30 Muerte de Juan el bautista

Muerte de Juan el bautista 

(Mr 6:14-29).

 

Si hacemos memoria y retrocedemos al inicio del gran ministerio de Jesús en Galilea, recordaremos que esta etapa empezó cuando Juan el bautista fue encarcelado: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios.” (Mr 1:14) 

El precursor es apartado de repente de la escena, y a partir de ahí toda la atención se centra en el Mesías, en Jesús ¿Pero qué sucedió con Juan el Bautista? Por Mateo y Lucas sabemos que durante su encarcelamiento (alrededor de un año) Juan siguió el ministerio de Jesús, y que hubo al menos una comunicación entre ellos (Mt 11:2-4) (Lc 7:18-23). 

En esta porción Marcos contará qué sucedió con este gran siervo de Dios. Y en paralelo observaremos algo muy interesante: La actitud de la gente con respecto a Jesús. ¿Recuerdan? Esto último es el hilo conductor que nos hemos propuesto al estudiar estos capítulos (Mr 6-8:30). También algo muy triste, la condición de oscuridad del corazón humano.

Herodes y la fama de Jesús 

(Mr 6:14-16).

(Mr 6:14) “Oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque su nombre se había hecho notorio; y dijo: Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos poderes.”

“Oyó el rey Herodes la fama de Jesús,…” El Señor Jesús llevaba un año predicando y haciendo señales en Galilea, todos le conocían, ¿Cómo es que Herodes no sabía nada de Él? Seguramente sí que sabía, lo habría escuchado nombrar en más de una ocasión. Pero no había llamado su atención. Posiblemente lo tenía por “otro predicador más, otro rabino iluminado”. 

Ha esto habría que sumar que Herodes se movía entre al menos cuatro residencias: Séforis, la antigua capital de Galilea, a pocos kilómetros de Nazaret; Tiberiades, la nueva capital en construcción junto al mar de Galilea; Livias, en Perea, cerca del Jordán; y Maqueronte, su palacio de invierno, en el sur de Perea, en las colinas fronterizas con el territorio de los nabateos. Livias parece uno de sus lugares preferidos, junto con Maqueronte.

¿Qué ocurrió para que ahora, de repente, Jesús atrajese su atención? Creo se trata de la conjunción de dos acontecimientos:

1º. Tras los últimos milagros de Jesús y el testimonio de los Doce, la fama de Jesús llegó a sus niveles más altos, tanto que traspasó los muros del palacio del gobernador llegando con fuerza hasta el mismo Herodes. Un detalle de valor aquí es que los Apóstoles predicaban a Cristo, Jesús era exaltado por la predicación y las señales y no los hombres. Esta debe ser la seña de todo cristiano y también de todo predicador o maestro de la Palabra.

2º. En aquellos días, quizás semanas antes de esta misión de los Doce, Herodes había mandado matar a Juan el Bautista. Algo que hizo forzado por las circunstancias y por lo que aún tenía mala conciencia. Estaba sensibilizado. De ahí que ahora se sintiese atraído por el personaje de Jesús, y que al oír de sus milagros llegase a esta extraña conclusión: “Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos poderes.” 

Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea y Perea.

Pero ¿Quién era Herodes? ¿De qué personaje hablamos? Fue uno de los hijos de Herodes el Grande, el que reinaba cuando Jesús nació, celebré por la matanza de Belén. Su madre fue Maltase, natural de samaria, una de las varias esposas que tuvo Herodes el grande. Educado en Roma, cerca de la familia imperial, a la muerte de su padre recibió los territorios de Galilea y Perea. Aunque se le llama rey, en realidad los romanos nunca le concedieron tal título. Gobernaba en calidad de Tetrarca (gobernador de una provincia o territorio romano).  Por muchos años su mujer fue la hija del rey de los Nabateos (territorio en la frontera sur de Perea). Se casaron en el 14 d.C. La historia lo describe como un hombre ambicioso, astuto y violento. Y a través de esta historia le conocemos como un hombre supersticioso y lujurioso. En cierta ocasión Jesús lo calificó de zorro (Lc 13:31-32).

Distintas opiniones sobre Jesús.

Hasta ahora hemos conocido la postura oficial que los líderes religiosos y las sinagogas iban adoptando sobre Jesús. Un maestro de dudosa reputación que obra milagros por el poder de Satanás. Pero ¿Y el pueblo llano? ¿Qué opinión tenían de Jesús? Después de esta referencia a Herodes y su peculiar opinión, Marcos nos cuenta lo que decía la gente común.

(Mr 6:15) “Otros decían: Es Elías. Y otros decían: Es un profeta, o alguno de los profetas.”

