34 Lo que contamina al hombre I

Enfrentamiento de Jesús con fariseos y escribas (I)

(Mr 7:1-23).

Marcos es un evangelio de acción. Son pocas las veces que se detiene en explicar las controversias con los judíos, o el contenido de las enseñanzas de Jesús. Quizás esto tiene que ver con el propósito de su escrito y el carácter de sus primeros lectores, los romanos. Sin embargo, ahora lo hace. 

¿Qué significa esto? Pues que tiene algo importante que decir para que sus lectores comprendieran mejor la Persona, el Mensaje y la Obra de Jesús. ¿Qué significa? Que los temas a tratar son trascendentes para el futuro de la Iglesia¹. Tomaremos conciencia de esto a lo largo de la exposición².

Las tradiciones de los ancianos

(Mr 7:1-5).

El problema con las tradiciones de los ancianos.

(Mr 7:1) “Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén;”

¿Dónde y cuándo sucede esta escena? Realmente el texto no lo dice. Hay diferentes opiniones. Pero lo más probable es que fuese en Capernaum, al regresar de Genesaret, y poco después de la gran declaración “Yo soy el pan de vida” (Jn 6:35).

“Los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén” Otra vez encontramos aquí un grupo de fariseos, hombres conocidos por su devoción a las tradiciones judías, y lo que parece un grupo selecto de escribas, los conocedores de las escrituras y de las enseñanzas de los maestros más venerados en Israel, que se habían desplazado expresamente desde Jerusalén. 

Este “Se juntaron a Jesús” (Lit. “congregaron a Jesús”) es una expresión que en nosotros evoca algo hermoso. Posiblemente la mejor experiencia que una persona pueda tener. Pero no es ese el sentido que tiene aquí. Este “juntarse a” no significa que se despertó en ellos algún tipo de devoción a Jesús. Lo que indica es que andaban entre los suyos, siguiendo sus movimientos, escuchándole, pero con intención de buscar un fallo y desprestigiarlo. De esto nos habla el verso siguiente.

(Mr 7:2) “los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban.”

Por fin parece que encontraron un motivo para atacar a Jesús: sus discípulos comían pan “con manos inmundas, es decir “no lavadas.”

Es interesante darse cuenta como los argumentos en contra de Jesús van tomando forma. Las razones en las que los escribas y líderes religiosos justificaban su rechazo y finalmente su muerte girarán en torno a tres acusaciones:

Era un farsante, su poder le venía del propio Satanás (Mr 3:22). 

Era pecador, no cumplía con las tradiciones religiosas más respetadas, por tanto ofendía a Dios (Jn 9:16-24).

Era un blasfemo. Se hacía igual a Dios llamándose a sí mismo “Hijo de Dios” (Jn 5:18).

Esta acusación, comer con manos inmundas, o no lavadas, servía para justificar la segunda. Jesús era un pecador. Hablando de manos, parece que habían encontrado un motivo para “frotarse las manos” de satisfacción en contra del Señor.

Pero ¿De qué va esto de lavarse las manos? ¿Acaso no es lo propio antes de comer, no es lo higiénico?

El comer con manos no lavadas ¿Qué significaba?

Es por esto, porque los lectores primeros de Marcos no conocían las costumbres judías relacionadas con la comida, igual que nos sucede a nosotros, que el evangelista abre un paréntiseis para explicar el tema. 

(Mr 7:3-4) “Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos.”

No se trataba de una cuestión sanitaria, de hecho, estos lavamientos de manos, se hacían después de haberse lavado para quitar la tierra o cualquier otra suciedad de ellas, eran rituales. Por eso la medida de agua que se usaba era pequeña: 

Había que colocar las manos con las puntas de los dedos hacia arriba para que el agua escurriera hasta el codo y frotar con fuerza las palmas de las manos con el puño cerrado.

Algunos añadían un “segundo lavado”, que consistía en colocar las manos con los dedos hacia abajo y echar otra medida de agua para eliminar el agua del primer lavado.

Según el origen y material, los diferentes utensilios traídos del mercado, se introducían en agua caliente o pasados por fuego. “Los lechos” no son las camas, sino los divanes que solían usar para comer recostados alrededor de la mesa.

