33 Jesús sana a los enfermos en Genesaret

Jesús sana a los enfermos en Genesaret 

(Mr 6:53-56).

Esta porción es como el gran final, el colofón, a lo que fue una dura jornada para Jesús, y que comenzó el día anterior (Mr 6:30). Hacemos un poco de memoria.

Jesús había tomado la decisión de buscar un lugar tranquilo para descansar y dedicar tiempo a los apóstoles (6:31-32). Por eso se embarcan desde Capernaum hacia las afueras de Betsaida Julia, al otro lado del lago. Pero al final resultó que el único tiempo de tranquilidad que tuvieron fue el viaje, porque al desembarcar se encontraron con una gran multitud esperando al Señor (6:34). Y al llegar la tarde, en vez de recogerse pronto, los discípulos terminaron colaborando en una gran comida para más de cinco mil personas (6:41-42).

Por último, podríamos esperar que el regreso al otro lado del lago les daría un respiro. Pero no fue así. Mientras Jesús se quedaba en el monte orando, los discípulos tuvieron que enfrentar un fuerte viento que no les dejaba avanzar, y esto hasta altas horas de la madrugada (6:48). La paz no llegó hasta que Jesús vino a ellos caminando sobre el mar y subió en la barca (6:51). 

Por tanto que el único tiempo de descanso que tuvieron aquella noche fue el tiempo que tardaron en concluir el viaje y en que amaneciera. Aquí es donde Marcos continua el relato. 

Vinieron a tierra de Genesaret.

(Mr 6:53) “Terminada la travesía, vinieron a tierra de Genesaret, y arribaron a la orilla.”

“Genesaret” parece referirse a una franja de tierra muy fértil al noroeste del mar de Galilea, entre Capernaum y Magdala. Según el historiador judío Josefo, tenía unos 5,5 kilómetros de largo por 3,5 de ancho (30 x 20 estadios), “una región hermosa, fructífera y bien regada, donde crecían nogales, palmas y olivos, y donde podían hallarse higos y uvas durante diez meses del año. (La Guerra de los Judíos, libro III, cap. XVIII.) 

¿Tendrán por fin un tiempo de descanso? Los paisajes, los cultivos, la fragancia del lugar invitaban a ello. Pero mira lo que dicen los versos siguientes.

“Enseguida la gente le reconoció.”

(Mr 6:54) “Y saliendo ellos de la barca, en seguida la gente le conoció. 

“Enseguida la gente le conoció”. Esto es lo que tiene ser una figura pública, difícilmente pasas desapercibido. Le reconocieron inmediatamente, y ya no hubo un momento de tranquilidad para ellos. Camino que Jesús tomaba, finca que atravesaba, aldea que pisaba, allí había un montón de gente esperando por Él. 

Pero esta frase plantea además una pregunta importante: Ellos le reconocieron, sí, pero ¿Cómo le conocían? ¿En calidad de qué? ¿Qué respuesta daban a Su persona y Su mensaje?

(Mr 6:55) “Y recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en lechos, a donde oían que estaba.”

“Comenzaron a traer de todas partes enfermos…” Sin duda habían escuchado de las enseñanzas de Jesús, Su Autoridad con la Palabra, de sus enfrentamientos con los escribas y fariseos, pero lo que prevalecía en sus mentes eran sus milagros, en este caso su poder sobre toda enfermedad. No le veían como el Mesías sino como un Sanador, alguien que quitaría sus penas. 

Por un momento lo primero que pensaríamos es que eran unos interesados. Le buscaban por los beneficios.  Lo que querían era “su milagro”, pero aunque tenga su parte de verdad, no seamos injustos. En una situación similar ¿No hubiésemos hecho nosotros lo mismo? Esto es lo que sucedió con el paralítico, o con la mujer con hemorragias. Buscaban la sanidad del cuerpo y salieron con vidas transformadas. 

El caso es que Jesús no se los reprocha, y a pesar de la falta de discernimiento les atiende en su necesidad. Este es el Señor al que debemos imitar, ¡misericordioso y compasivo!

Un ejemplo de solidaridad.