“Es Elías”. Para unos Jesús era el profeta Elías. Por tanto, y teniendo en mente la profecía de Malaquías, Jesús era no el Mesías mismo sino su precursor (Mal 4:5-6). 

“Y otros decían: Es un profeta,” Ni el Mesías ni el que debía preceder al Mesías, pero sin duda por sus palabras y sus obras debía de ser un profeta. Alguien que hablaba de parte de Dios (Jn 3:2; 4:19).

“Alguno de los profetas.” Y por último estaban los que tampoco veían en Jesús al Mesías, pero no se conformaban la idea de “un profeta” a secas. No era Elías, pero si alguno de los grandes profetas del Antiguo Testamento.

Tras sopesar las distintas opciones, parece que Herodes se reafirma en su peculiar visión. Como hemos adelantado, es la conclusión de un hombre perturbado por una conciencia culpable:

(Mr 6:16) “Al oír esto Herodes, dijo: Este es Juan el que yo decapité, que ha resucitado de los muertos.”

¿Qué dos elementos tienen en común estas cuatro opiniones? Que ninguno le reconocía como el Mesías prometido y sin embargo todos lo veían como alguien extraordinario. Esto último era verdad, pero no era suficiente. Jesús no quería ser conocido como un maestro o profeta, sino como el Mesías y el Salvador del mundo (Jn 4:25-26; 42). 

Y nosotros ¿Cómo le conocemos? La situación descrita no es muy diferente a la que vivimos en nuestros tiempos:

Hay quienes, igual que aquellos los líderes religiosos, odian a Jesús. Musulmanes y judíos radicales, extremistas hindús,… También ideologías que fomentan el odio y la burla, le acusan de todos los males y si estuviese en sus manos lo volverían a matar. Incluso hay quienes se empeñan en negar lo innegable, la realidad de un Jesús histórico.

Por otro lado están aquellos que, como Herodes, tienen ideas “alucinantes” con respecto a Jesús. Un extraterrestre, un ser mágico, un espíritu encarnado, un maestro espiritual, …

Hay religiones y filosofías que, reconociendo la influencia y profundidad de Jesús, intentan absorberle como parte de su estructura y lo consideran un profeta. Como si esto sirviera para imprimir sello de legitimidad a sus creencias.

Y por último una gran masa de personas, muchos intelectuales, gente culta, que ven en Jesús un gran líder político-social, un revolucionario, un gran maestro, un gran pensador, pero maltratado por la religión. Y de esta manera creen que ya se han justificado con Jesús y su mensaje.

Pero el problema con estas visiones es que no dan una respuesta satisfactoria a la persona de Jesús. Jesús no quiere ser un personaje extraordinario, Él quiere ser reconocido como el Hijo de Dios, el Salvador prometido y quiere tener un encuentro personal y transformador con cada uno de nosotros (Jn 9:35-38).

La muerte de Juan el Bautista 

(Mr 6:17-29)

Regresando al relato, nuestro evangelista acaba de poner en boca de Herodes una  afirmación que necesita explicación: “este es Juan, el que yo decapité” La pregunta es ¿Qué ocurrió? ¿Por qué este trágico fin? Marcos está en la necesidad de contarnos el resto de la historia.

(Mr 6:17-18) “Porque el mismo Herodes había enviado y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano.”

Pero este relato no está aquí para satisfacer curiosidades, tampoco es un simple paréntesis. Cumple al menos dos propósitos en relación con Jesús:

Es un anticipo del triste final que desde el punto de vista humano esperaba a Jesús. De la misma manera que el precursor fue muerto así tambien lo sería el Mesías. La diferencia será obvia, mientras que Juan no resucitó más que en la mente calenturienta de Herodes Jesús sí que lo hizo, dando testimonio de que la Obra encomendada por el Padre era cumplida y aceptada (Mt 10:24-25) (Jn 15:20).

Por otro lado, en este relato hay una comparación entre aquel que pretendía ser “rey de Israel”, Herodes, un hombre egoísta y entregado a sus pasiones, y el verdadero Rey de Israel, nuestro Señor Jesucristo, que amaba a las personas y se entregaba por ellas. Es de entender que a la vista de la calidad de los líderes religiosos y políticos del pueblo, Jesús dijera un poco más adelante que “eran como ovejas sin pastor” (Mr 6:34).

Una invitación a la reflexión.

Esta historia es una gran oportunidad para la reflexión. ¿Quién dice que el pecado es divertido? ¿Qué Dios es un aguafiestas cósmico al que no le interesa nuestra felicidad? ¿Y si la verdad fuese al revés? ¿Y si el pecado cuando revela su verdadera cara tiene consecuencias trágicas? ¿Y si Dios en verdad nos ama y quiere que gocemos de la vida? 