Insistimos, no eran normas higiénicas, eran ritos ceremoniales. Se trataba, según habían razonado, de que Dios “te viese” como una “persona limpia”, apartada de cualquier posible contaminación. 

Olvidaban que aquellas instrucciones sobre lavamientos (Lv 15), y la santidad (Lv 11:44), dadas a Moisés tenían como propósito simbolizar la necesidad de una obra interna. Es más, todo ello tenía fecha de caducidad (Heb 9:10).

“Aferrándose a la tradición de los ancianos.” Es decir, este tipo de lavamientos no tenía su origen en las Escrituras, en la revelación de Dios a Moisés, sino en las tradiciones de los ancianos, un conjunto de interpretaciones bíblicas y normas que empezó a desarrollarse después del exilio en Babilonia.

Más concretamente, estas normas sobre lavamientos antes de comer fueron establecidas por dos escuelas rabínicas poco antes a los tiempos de Jesús (Hillel y Shammai) y recogían otras tradiciones. Estas escuelas estaban siempre en disputa, pero el hecho de que coincidieran en la aprobación de estas normas era entendido como un aval divino.3.

“Si no se lavan, no comen.” (Gr. nipto, en voz medida: lavarse) ¿Cómo habían llegado a este extremo? Dos cosas es importante recordar aquí: 

Ellos habían llegado a la conclusión de que todo contacto con un romano, o con las gentes de otros pueblos, aún con las cosas que estos manejaban, era causa de impureza. 

Que la comida, al ser precedida por la oración, era considerada como un acto sagrado.

De ahí que el judío piadoso, celoso de las tradiciones, insistía en lavarse ritualmente y en lavar todo lo que venía del mercado. Lo contrario podría implicar comer con manos inmundas y por tanto una ofensa a Dios. Se ve que detrás de estas normas hay un marcado carácter antigentil.

Aunque hay mucho más que decir4, creo que estas aclaraciones básicas de Marcos son suficientes para entender la pregunta insidiosa, para desacreditarle, que los fariseos hacen Jesús.

(Mr 7:5) “Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas?”

“Le preguntaron” El hecho de que se dirijan directamente a Jesús evidencia de que le tenían por responsables de esa mala práctica: “¿Por qué no andan conforme a la tradición…?” (Mr 7:5) ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición…? (Mt 15:2) 

¿Te han hecho alguna vez una pregunta semejante? “¿Y tú, por qué no crees o practicas tal cosa?” “Es nuestra tradición, nos ofendes.” ¿Cuál sería nuestra respuesta?

Esta pregunta pone de manifiesto uno de los grandes problemas del judaísmo, y una cuestión fundamental en el desarrollo del cristianismo: “Tradición versus Escrituras.” ¿Cuál debe ser nuestra autoridad en cuestión de doctrina y de conducta? 

Las Escrituras y la Tradición:

¿Cuál es la fuente de autoridad?

Es un tema realmente amplio, tiene diferentes derivadas y hay muchas sutilezas de palabras. Pero vamos a intentar concretar nuestra respuesta en tres puntos principales: 1. Imitar el comportamiento de Jesús, 2. La Escritura como única fuente de fe y conducta, y 3. Perseverar en la doctrina Apostólica.

  1. Imitar el comportamiento de Jesús.

¿Cómo actuó Jesús frente a las costumbres y las tradiciones de su época? 

Lo primero decir que la palabra “tradición”, paradosis, de un verbo que significa transmitir, enseñar, no es ni buena ni mala. Sencillamente es una referencia a lo que se trasmite de una generación a otra. El problema surge cuando lo que se trasmite no es la Biblia ni el apego a ella, sino interpretaciones y adaptaciones humanas y cuando, pasando el tiempo, se convierten en autoridad, en competencia con la Biblia.

  1. De hecho, Jesús no tenía por sistema ir contra las tradiciones o buenas costumbres de su pueblo. Pero ¿Cómo actuaba cuando estas se apartaban de la Palabra escrita, cuando oscurecían o sustituían la enseñanza bíblica? ¿Cuándo exigían obediencia?

