20 La lámpara, el candelero y diversos dichos de Jesús.


La lámpara, el candelero, 

y diversos dichos de Jesús. 

(Mr 4:21-25).

Recordamos la pregunta con las que empezamos la exposición de estas parábolas:

¿Fracasó Jesús como Maestro? Estaba rodeado de grandes multitudes, es verdad, pero no entendían su mensaje. Los líderes del pueblo lo desacreditaron y su propia familia pensaba que necesitaba descansar.

Con la parábola del Sembrador el Señor responde que el problema no está ni en el comunicador ni en el mensaje, sino en cómo las personas reciben la Palabra. Jesús insiste en un tema que no podemos ignorar: la responsabilidad del oyente. 

Los siguientes versículos son un conjunto de pequeños dichos que inciden en lo mismo: La responsabilidad del que oye. La diferencia está en que ahora no se tiene en mente a los hombres en general sino a los discípulos. Si tuviéramos que dar un título al mensaje, un título que incidiera en la enseñanza que debemos retener, este sería: “Nuestra responsabilidad frente a la Palabra: La luz debe brillar”.

Una última observación, Jesús utilizó estos dichos en diferentes ocasiones y con diferentes énfasis (Mt 5:15) (Lc 11:33) (Mt 10:26) (Lc 12:2) (Mt 7:2) (Lc 6:38) (Mt 25:29) (Lc 19:26). Pero si queremos leer el relato paralelo debemos acudir a Lucas, después de la Parábola del Sembrador (Lc 8:16-18).

La lámpara y el candelero (Mr 4:21).

(Mr 4:21) “También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?”

En esta breve ilustración el Señor se menciona objetos comunes en cualquier casa de la época pero que a nosotros, pasado el tiempo, pueden sonarnos extrañas: 

Una lucerna, es decir una lamparita hecha de barro, con su asa, su depósito de aceite, sus aberturas, y una extensión, con orificio, para colocar la mecha empapada donde ardía la llama. Es a este objeto al que se refiere la expresión “traer la luz”.

El almud, un recipiente de barro, de unos 8-9 litros de capacidad, y que se utilizaba como medida para el grano.

La cama, al contrario de lo que nosotros imaginamos, la cama para ellos, y aún en medio mundo, no es más que una especie de colchoneta o alfombra, que se abre en el suelo para dormir y después se recoge.

el candelero, un saliente en la parte alta de la pared, o en alguna columna, también podía ser una repisa alta, donde se colocaba la lámpara para que pudiese alumbrar mejor.

La luz debe brillar.

“También les dijo…” Como antes hicimos notar, el Señor no se está dirigiendo a las multitudes sino al grupo de discípulos que se había acercado para saber más (Mr 4:10). Marcos interrumpió la narración principal en el 4:10 y abre un paréntesis que terminará en 4:25. Es a partir del verso 26, donde otra vez Jesús aparece hablando a la multitud, que se recupera la narración principal.

“… ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?”

Me llama la atención la expresión “traer la luz” (lit. “viene la luz”). Y es a partir de esta frase que comenzamos la explicación: Jesús, quien es la Luz (Jn 8:12), había venido a traer la luz a este mundo. La noticia del Evangelio del Reino: Dios interviniendo en la historia de los hombres para traer perdón y paz, reconciliarlos consigo mismo por medio de su Hijo, y establecer su reino primeramente en el corazón de los que creen. 

¿Pero que se esperaba que hicieran los discípulos con esta luz, esta Palabra, recibida? ¿Cuál era su responsabilidad? Jesús expone dos opciones, la primera sería esconderla (bajo una vasija, debajo de la esterilla para dormir), la segunda ponerla sobre el candelero ¿Cuál es la respuesta correcta? El mismo texto nos empuja a desechar la primera por absurda e incongruente. La opción correcta sin duda es la segunda: el candelero. 

La enseñanza es obvia hermanos, no hemos sido salvados para vivir escondiendo nuestra fe, evitando ser conocidos por nuestra ética, nuestras obras o palabras. Al contrario, somos llamados a vivir vidas transparentes donde otros puedan apreciar que Dios existe y que Dios actúa y que los ama. Ser candeleros no es una opción sino un deber y una necesidad.

Obstáculos para que la luz brille.

¿Soy el candelero que Dios quiere que sea? ¿Qué me impide llevar la luz que el mundo necesita?

En ocasiones, hay que reconocerlo, no es fácil dar testimonio de nuestra fe. La vergüenza por parecer diferentes, el temor a ser marginado, a veces son presiones muy fuertes que superan nuestra capacidad. Y esto en nuestro contexto. En otros lugares hablamos del temor a la persecución, la perdida de los bienes e incluso de la propia vida. ¿Qué hacer si enfrento una situación así? En estos casos, y como dice el bello himno “Oh que amigo nos es Cristo”: Empieza por llevarlo al Señor en oración:

“¿Te desprecian tus amigos?/ Muéstraselo en oración.

