanos”

(Mr 3:33-34) “El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.”

La escena y la respuesta de Jesús a la petición de su familia no tiene desperdicio. Hay varios detalles que podemos tener en cuenta:

1º. La sabiduría del Señor. En vez de “perder los nervios” o enfadarse por lo inoportuno de la interrupción, Jesús, con la sabiduría que le caracteriza, da la vuelta a la situación y hace de ella una oportunidad para la enseñanza. 

2º. La nueva familia de Jesús. Al estudiar la elección de los Doce (Mr 3:13-19) dijimos que el Señor, a causa de la incredulidad del pueblo y de sus líderes religioso, había comenzado la formación de un nuevo pueblo espiritual, un pueblo formado por aquellos que sí creían el Evangelio.

Este incidente brinda al Señor el marco oportuno para presentar la realidad de esta nueva familia, una familia que no depende de vínculos físicos sino espirituales, que no termina con la muerte física sino que permanece para siempre, y que se forma alrededor de Su Persona (Jn 1:12). ¡Que privilegio tan hermoso nos ha dado el Señor de pertenecer a esta nueva familia espiritual! A lo largo del Nuevo Testamento, y especialmente a través del Apóstol Pablo, el Señor desarrollará la doctrina respecto a esta nueva familia que es Su iglesia (su naturaleza, su propósito, su esperanza).

3º. No hay desprecio a su madre. Aunque la escena pudo resultar chocante para algunos, ya que Jesús no salió inmediatamente, el Señor no hizo desprecio a su madre. Lo que sí hace es actuar en consecuencia con una de sus más tempranas afirmaciones, y tambien de las primeras enseñanzas que María aprendió: 

(Lc 2:48-49) “Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”

4º. El lugar que debe ocupar la familia. Si bien la familia natural es importante, y debe honrarse y cuidarse, el Señor dejó claro que por encima de cualquier lazo familiar estaba el hacer la voluntad de Dios. Esto es lo que quiso enseñar a María, a sus hermanos y a todos los presentes cuando dijo “He aquí mi madre y mis hermanos” (Ef 6:2) (1 Tm 5:8) (Mt 10:37) (Lc 14:26). La familia nunca debiera ocupar el lugar de Dios, ni suplantar a la familia de la fe.

¿Quiénes forman esta nueva familia?

(Mr 3:35) “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”

¿Cuáles son los requisitos para formar parte de esta nueva familia de Jesús? ¿Es solo para unos pocos privilegiados? La expresión todo aquel que nos enseña que la puerta para pertenecer a esta familia está abierta a todos, no hay excepciones. Sin embargo, la expresión ése es, que tiene el sentido de “ese solo”, que viene a continuación, indica que solo entran en la familia los verdaderos creyentes.

¿Quiénes son los verdaderos creyentes? ¿Cuál es el requisito para pertenecer a la familia? El Señor lo expresa con las siguientes palabras: “hace la voluntad de Dios”. El Señor no está hablando de salvación por obras, ni de acumular méritos para de alguna manera ganar el cielo, según algunos quieren entender. “Obrar la voluntad de Dios” tiene que ver primeramente con oír y obedecer el Evangelio, con arrepentirnos y creer en Jesús, lo cual se evidencia en vidas transformadas, vidas que se distinguen por su obediencia a Dios (Mr 1:14-15) (Jn 1:12-13) (Jn 6:29; 6:40; 6:47).

“Ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” 

“Sus discípulos, que lo habían dejado todo para seguirle, que habían abrazado su doctrina, eran para Él más queridos que cualquier pariente, por próximo que este fuese, según la carne. Pero esto no era privilegio exclusivo de los que le escuchaban entonces; todos los verdaderos creyentes tienen el mismo honor de ser parientes muy cercanos del Señor. El les ama y conversa con ellos como familiares suyos; les acoge en Su mesa, se cuida de que no les falte nada de lo que les conviene y nunca se avergüenza de sus parientes pobres, sino que los confesará delante de los hombres, de los ángeles y de Su mismo Padre.”

1. Ver cita en su comentario a Mateo, Editorial Portavoz.

2. Berkhof, citado por Grudem en su Teología Sistemática, Editorial Vida.