19 La parábola del sembrador


Jesús enseña por parábolas

(Mr 4:1-34).

A pesar del aumento de la popularidad de Jesús y que el número de seguidores no paraba de crecer, posiblemente las palabras que mejor describen su ministerio sean incomprensión y oposición. La polémica y la crispación alrededor de su persona estaba en auge.  ¿Y por qué? ¿Acaso Jesús fracasó como comunicador? ¿Algo estaba mal en su mensaje? ¿Necesitaba revisar su contenido? 

A continuación el Señor pronuncia una serie de pequeños relatos conocidos como parábolas que dan respuesta a estas y otras preguntas. El problema no está en el comunicador ni tampoco en el mensaje, está en el cómo las personas reciben la Palabra. Jesús insistirá en la responsabilidad humana. Por otro lado, que no haya un fruto inmediato no significa que la Palabra sea estéril, y que los judíos rechacen a Jesús no significa que la predicación del Evangelio del reino no haya de extenderse y atraer a muchos.  

La parábola del sembrador

(Mr 4:1-20)

Jesús a la orilla del Mar. 

(Mr 4:1) “Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar,…” 

Son varias las ocasiones en las que Marcos presenta a Jesús enseñando a la orilla del Mar (Mr 2:13) (Mr 3:7) pero sin dar mas detalles. Pero en esta ocasión, el evangelista sí que va a relatar algo de su contenido, aunque si queremos profundizar deberíamos leer el relato en Mateo (Mt 13:1-52).

(Mr 4:1-2) “… y se reunió alrededor de Él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar. Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina:”

Al parecer Jesús empezó enseñando a un grupo reducido, posiblemente los Doce y otros discípulos. Pero poco a poco la gente fue añadiéndose al punto que se formó una gran multitud. Es entonces que Jesús hace dos cosas:

Se sienta en una barca y apartándose unos metros de la orilla enseña a la multitud desde allí. 

Jesús cambia el método de enseñanza. En vez de dirigirse abiertamente a la multitud, ahora les habla por parábolas

De aquí surgen dos preguntas ¿Qué es una parábola? y ¿Por qué por parábolas? ¿A qué se debe este cambio?

 ¿Qué es una parábola?

¿Sabemos qué es una parábola? Parábola viene del griego parabole, y significa “poner una cosa al lado de otra con el propósito de comparar”. En sentido estricto hace referencia a una narración inspirada en la vida cotidiana, y por tanto verosímil, que tiene el propósito de enseñar una lección espiritual. La parábola del sembrador, la de buen samaritano, o la del hijo prodigo son buenos ejemplos. Pero en ocasiones también se utiliza en un sentido más amplio, para referirse a un dicho, un proverbio o una ilustración corta (Mr 3:23) (Mr 7:17).

El propósito de las parábolas.

Otra cuestión interesante es saber con qué propósito usó Jesús esta forma de enseñar. Hay al menos cuatro razones:

Ilustrar una verdad y que esta se recordara fácilmente (Lc 18:1-8). 

Despertar la conciencia de los oyentes, pero de forma indirecta (Lc 18:9-14)

Hacer una especie de criba, separación, entre sus oyentes. 

Cumplir un propósito judicial. Que aquellos que previamente habían endurecido sus oídos y rechazaban a Jesús quedaran en oscuridad. 

En este caso el motivo lo encontramos en las dos últimas. Distinguir a los simples curiosos de aquellos que en verdad tenían interés, y esconder la Verdad a aquellos que previamente habían endurecido sus oídos y rechazaban a Jesús, caso de la mayor parte de los líderes del pueblo (Mt 13:13-15).

Recordemos lo que el Señor está haciendo en esta nueva etapa de su ministerio, y que visualizó cuando eligió a los Doce, formar un nuevo pueblo distinguiendo entre los que en verdad quieren comprometerse con Su Mensaje y Su Persona y el resto.

La parábola del sembrador (Mr 4:3-20).

(Mr 4:3) Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar;”

Así empieza Jesús el relato, y esta es la frase que da título a la parábola, la Parábola del Sembrador. Sin embargo la primera palabra que el Señor utiliza, y que suele pasar desapercibida, es el verbo “Oír”. Un llamado a poner el máximo de atención. Sin duda esta es la invitación también para nosotros, una actitud que terminará marcando la diferencia entre el espectador y el que busca la verdad, entre el profesante y el verdadero creyente, entre el convencido y el convertido.