(1ª Jn 4:9-10) “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”

Esta trágica historia de la búsqueda de la autorrealización a través del poder, de la sensualidad, de las pasiones, y del desprecio a Dios, es una ilustración de la clase de vida y destino del que Dios quiere librarte.

Herodías, mujer de Felipe su hermano.

“Por causa de Herodías”. Según el historiador Josefo, estando Herodes casado con la hija del rey Aretas este hizo un viaje a Roma. Durante el mismo visitó a su hermanastro Felipe. Y allí conoció a su cuñada Herodías, que como su nombre indica también pertenecía al clan de los herodes. Enseguida se enamoró de ella y en secreto hicieron planes para divorciarse de sus respectivos y casarse a su regreso de Roma. Para Herodías todo eran ventajas, mientras que su esposo Felipe era en un “don nadie”, sin territorios que gobernar, su cuñado Herodes si satisfacía sus expectativas de poder y riquezas. 

Cuando Herodes regresa a Galilea, su mujer, informada en secreto de sus intenciones, y antes de que pudiera formalizar el divorcio, se las arregló para huir a la casa de su padre. Estas cosas fueron un gran escándalo, y no solo por la traición a sus conyugues respectivos, o las consecuencias políticas con Aretas rey de los nabateos, sino porque Herodes actuó con desprecio de las costumbres judías. Esta unión estaba expresamente prohibida por el Señor (Lv 18:16; 20:21). 

La ley solo permitía el matrimonio de un hombre con su cuñada si su marido había muerto sin dejar descendencia (Dt 23:5-6) (Mr 12:19). Pero este no era el caso. Su esposo Felipe vivía, además tenían una hija, Salomé, y aquella relación solo respondía al capricho y a la ambición. Era una relación adúltera. De ahí que Juan dijera a Herodes: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano.”

Juan el Bautista, un hombre íntegro y valiente.

Juan sin duda fue un hombre integro y valiente. El predicaba la necesidad del arrepentimiento, de volverse a Dios de corazón, a todo el pueblo sin excepción. 

Así que cuando tuvo que enfrentar el pecado de los poderosos no cedió a la tentación de mirar hacia otro lado, o de suavizar sus palabras para evitar las consecuencias, sino que habló con valentía. Y no solo en la orilla del río, también personalmente cara a cara con Herodes. Esto no significa que fuese una persona intransigente, falta de misericordia, al contrario, en última instancia lo que perseguía era reconciliar también al rey con Dios. Buscaba su salvación. Sin duda todo un ejemplo a imitar  (Lc 7:24-28) (Jn 3:28-30).

Ahogando la voz de Dios.

“Porque el mismo Herodes había enviado y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel” No se por que razón pensaban que callando al predicador, el pecado desaparecería. Que si todos terminaban aceptando ese matrimonio el pecado dejaba de ser pecado. 

Tristemente es una actitud común en nuestros días. Luchar por ahogar la voz de Dios pensando que así el pecado desaparece. Ahogar la conciencia, silenciar la Palabra, ignorar la exhortación, las situaciones que invitan a reflexionar. Tremendo error. El único efecto logrado es cauterizar la conciencia, al menos por un tiempo, pero sin cambiar ni la realidad y ni las consecuencias, sino que las agrava.

Dos corazones entenebrecidos por el pecado.

(Mr 6:19-20) “Pero Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía;”

Ante una predicación como la del Bautista solo habían dos opciones, el quebrantamiento o endurecer el corazón. Y Herodías escogió lo segundo. Además se propuso silenciar toda voz que pusiese en peligro sus planes. Era una mujer impía, sin frenos morales ni religiosos. 

Este “desear” traduce el verbo griego thelo. Dice Vine: “querer, desear, implicando volición y propósito, … una determinación.”1 Este “deseo de matar” indica hasta que punto el odio se adueño de su corazón. El odio y el rencor son malos compañeros de viaje. Traen infelicidad, carcomen los huesos y te abocan al abismo. Pero ¿Por qué no podía asesinarlo? ¿Qué la limitaba?

(Mr 6:20) “porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana.”

Herodes estaba tan contrariado con Juan como lo estaba Herodías, incluso quería matarlo. Lo sabemos por Mateo. Pero a diferencia de ella, tenía una serie de frenos que lo hacían reprimirse, incluso que lo protegiera frente a Herodías:

Por un lado, “temía a Juan”. Era un hombre crédulo, supersticioso, y eso le frenaba. Sabía que Juan era varón justo, que contaba con la aprobación de Dios, y santo, de conducta intachable, consagrado a Dios. Tenía temor de ofender a la divinidad. Quizás pensaba que protegiéndole de su mujer terminaría ganando algún perdón o favor divino.