Sin embargo hay en ellos un comportamiento que podemos imitar. Ante tan maravillosa visita ¿qué hicieron los lugareños? Recorren las aldeas y caseríos no solo anunciando la presencia de Jesús, sino también cargan con los enfermos: “Y recorriendo toda la tierra…, comenzaron a traer… enfermos en lechos, a donde oían que estaba”. Una actitud frente a la necesidad del prójimo que digna de imitar. Actuaron como los amigos del paralítico (Mr 2:1-4) ¿Seríamos capaces de hacer lo mismo? 

¿Cómo conocemos a Jesús?

Volviendo a la pregunta ¿Cómo reconocían a Jesús? Es verdad que hay muchas personas que se acercan al evangelio buscando “un milagro”. La solución a una profunda crisis, una enfermedad, una situación de desamparo. ¡Necesitan del poder de Dios en sus vidas! Y esto es bueno. ¿A dónde si no podrían ir? 

El problema viene cuando en esta búsqueda empiezan a conocer de la grandeza del Señor Jesucristo, su amor incondicional, el valor de su muerte. Son confrontados con la necesidad de la salvación y aún así le rechazan. Solo quieren el beneficio inmediato, el Jesús “hacedor de milagros”, “un solucionador de problemas” Como escribía un hermano:

“¡Cuántas personas hay que sólo acuden a Dios cuando tienen problemas, pero en cambio, cuando todo les va bien, nunca le dan las gracias por nada! ¡Cuántas de nuestras oraciones no son más que una lista interminable de peticiones, sin detenernos por un momento para agradecer a Dios por sus bendiciones o para adorarle por quién es él! ¡Cuántos van a la iglesia únicamente esperando recibir, y se enfadan si no lo consiguen!” 

Y ahora podemos preguntarnos  ¿Qué clase de persona soy? ¿Cómo conozco a Jesús? ¿Cómo es mi relación actual con Él?

Jesús, el gran médico divino.

(Mr 6:56) “Y dondequiera que entraba, en aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les dejase tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos.”

La escena recuerda lo que sucedió con la mujer que padecía perdidas de sangre, que se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús (Mr 5:25-29). No hay duda de que estaban convencidos del poder de Jesús y no querían perder la oportunidad de recibir este bien, “aunque fuese tocando el borde del manto.” Y Jesús en su infinita misericordia accede a ello dando así un testimonio fehaciente de que quien era en verdad. 

Esta escena se convierte así en un precioso cuadro de Jesús como el gran Médico Divino, el único capaz de perdonar pecados y reconciliar al hombre con Dios, capaz de traer vida al corazón. 

Observa la belleza de estas palabras: “Y todos los que le tocaban quedaban sanos.”

  1. “Y todos…” También podemos leerlo “Y cualquiera que..”. Jesús no hace distinción de personas. De la misma manera que todo aquel que se veía necesitado acudía a Él y lo recibía, así en la actualidad todos pueden acudir a Él. 

La voluntad de Dios es la salvación de todos los hombres, la Obra de la cruz fue hecha a favor de todos los hombres, la oferta de la Salvación es una oferta sincera para todos los hombres (Jn 3:16); (1ª Tim 2:4-5); (Tito 2:11).

  1. “…los que le tocaban…” Sin duda la voluntad de Dios es la salvación de todos los hombres, pero solo aquellos que le tocan, es decir, que ponen su confianza en Jesús como el Salvador, son salvos. Dicho en otras palabras, el freno a la Obra de Dios la pone la propia incredulidad. Alguien escribió: “Nadie se salva estando cerca de Jesús, solo cuando entra en contacto con Jesús por medio de la fe.”
  2. “… quedaban sanos.” Ninguno resultó decepcionado. Sí pones tu confianza en los hombres, mas pronto que tarde te verás decepcionado, lo mismo si lo haces con las religiones, con las filosofías y creencias de este mundo. Pero no así con Jesús:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11:28) “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.”( Jn 6:35).

¿Qué podemos aprender en estos pocos versículos? 

Hay tres puntos que podemos recordar:

  1. La misericordia y compasión de Jesús con las personas. 2. De la buena disposición de aquellos frente a su prójimo. Un desafío para todo cristiano. 3. De Jesús como el Médico Divino. 

Y además una pregunta: ¿Cómo conozco a Jesús? ¿Actúo de manera interesada o soy verdaderamente agradecido? “¡Cuánto alegraría el corazón del Señor si fuéramos a su presencia más a menudo a ofrecerle nuestro amor, nuestro servicio y devoción, y mucho menos para reclamar sus beneficios!”