Las cuatro clases de tierra.

(Mr 4:4-8) “Y al sembrar,  aconteció que una parte cayó junto al camino,… Otra parte cayó en pedregales,… Otra parte cayó entre espinos;… Pero otra parte cayó en buena tierra.”

 

Ahora ocurre algo curioso, el centro de atención se desplaza del sembrador a la tierra. El Señor describe hasta cuatro clases de terrenos donde cae la semilla y lo que ocurre en cada uno de ellos. De ahí que algunos expositores prefieran llamarla “La parábola de las cuatro clases de tierra”.

(Mr 4:4) “Una parte cayó junto al camino,” A la vez que se usaban para cruzar los sembrados, también servían de separación. “Junto al camino” significa que cayó en los bordes, un terreno igualmente pisoteado y endurecido que la impedía penetrar, y que la dejaba a la vista de los pájaros. 

(Mr 4:5) “Otra parte cayó en pedregales,” Un terreno que tenía una fina capa de tierra y todo lo demás eran piedras. Por un momento la semilla brota, parece que hay esperanza, pero antes de que pueda desarrollarse se seca por falta de raíz.

(Mr 4:7) “Otra parte cayó entre espinos;” A diferencia del caso anterior, la semilla no solo brota sino que empieza a desarrollarse. Sin embargo ocurre que el mismo terreno también está ocupado por malas hierbas, la cuales terminan por impedir su desarrollo. Antes de que pueda madurar, dar fruto,  la semilla es ahogada y se pierde.

(Mr 4:8) “Pero otra parte cayó en buena tierra,” Una tierra convenientemente labrada, sin piedras, sin malas hierbas, donde la semilla puede echar raíz, crecer y madurar.

Y a continuación el Señor termina la parábola con una solemne amonestación: (Mr 4:9) “Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga.”

Es decir, el propósito de Jesús no era entretener como a veces pasa desde los púlpitos cristianos. La parábola tiene una enseñanza que descubrir, meditar y aplicar, por tanto, les dice el Señor: “no hagan oídos sordos, reflexionen sobre lo que oyen.” 

Jesús interpreta la parábola (Mr 4:14-20).

A diferencia de otras parábolas, en este caso tenemos el privilegio de que el mismo Señor la explique. Estemos atentos. 

El Sembrador.

(Mr 4:14) El sembrador es el que siembra la Palabra.”

Nada más iniciar la explicación, Jesús nos da dos claves para entenderla: Quién es el sembrador. Qué representa la semilla.

Lo que se siembra, la semilla, es la Palabra (Lc 8:11), en este caso el Mensaje del Evangelio que Jesús ha estado predicando por toda Galilea; por tanto el sembrador es el propio Señor Jesús. De la misma manera, cualquier creyente que anuncia la Palabra es un sembrador de esta buena semilla. 

¿Pero qué sucede con la Palabra una vez anunciada? A todos nos gustaría ver reacciones favorables e inmediatas. Es más, cuesta trabajo entender por qué ante un mensaje tan hermoso, Dios preocupado por el hombre, saliendo a su encuentro para darnos el bien y pagando el mayor precio de rescate de la historia, las personas no dejan su rebeldía o indiferencia y se vuelven a Dios.

Cuatro clases de terrenos.

A continuación el Señor explica que esto sucede porque hay cuatro clases de tierra sobre las que cae la semilla. Estas tierras representan corazones, o mejor dicho diferentes actitudes del corazón frente a la Palabra. ¿Puedes identificar la tuya?

1º. “los de junto al camino” es decir, la tierra dura donde la semilla fue pisoteada y comida por las aves.

(Mr 4:15) “Y estos son los de junto al camino: en quienes se siembra la Palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la Palabra que se sembró en sus corazones”.

Personas endurecidas que actúan con indiferencia e incluso con desprecio frente a Dios y Su Palabra. Posiblemente el Señor tiene en mente la reacción de los dirigentes judíos, los fariseos, los escribas, y otros grupos que se opusieron a Jesús. 