Por otro, él era un estadista, un político, y sabía que el remedio era peor que la enfermedad. Difícilmente podría justificar su muerte. Sería algo tremendamente impopular, crear disturbios, y entonces ¿Qué dirían los romanos? (Mt 14:5). 

Herodes, un hombre débil y cobarde.

El final del verso 20 es significativo: “y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana.”

Así como suena. Aunque las palabras de Juan le producían confusión y se quedaba sin saber qué hacer, le gustaba escuchar. ¿Qué significa esto? En el cuento de “Las Mil y una Noches” la protagonista embeleza al rey con fantásticas historias y así va prolongando su vida noche a noche. Pero este no es el caso. Juan no trataba de embelezar al rey para lograr su liberación, no había cambiado su mensaje. Él seguía predicando la necesidad del arrepentimiento, denunciando el pecado del rey y la venida del Mesías. Y aunque escucharlo le producía desasosiego seguía llamándolo vez tras vez. ¿Por qué? ¿Le gustaba sufrir? Puede ser, algo de esto hay en la condición humana. 

Pero me inclino a pensar que hablar con Juan era diferente. Hablaba al rey con respeto pero con toda la verdad. Denunciaba su pecado, pero sin despreciarlo. Mostraba un interés genuino por su persona y por su salvación que nunca antes había visto. Nada que ver con sus consejeros, con las personas que tenía a su alrededor y con los líderes religiosos de Jerusalén.

Uno de los comentaristas escribía respecto a la actitud de Herodes: “Le hubiera gustado seguir la buena senda que Juan le señalaba, pero no podía resolverse a romper con su vida pasada. Marcos revela el carácter de Herodes: atraído por el mensaje de Juan, pero no lo suficiente; inestable, indeciso, intrigado y confuso en lo religioso y en lo moral. Así siguieron las cosas hasta que la tragedia estalló.”2

En realidad, el caso de Herodes es un claro ejemplo de lo que le sucede a mucha gente en nuestro tiempo: escuchan la Palabra y les gusta, pero a su vez no quieren abandonar sus pecados. Se debaten constantemente entre su conciencia y sus pasiones sin tomar la decisión correcta.

La astucia de Herodías.

(Marcos 6:21) “Pero venido el día oportuno, en que Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, daba una cena a sus principies y tribunos y a los principales de Galilea,”

“Pero venido el día oportuno” Recordemos el odio asesino de Herodías, este no había desparecido con los meses de encierro de Juan, simplemente esperaba su oportunidad. Además, estas entrevistas de Herodes con el bautista no debían gustarle nada de nada. ¿Y si Juan lo convencía? 

El momento oportuno llegó con el cumpleaños de Herodes. El texto dice que estaban invitados sus príncipes, es decir los gobernadores de los 10 distritos en que estaba dividido su territorio. También los tribunos, una referencia a los jefes militares de su ejercito. Y por último los principales de Galilea, la aristocracia, los que ostentaban el poder político. Judíos que sabían lo bueno que eran las buenas relaciones con el poder para que sus negocios prosperaran. A ellos no les importaba que fuera un rey ilegítimo (no era de la dinastía de David), ni su relación adultera, ni la helenización del país. Posiblemente formaban lo que los evangelios llaman el partido de “los herodianos”. 

(Mr 6:22-23) “Entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Y le juró: Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino.”

“Entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes…” Esta muchacha, quizás de unos 15 o 16 años, se llamaba Salomé. Esto lo cuenta el historiador judío Josefo. Varios detalles llaman la atención:

La astucia maligna de Herodías: Este baile no estaba programado. Era una sorpresa de Herodías. Esperó a que el ambiente estuviese lo suficientemente cargado para introducir a su hija y provocar la reacción interesada. Conoce la debilidad de Herodes, en este caso su tendencia a los excesos, al vino, a las mujeres y también a alardear.  

La manipulación que hace de su propia hija: Este tipo de bailes, sensuales, provocativos, estaban reservados para mujeres que se dedicaban a divertir a los hombres. Sin embargo Herodías no tuvo ningún tipo de pudor de exponer a su propia hija, una princesa, a fin de lograr su objetivo.

La generosidad de Herodes. Esta frase, “Pídeme lo que quieras,… hasta la mitad de mi reino” no debe entenderse de forma literal. Entre otras cosas porque él no podía disponer de sus territorios alegremente, era un súbdito de los romanos. Era una forma de alardear delante de sus invitados, y de afirmar el juramento, su disposición generosa a satisfacer cualquier capricho o exceso de la joven. 