Para nuestro Señor, toda costumbre o enseñanza que contradijera la Escritura, la oscureciera, se apartase de ella, o que quisiera ser obligación a los hombres, debía rechazarse.

  1. Nuestro Señor reconoció como única fuente de Autoridad la Palabra revelada: la Torah, los Neviim, y los Ketuvim (La Ley, los profetas y los Escritos) (Lc 24:25-27; 44). Incluso para justificar su ministerio, continuamente apeló a ella.  

En este sentido llama la atención Jn 5:39. El Señor dijo: “Escudriñad las Escrituras”, no dijo “las tradiciones”, y luego añadió: «y ellas son las que dan testimonio de mí;”.

  1. Esta defensa de las Escrituras le llevó a enfrentarse tanto a los fariseos, que añadían a la Palabra de Dios (Mt 15:7-9), como a los saduceos que le quitaban (Mt 22:29).
  2. La Escritura como norma de fe y conducta.

Todo lo que el cristiano necesita para la fe, es decir todo lo referente a la doctrina, y para guiar nuestra conducta en medio de este mundo, está contenido en la Palabra Revelada de Dios. Ella sola es suficiente, no es necesario completar con ninguna “tradición” .

«Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.» (Judas 3) 

Aquí la expresión “fe” no se refiere a la actitud de la persona frente a Dios y Su Palabra, sino al conjunto de creencias y prácticas. Es presentada como un depósito completo, no hay algo así como un fluir constante, como el de un río, donde la doctrina y práctica cristiana se van completando con el paso del tiempo. Por tanto, no se le puede añadir, ni alterar, ni quitar.

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2ª Tm 3:16-17) 

Solo añadir, que es la Escritura, no la tradición, la que es inspirada por Dios, y suficiente para guiar al creyente.

  1. Perseverar en la doctrina de los Apóstoles.

«Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.» (Hechos 2:42) 

“Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.” (2ª Tes. 2:15) 

¡Que no nos confundan! Es verdad que la palabra “tradición” y su verbo correspondiente se usan en el Nuevo Testamento para referirse a la enseñanza de los Apóstoles5 (1ª Co 11:2,23; 15:3). Normal. Durante un tiempo la enseñanza apostólica se hizo de estas dos formas: por palabra, es decir, de forma oral, y a través de cartas que a su vez eran leídas en las iglesias.

“Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.” (2ª Tes. 2:15).

Pero desde el principio hubo un interés muy especial por parte de los Apóstoles para que la doctrina enseñada de palabra, trasmitida oralmente, quedara reflejada de forma escrita6: (1ª Co. 15:1-3) (2ª Pd 1:12-15; 3:1-2,15). Y muy importante, que no hubiese diferencia entre lo que hablaban y lo que escribieron.

Hermanos, amigos, todo lo que Dios quiso preservar respecto a la enseñanza apostólica está recogido en los escritos que hoy forman el Nuevo Testamento. De hecho, todos los libros que forman el Nuevo Testamento fueron escritos por un Apóstol, o por alguno de sus colaboradores. No hay ninguna tradición apostólica “paralela” a sus escritos. Eso es invención humana con la cual justificar doctrinas y prácticas fuera de la Escritura. 

Una palabra de advertencia: el peligro del tradicionalismo no pertenece solo a las “iglesias históricas” o las grandes denominaciones. También nosotros podemos caer en ello. ¿Cómo evitarlo?

La manera de evitar caer en las tradiciones y en actitudes tradicionalistas está sin duda en practicar “un constante volver a la Escritura”. No se trata entonces de ver como adaptamos costumbres eclesiásticas a los nuevos tiempos, sino de remitirnos siempre al origen, a la Palabra, y de cómo obedecer las enseñanzas bíblicas en cada tiempo. 

Tres consideraciones finales.

En resumen, y para concluir este breve paréntesis sobre las tradiciones:

  • La Escritura es divina, la tradición es humana.