Trasladado a nuestro tiempo, nos recuerda las personas que viven convencidos de su autosuficiencia, tienen otras cosas “más importantes” por las que preocuparse y esto les parece ridículo o inútil. Posiblemente este grupo sea el más numeroso que nos podemos encontrar. Para Satanás no es difícil en estos casos arrebatar la semilla. 

Teniendo en cuenta que la tierra del camino es dura, difícil de penetrar, a causa del paso de animales y personas, hay un autor pregunta por las cosas que han podido endurecer los corazones. Cuantas vidas “pisoteadas” por los hombres, heridas por sus semejantes, incluso por la religión, y que en vez de abrirse a Dios para buscar sanidad, se cierran y endurecen.

2º. “Los que fueron sembrados en pedregales”, sobre una roca cubierta por una fina capa de tierra, donde la raíz no podía profundizar.

(Mr 4:16-17) “Estos son… los que cuando han oído la Palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan.”

Posiblemente el Señor tiene en mente las grandes multitudes que solían rodearle. Personas que recibían con entusiasmo las Palabras del Señor, se admiraban de sus milagros, se preguntaban quién podía ser, pero al final, cuando aparecen los contratiempos, cuando hay que responder a las demandas del Evangelio se echan atrás (Jn 6:66). 

También vemos muchas personas así. Se entusiasman de tal manera al escuchar el evangelio que, por un momento, parece que van a cambiar el mundo, pero de repente, ante la dificultad, ante el compromiso que conlleva seguir a Cristo, ante la oposición del mundo, se escandalizan y dan marcha atrás. 

¿El problema? que “no tienen raíz en sí”, es decir, no hay profundidad de tierra sino la roca de la incredulidad. Por eso terminan fracasando. Y es que, no es lo mismo estar convencido que ser convertido (Heb 3:12). Se cumple así uno de los propósitos de las pruebas y dificultades. Reforzar la firmeza del creyente mientras que aparta a los meros profesantes.

3º. “Los que fueron sembrados entre espinos”, un terreno donde junto con la semilla habían malas hierbas compitiendo por la tierra.  

(Mr 4:18-19) “Estos son … los que oyen la Palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.”

El Señor da nombre a estos espinos. Malas hierbas que batallan para hacer infructuosa la Palabra: Los afanes de este siglo, el engaño de las riquezas y las codicias de otras cosas. 

Los afanes de este siglo. Las inquietud o preocupaciones que acompañan a la vida. Cada edad, cada tiempo, tiene sus propias inquietudes y preocupaciones. Algunas son legítimas, otras son artificiales, creadas por las modas o por las circunstancias. De entrada, distinguirlas sería un gran paso para quitar peso inútil de nuestra vida. 

¿Pero cómo pueden estas cosas competir con el Evangelio? El problema viene cuando se convierten en afán, es decir, llenan la mente y el corazón de tal manera que nublan la perspectiva de las cosas. Entonces se termina colocando la Palabra en segundo lugar, como de menor importancia, hasta que al final se ahoga.

El engaño de las riquezas. Otro enemigo poderoso que disputa por el corazón de los hombres y que muchas veces termina prevaleciendo sobre la Palabra oída (Mr 10:24).  

La riqueza es doblemente engañosa. 1. Porque promete una satisfacción que no puede proporcionar. Hay necesidades del alma que el dinero nunca podrá comprar, y hay una realidad espiritual que las riquezas nunca podrán satisfacer. 2. Porque destruye a quienes convierten el deseo de enriquecerse en la prioridad de sus vidas (1 Tim 6:9-10).

Las codicias de otras cosas: Una frase con la que el Señor quiere referirse a todo el abanico de obstáculos que desde dentro prevalecen sobre la Palabra oída. “Lo que queremos a toda costa” y entonces la Palabra se convierte en un problema. Lucas lo llama “los placeres de la vida” (Lc 8:14).

4º. “Los que fueron sembrados en buena tierra”, en una tierra blanda, limpia de piedras y malezas.

(Mr 4:20) “Y estos son… los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.”