(Mr 6:24-25) “Saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le dijo: La cabeza de Juan el Bautista. Entonces ella entró prontamente al rey, y pidió diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista.”

La joven no sabía lo que quería, la situación la desbordaba, pero la madre sí. “Ella no quiere la mitad del reino, quiere el reino entero.”3 Por eso instruyó a su hija para pedir la cabeza de Juan. Su muerte era necesaria si quería preservar su posición de privilegio y su poder.

No es el primer ni el último caso donde halagando los sentidos, y con los excesos de la comida y la bebida, se consigue lo que la razón y el sentido común te niegan.

Herodes manda decapitar a Juan.

(Mr 6:26) “Y el rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla.”

“El rey se entristeció mucho;” El semblante del rey decayó bruscamente. De repente su gozo se convirtió en una profunda angustia. Sin duda estaba lamentando la ligereza de sus palabras. ¿Qué haría? 

“Pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla” Aunque ambos incluyen el dolor, remordimiento no es lo mismo que arrepentimiento. Llorar y lamentar no sirven si al final lo que consigues es permanecer en el mismo lugar. El dolor tiene sentido cuando provoca un cambio para bien.

La Biblia nos exhorta a ser hombres y mujeres de palabra. Que saben cumplir con sus compromisos. Sin embargo, hay promesas que no deben ser cumplidas. Y me refiero a aquellas que conllevan injusticia y dolor para los inocentes. En esos casos es preferible la vergüenza de retractarse que seguir adelante. Reconocer el error y actuar bien asumiendo las consecuencias eso sí es de valientes, honra a la persona y agrada a Dios. 

Pero estas consideraciones no entraban en la mente de Herodes. El amor propio, el miedo a ser cuestionado, y su propia cobardía pesaron más en su decisión final.

(Mr 6:27-28) “Y enseguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan. El guarda fue, le decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre.”

“Y enseguida…” Todo ocurrió rápidamente, primero la petición de la joven “entró prontamente al rey, y pidió” (6:26), después la orden del rey, y finalmente la ejecución. Que no hubiese oportunidades para la reflexión. Este es el gran mal que estamos viviendo en nuestros días, y uno de los grandes logros de Satanás. No hay tiempo para la reflexión, no hay tiempo para considerar las consecuencias de nuestras decisiones, la condición en que estamos, a dónde nos dirigimos.

“trajo su cabeza en un plato y… la muchacha la dio a su madre”. La rapidez de los hechos indica que todo ocurrió en el palacio fortaleza de Maqueronte, al sur de Perea, el mismo lugar donde Juan estaba encarcelado.

¿Qué sucedió con Herodes?

Josefo el historiador cuenta que unos años más tarde, después de la crucifixión de Jesús, el rey Aretas encontró la excusa para atacar a Herodes y tomar venganza por la afrenta a su hija. El ejercito de Herodes fue derrotado y los romanos tuvieron que intervenir para sostenerle. El pueblo lo interpretó como castigo divino por el asesinato de Juan. Años más tarde, presionado por Herodías, fue a Roma para pedir el título de rey. Pero fue acusado injustamente de traición, desterrado a Francia y parece que finalmente muere en España unos años después. Herodías le acompañó en su destino.

La tragedia de una muerte y los propósitos de Dios.

(Mr 6:29) “Cuando oyeron esto sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro.”

Podríamos preguntarnos ¿Por qué permitió Dios su muerte? ¿Por qué un fin tan trágico? La respuesta no la tenemos. Pero hay cosas que sí sabemos:

Ni las intrigas de Herodías ni los soldados de Herodes hubiesen podido acabar con su vida si Dios no lo hubiese permitido. Si sucedió, es porque había terminado su carrera. 

Herodías silenció al mensajero, pero no el mensaje. La misma predicación, la necesidad de arrepentimiento para con Dios y de recibir al Mesías, siguió viva en Jesús. Y cuando los judíos lo mataron, donde también participó Herodes, lo que lograron fue que el sacrificio por el pecado fuese cumplido. Y con Su resurrección, el mensaje del Evangelio siga expandiéndose por el mundo.

1 W. E. Vine. Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento. 1999. Editorial Caribe. Ver entrada para Querer.

2 R. C. H. Lenski. La interpretación del Evangelio Según San Marcos. Publicaciones El escudo. 1062. Pág. 219.

3 Juan Mateos-Fernando Camacho. El Evangelio de Marcos. 1993. Ediciones el Almendro, Fundación Épsilon. Pág. 38.