En sus brazos de amor tierno/ Paz tendrá tu corazón.”

Esta estrofa no es un esfuerzo del poeta por hacer coincidir palabras bonitas con una idea motivadora. Jesús supo por propia experiencia lo que es ser rechazado por los suyos, que uno de sus íntimos le traicionara, que le dieran la espalda en el momento más doloroso, y morir en soledad (Is 53:3) (Heb 5:8).

Recordemos las promesas del Señor que nos aseguran su presencia, protección (Él sigue en el control, nunca lo perdió) y su poder  (2ª Tim 1:7-8) (1ª Jn 4:4) (Heb 13:6) (Lc 12:6-7).

Pero en otras ocasiones los peligros que acechan son más sutiles, y de alguna manera están ilustrados por la referencia al almud y la cama

El almud. Un depósito usado para medir granos ¿De qué nos habla? Tristemente son muchas las veces en las que damos una importancia desmedida a las preocupaciones materiales (el trabajo, los negocios, los estudios,…) y esto termina apagando “la luz del testimonio”. 

De la misma forma que en la Parábola del Sembrador los afanes de la vida, el engaño de las riquezas y las codicia de otras cosas impidieron que el Evangelio arraigara en los corazones, así también en muchas ocasiones llevan a los creyentes a vidas espiritualmente infructuosas e incluso al naufragio espiritual. 

¿Cuántos “almudes” hay en nosotros que impiden brillar la luz de Dios en nosotros? 

La cama, La esterilla para dormir y que se recogía durante el día. ¿De qué peligro nos habla? De cosas tales como la comodidad, la pereza, la desidia, el desinterés, de la falta de diligencia, de compromiso o de esfuerzo o sacrificio por amor al Señor. Dice el himno:

“Gozo da servir a Cristo, en la vida diaria aquí…”

“Gozo hay sí, por servir a Cristo, gozo en el corazón”

¿Cuándo fue la última vez que experimentamos el gozo, aún con sacrificio, por servir a Cristo? Cuidado con dejar que tales actitudes aniden en nuestras vidas. ¡Terminarán apagando el testimonio! 

Nada oculto que no haya de ser manifestado (Mr 4:22).

(Mr 4:22) “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz.”

Esta frase es una especie de dicho o de refrán popular que el Señor utiliza en más de una ocasión en su ministerio (Mr 4:22) (Mt 10:26) (Lc 12:2). 

¿Qué implica esto? Pues que en cada ocasión hay que mirar el contexto para ver cual es el propósito. En este caso, el porque nos  indica que está relacionado con lo anterior, con la luz que nos ha sido dada, con la Palabra, y nuestra responsabilidad como discípulos. 

Lo escondido debe ser revelado. 

Posiblemente la intención es enseñar a los suyos que, aunque les estaba hablando en privado, su propósito no era formar un grupo esotérico de iniciados alrededor de Él. El mensaje, “el misterio del reino”, no se ha traído a la luz para ser nuevamente escondido. Tiene que ser anunciado a todos sin excepción. Todos tienen que saber del amor de Dios expresado por medio de Jesucristo. El cristiano no está autorizado a esconder el mensaje (Lc 19:40). 

Otras implicaciones de este refrán, pero manteniendo siempre como foco la Palabra, pueden ser:

1. Que la luz, la Verdad del Evangelio, a pesar de todos los esfuerzos del hombre por combatirla, negarla, ignorarla o esconderla, finalmente se impone sobre las tinieblas. 

2. Que la Palabra de Dios revela las cosas más ocultas que pueden haber en el hombre. Deja en evidencia cómo somos realmente, los pensamientos e intenciones del corazón. De ahí el empeño del hombre y de Satanás por ocultarla. 

“Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (Mr 4:23).

(Mr 4:23) “Si alguno tiene oídos para oír, oiga”.

Las orejas no son simplemente cartílagos que sobresalen de  la cabeza para hacerla más o menos graciosa, un lugar para los zarcillos o pendientes. Son la parte externa del sistema auditivo que Dios nos ha dado. Su fin principal es no es lucir bonito sino facilitar la escucha. 

La frase es sencillamente una exhortación a no hacer oídos sordos a la Palabra de Dios. Y en este caso, lo más interesante es que están dirigidas a los discípulos. ¿Por qué? Porque ser creyentes no nos libra de la tentación de querer mirar para otro lado cuando el Señor nos habla. 

Y cuando parece que con esta advertencia el Señor ha terminado su enseñanza sobre nuestra responsabilidad frente a la Palabra, entonces nos sorprende otro grupo de pequeños refranes: 

“Mirad lo que oís”(Mr 4:24-25).

(Mr 4:24) “Les dijo también: Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aún se os añadirá a vosotros los que oís. 