Finalmente hay un grupo, son los menos, que no solo oye la Palabra, sino que también la recibe en el sentido de creerla y hacerla suya, y como consecuencia dan fruto (Mr 3:35) (Lc 8:21). No son mejores que los demás, son iguales, luchan con las mismas heridas, los mismos temores, los mismos afanes de la vida. La diferencia está en que se dan cuenta de su necesidad, quieren ser cambiados, y no resisten a la Palabra.

¿Por qué las personas no reaccionan de forma favorable e inmediata al Evangelio? ¿Falla la Palabra? ¿Se equivoca Jesús? No. La respuesta debemos buscarla en la manera que oímos. En nuestra actitud. Lo adecuado sería preguntarnos ¿Cómo oigo? ¿Cómo responderé a la Palabra? (1ª Tes 2:13).

Un paréntesis extraño (Mr 4:10:13).

(Mr 4:10) “Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de Él con los doce le preguntaron sobre la parábola.”

No sabemos en qué momento exacto ocurrió esto, posiblemente al final de toda la enseñanza. Por tanto se trata de un paréntesis en la narración. Marcos recupera la enseñanza en la barca en 4:26. El caso es que la parábola ha cumplido su misión. Ha hecho “una criba” en el auditorio. Los que tienen “oído”, los que quieren entender, están junto a Jesús, pero los que se conforman con la historia y prefieren quedarse con sus propias conclusiones se han ido. Y es entonces cuando preguntan por el significado. 

A continuación todos esperaríamos una respuesta inmediata de Jesús. Sin embargo no es así. En su lugar nos encontramos con una explicación que parece estar fuera de lugar. Y que además provoca ríos de tinta. Pero si comparamos con el relato de Mateo y de Lucas, nos damos cuenta que en realidad se hicieron dos preguntas: ¿Por qué les hablas por parábolas? (Mt 13:10) y ¿Qué significaba esta parábola? (Lc 8:9). De ahí que Jesús, antes de responder directamente haga esta introducción. 

El misterio del reino de Dios. 

(Mr 4:11) “Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas;”

A partir de ahora el Señor hace notar la diferencia entre  “los que están cerca de Él”, y que representan esta nueva comunidad que el Señor está formando, y “los que están afuera”, es decir, los que no quieren comprometerse con Su Persona y Su mensaje. 

Los primeros tendrán el privilegio de ser enseñados por Jesús, los otros tendrán que conformarse con recibir la instrucción en forma de parábola, en la esperanza de que en algún momento despierte en ellos inquietud. Recordemos la exhortación final: “Entonces les dijo: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mr 4:9) 

Pero ¿Qué quiso decir el Señor con la expresión “el misterio del reino”? Dos cosas: 1º. Que si bien Dios había prometido a un Mesías que reinaría en justicia y paz en Israel, y sobre las naciones, había ciertos aspectos del reino que aún no habían sido revelados por Dios. 2º. Que el momento de sacarlas a la luz había llegado. 

Que los dirigentes judíos rechazaran a Jesús como el Mesías prometido y que el pueblo de Israel mostrara incomprensión respecto a Su persona y Su mensaje, no significó frustración ni fracaso en los planes de Dios para salvar a su pueblo Israel y a toda la humanidad. Esto solo indicaba que era el momento de mostrar una faceta más del plan de Dios. De hay las conocidas como parábolas “del reino” y que están ampliamente desarrolladas en Mateo (Mt 13:35).

¿Y en qué consiste el misterio que ahora es revelado? En este caso, las cosas que el Señor revela en estas parábolas podrían centrarse en tres:

 -Que el Reino de Dios no iba a ser manifestado de forma visible en el mundo durante el ministerio terrenal de Jesús. El rechazo evidenciaba que todavía no era el momento.

 -Que el Reino sin embargo, se iba a establecer en los corazones de los hombres. El campo sobre el cual era sembrada la semilla no era sólo Israel, sino cualquiera que escuchara la Palabra de Jesús.

 -Que el Reino de Dios, la buena noticia de la reconciliación con Dios, no se iba a extender mediante la imposición de las armas, sino por la predicación de la Palabra.

“Para que no se conviertan” 

(Mr 4:12) “para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.”