Aunque los judíos intentaban validar sus tradiciones apelando a Moisés y al monte Sinaí, el Señor dejó claro que tal equiparación era falsa. A la Palabra Escrita la llama “el mandamiento de Dios” “la palabra escrita” y a la tradición, lo que ellos enseñaban, “mandamientos de hombres”, “tradición de hombres” “vuestra tradición”. (Mr 7:7-9) (Mr 7:13). De ahí que:

  • La Escritura es obligatoria, la tradición optativa.

Jesús no rechazó “por defecto” todas las tradiciones humanas ni prohibió a sus discípulos que las guardasen. Simplemente puso las cosas en su debido orden, relegando la tradición a un lugar secundario y optativo.

  • La Escritura es suprema, la tradición subordinada.

Jesús explicó también que cuando una tradición entra en conflicto con la Escritura, debe ser rechazada con firmeza, porque la Escritura es suprema y la tradición debe estar subordinada siempre a ella.

La respuesta de Jesús.

“¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos…?” (Mr 7:5). ¿Cómo respondió el Señor a una pregunta tan “delicada”? Veamos ahora los versos del seis al ocho.

(Mr 7:6) “Respondiendo Él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros el profeta Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí.”

Para responderles, Jesús utiliza una antigua cita del profeta Isaías (Is 29:13), un texto que a pesar de tener unos 700 años resultaba de “rabiosa actualidad”. Venía “como anillo al dedo”.

Y esto es un detalle interesante. Algunos desprecian la Biblia por ser un libro antiguo, poco relevante para los tiempos modernos, “no me conoce”, pero se equivocan. Los tiempos cambian, las circunstancias cambian, pero el corazón del hombre y sus necesidades son las mismas. Es de necios despreciar la Palabra de Dios: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mr 13:31). 

Dos cosas llaman la atención en la respuesta de Jesús: 

  • Que se dirige a escribas y fariseos llamándoles hipócritas.  

(Mr 7:6) Hipócritas, bien profetizó de vosotros el profeta Isaías, como está escrito:…”

Es la primera vez que Marcos usa está palabra. Literalmente hipócrita sería alguien que lleva una careta, que finge lo que realmente no es o siente. Tristemente hay mucho de esto.

Seguramente se sintieron ofendidos, pero había buenas razones para que estos religiosos y teólogos merecieran este apelativo: 

De forma concreta: Por las intenciones ocultas que tenía la pregunta: No lo hacían para honrar a Dios, ni corregir algo que podía estar mal. No, la intención era destruir a Jesús usando el nombre de Dios. Algo que no ha cambiado con el paso del tiempo, usar el nombre de Dios para ocultar mis verdaderas intenciones. Podemos engañar a los hombres, pero no a Dios.

De manera general: Por la forma en que fariseos y escribas vivían la religión: Eran hipócritas porque aparentaban una piedad que no tenían, aparentaban conocer a Dios, pero sus corazones estaban lejos de él. Estaban vacíos: “Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mí.” (Mr 7:6). 

En realidad, si conocieran a Dios y su Palabra se habrían dado cuenta que Jesús era verdaderamente el Mesías. 

  • Que sin tapujos, el Señor da la razón de su comportamiento: 

(Mr 7:7) “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.” 

Porque eran imposiciones humanas, inventos de hombres, que suplantaban la Palabra de Dios, oscurecían su propósito y alejaban al hombre de Dios: “en vano me honran”.

(Mr 7:8) “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.”

“Aferrarse” viene del verbo griego krateo (ser fuerte, poderoso, prevalecer), aquí significa “asirse de algo con firmeza, con determinación”. He aquí el problema. “Se aferraban” a la tradición en detrimento de la Palabra. Para ellos la aceptación y la relación personal con Dios dependía del cumplimiento de normas como estas. Habían olvidado que las tradiciones, aunque fuesen bien intencionadas, no son inspiradas, por tanto no pueden ser obligatorias. La Escritura tiene la última Palabra.

Un ejemplo sangrante (Mr 7:9-13).

Alguno podría pensar que Jesús “tuvo un subidón”, y fue demasiado lejos con su acusación de hipocresía y menosprecio de la Palabra. Para demostrarles que no era así, el Señor hará referencia a un tema bien conocido por todos, en especial por escribas y fariseos: “los votos a Dios y el quinto mandamiento: honra a tu padre y a tu madre”. 