“Mirad lo que oís” Solo con estas palabras, con esta solemne advertencia de Jesús, podríamos construir no un mensaje sino un estudio con varias exposiciones. 

No todo lo que llama mi atención, no todo lo que llega a mi oído, no todo lo que me atrae, necesariamente es bueno o me conviene. La realidad es que muchas de las cosas que oímos tienen un mensaje engañoso envuelto en papel de regalo, está pensado para seducir apelando a nuestros apetitos o necesidades más básicas. De ahí la necesidad de discernir y no tragar con cualquier cosa. El discernimiento es un ejercicio sano y necesario. 

Pero en este caso, lo que llama la atención es que “lo que oís” es una referencia a la Palabra de Dios. Por tanto, este “Mirad” es una exhortación a reflexionar sobre cómo oímos la Palabra, y no permanecer indiferentes. Tan solemne es el asunto que el Señor advierte de las consecuencias de desatender el llamado. 

“porque con la medida con que medís, os será medido,”

En este caso, “medir lo que oímos tiene que ver con el valor que damos a la Palabra cuando la escuchamos.” 

Tu relación con Dios está condicionada por la importancia que das a Su Palabra. Si la honras, Dios te honrará. Si no la honras, no debieras esperar mucho del Señor. El Señor tiene presente y valora nuestra actitud con ella. Dice Mateo:

(Mt 5:19) “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos”.

“y aún se os añadirá a vosotros los que oís”.

A veces encontramos creyentes que están quejosos con Dios, como si Él pasara de ellos. En ocasiones incluso sucede que miramos con cierta envidia la madurez espiritual, el ministerio que tienen, las bendiciones que Dios ha derramado en otros hermanos. “¿Y yo qué?” decimos con amargura. 

Posiblemente esto ocurre porque estamos olvidando un principio espiritual básico, que se repite en muchas áreas de nuestra relación con Dios: Los que oyen adecuadamente la Palabra, y esto implica hacerla nuestra, siempre recibirán más.

Si nos esforzamos en el estudio de la Biblia, descubriremos cosas maravillosas, el Señor dará más. 

Si recibimos la Palabra con un corazón sumiso y obediente, Dios sabrá recompensar esa dedicación, tiene más tesoros para darnos.

El alma que da con generosidad y no por obligación será enriquecida. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). Pablo, en la carta a los Efesios (Ef 1:7) recuerda que Dios no solo da “de sus riquezas” sino que “conforme a sus riquezas”, con generosidad y abundancia. No lo olvidemos, Dios honra a quienes honran su Palabra.

“Al que tiene, se le dará; y al que no tiene, … se le quitará”.

(Mr 4:25) Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que no tiene se le quitará”.

Hay personas que se escandalizan con estas palabras de Jesús. No les parece propio, eso de “quitar” lo ven contrario al amor o a la generosidad de Jesús: 

En este caso, lo primero que hay que señalar es que este “quitar” no se refiere a la salvación sino al disfrute de la bendición de Dios y al servicio cristiano. En segundo lugar, Jesús enseña que en los asuntos espirituales es imposible permanecer inmóvil. Es decir, se avanza o retrocede, se gana o se pierde, no hay más. Medita en estos ejemplos de la vida diaria y compara:

Si una persona se cuida y se esfuerza por mantenerse en forma físicamente, estará preparada para nuevos esfuerzos. Pero si se descuida perderá la capacidad que tenía.

Cuanto más estudiamos y practicamos, mas aprendemos y más capacitados estamos. Si dejas de estudiar o de practicar perderemos gran parte de nuestra capacitación, retrocedemos. Es lo que ocurre con un buen músico, un traductor, incluso con un médico.

Pues en la vida cristiana es igual. Se avanza o se retrocede. Nunca llegamos a un punto de madurez donde podemos decir “ya está”. Si descuidas la lectura bíblica, la oración, las oportunidades de congregarse, la obediencia a la Palabra, las oportunidades de servir,… retrocedemos, cerramos la puerta a la bendición de Dios y nos volvemos vulnerables no solo a la apatía sino también a la tentación y el pecado (2 Pd 1:5-9).

Como decíamos al comienzo, un buen título para este estudio sería: “La luz debe brillar: Nuestra responsabilidad frente a la Palabra”

Seamos el candelero que brilla no con la luz del mundo sino con la luz de Cristo. ¿Por qué proyectar confusión cuando podemos ser luz y llevar esperanza, paz y dirección a los que nos rodean? No permitamos que ni la vergüenza, el temor o las cosas de este mundo escondan el mensaje de Cristo. La luz debe brillar.

No hagamos oídos sordos a la Palabra. Recuerda: Dios honra a los que le honran. “Con la medida con que medimos la Palabra, así seremos medidos por Dios”. Hermanos, honrar al Señor y su Palabra es sin duda la mejor inversión para nuestras vidas.