Jesús está citando palabras del profeta Isaías (Is. 6:9-10) aunque Marcos recoge la cita de manera resumida. ¿De verdad que no quiere que se convirtieran? ¿Cómo es posible que el Jesús amoroso diga algo semejante? Estas palabras suponen un tropiezo o un quebradero de cabeza a más de uno. Incluso hay expositores que intentan maquillar las palabras del Señor para suavizarlas o cambiarles el sentido. 

Pero antes de echarnos las manos a la cabeza o intentar malabarismos, recordemos el doble propósito que tambien tenían las parábolas: 1. Hacer separación entre los simples espectadores y los que en verdad tienen interés. 2. Hacer juicio sobre aquellos que se obstinaban en hacer oídos sordos a las palabras de Jesús. 

Este último propósito es lo que expresan estas palabras. Es decir, no significa que el Señor les negaba la posibilidad de creer sino que ellos cosechaban las consecuencias de su rebeldía. Es un juicio sobre la mayoría de los fariseos y líderes del pueblo de Israel. Este aspecto judicial que tienen las parábolas implican una solemne advertencia: no podemos desechar a Jesús de manera obstinada y seguir teniendo oportunidades indefinidamente.

La importancia de esta parábola. 

(Mr 4:13) “Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?

La parábola del sembrador es la primera de una serie de al menos treinta parábolas que los evangelistas han recogido. A esta el Señor le da una importancia crucial. ¿Por qué?  

Porque habla de la necesidad de una correcta actitud del corazón para entender las enseñanzas de Dios. Esto lo vamos a ver a continuación. Si no hay un corazón dócil, dispuesto a escuchar, no se podrá entender nada. Todo resultará en confusión e incluso en rebeldía.

¿Cómo interpretar una parábola?

En el caso de la parábola del sembrador, es el mismo Señor quien hace la interpretación y nos enseña qué significa cada cosa. Pero esto no ocurre siempre. ¿Y entonces qué hacemos? Una breve nota al respecto.

En esos casos, y para evitar interpretaciones forzadas o fantásticas, es bueno recordar al menos dos cosas: 

Que no necesariamente cada detalle de la narración debe tener un significado. En muchas ocasiones simplemente serán elementos que ayudan a dar sentido a la historia. 

Estar atentos al contexto para determinar cual es la verdad central que Jesús quiso enseñar. Las enseñanzas adicionales que podamos extraer deben en todo caso girar en torno a la idea principal.

Un ejemplo de lo que queremos decir es la parábola de “la viuda y el juez injusto” (Lc 18:1-8). Es evidente que la enseñanza principal es la necesidad de orar siempre y no desmayar (Lc 18:1), y que esta actitud viene representada por la viuda. Pero si necesariamente queremos dar sentido a cada elemento ¿Qué debemos concluir respecto al juez injusto? ¿Representa a Dios?

Consideraciones finales:

1. El Reino de Dios comienza con la predicación de la Palabra, por eso debemos confiar en su predicación más que en cualquier otra cosa. La Palabra de Dios, al igual que la semilla, tiene vida en sí misma. Allí donde se le da la oportunidad, demostrará su poder viviente: «La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.» (Ro 10:17) «Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.» (1 P 1:23). 

2. La labor del sembrador es llevar la Palabra a todo tipo de personas. Nosotros no conocemos el corazón, y por tanto tampoco la clase de tierra donde estamos plantando. Dios sí. 

3. Que la Palabra tiene tres “viejos” enemigos. Viejos en el sentido de que son conocidos, por tanto no debe sorprendernos esta beligerancia: 

Satanás mismo, el cual se esfuerza por quitar la Palabra inmediatamente de los corazones. (Mr 4:15) «… En seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones.» 

El mundo, que como sistema que se opone a Dios e intenta alejar a las personas. (Mr 4:17) «tribulación o la persecución por causa de la Palabra.»

Y la propia naturaleza caída del hombre que obra en su contra. Este punto queda manifestado por «los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas» (Mr 4:19).

4. Una persona puede cambiar. Quizá por mucho tiempo ha sido «pedregal», o la tierra endurecida del “borde del camino”, pero ello no es necesariamente irreversible. En este sentido, no dejemos de orar por ellas, recordemos que la Palabra es también como un martillo que puede quebrantar aún al corazón más duro (Jer 23:29).