Lo llamo “un ejemplo sangrante”, por el dolor que debía producir en las familias judías. Pero claro, como se hacía en el “nombre de Dios” se sufría en silencio.

(Mr 7:9) “Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.”

Este “Bien invalidáis el mandamiento…” Este “bien” no indica aprobación sino constata el hecho de que detrás de la tradición había un argumento bien elaborado. El verso se puede traducir coloquialmente así: “Y añadió: ¡Qué buena manera tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones!»7 Esta es la forma en la que actúan las religiones y sectas. Generalmente no desplazan la Biblia de manera “descarada” sino que buscan un argumento lógico que suene bien para terminar imponiendo sus escritos propios. 

La respuesta de Jesús tiene tres partes. Primero recuerda lo que dice la Escritura. Después lo que ellos habían añadido, y por último las consecuencias de la tradición sobre la Escritura.

Lo que la Palabra dice:

(Mr 7:10) “Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: el que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.”

Esta orden de honrar a los padres8 es el quinto de los Diez Mandamientos dados por Dios a Moisés, para los judíos “El lugar santísimo de la ley”, y por tanto objeto de un cumplimiento estricto. Está en (Ex 20:12) (Dt 5:16). Aparece también en (Lv 19:3). Honrar implicaba cosas como: la estima, el cuidado, el respeto, y la obediencia. Todas ellas se repiten para los cristianos a lo largo del Nuevo Testamento. 

El castigo por una ofensa grave contra los padres está en (Ex 21:17) (Lv 20:9) (Dt 21:18-21)9. Proverbios 20 expresa las consecuencias prácticas de despreciar a los padres  (Pro 20:20). 

Volviendo a la argumentación de Jesús. Hijos que se avergüenzan de sus padres, que los ven como una molestia, o que viven resentidos contra ellos, siempre los ha habido. La cuestión para ellos era: teniendo un mandamiento tan claro de parte de Dios ¿Habría alguna forma de justificar el pasar por alto alguno de sus aspectos, y que esto no se volviera en su contra? Es decir, seguir considerándome un buen creyente. La verdad es que en estos casos, la mente de los seres humanos es enrevesada cuando se trata de “salirse con la suya” y ellos encontraron la fórmula. 

Lo que los escribas y fariseos enseñaban:

(Mr 7:11-12) “Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre,”

De entrada digamos que Corbán significa sencillamente “ofrenda a Dios”. En este caso, y como explica Marcos, era la formula  utilizada para realizar un voto al Señor. 

Los votos, y condensamos mucho, eran promesas que se hacían   de dedicar cosas a Dios, en este caso al templo. Originalmente tenían como propósito expresar la devoción, el agradecimiento, del adorador, incluso el buscar Su protección. 

Observen la formula usada, no tiene desperdicio: “Es Corbán todo aquello con que pudiera ayudarte”. Muy astutamente vinculaban el voto a la persona de sus padres. De tal manera que solo era Corbán si sus padres lo necesitaban y solo con respecto a ellos. En la práctica podía usarlo para beneficio propio o el de otras personas. Los únicos excluidos eran los padres. 

Las consecuencias de la tradición:

(Mr 7:13) “invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas.”

Es decir, en vez de dictaminar que un voto contrario al Decálogo, ¡la expresión máxima de la voluntad de Dios!, era nulo, los ancianos y escribas decidieron que este, en razón de otros argumentos, ¡no podía incumplirse! Sencillamente ¡de locos! pero así era.

“Y muchas cosas hacéis semejantes a estas.” Es decir, esto era solo un ejemplo. Con razón Jesús no dudó en enfrentarse al judaísmo y sus tradiciones. Habían desnaturalizado la palabra de Dios.

Para terminar: ¿Qué conclusión práctica podríamos sacar de este enfrentamiento de Jesús con las tradiciones judías, y del ejemplo que usó Jesús?

  1. Las tradiciones no son palabra de Dios, y nunca pueden sustituirla. Por muy razonadas y fundamentadas que estén. Cuando una tradición o un razonamiento contradice u oscurece el precepto bíblico, hay que abandonarla.
  2. La necesidad de honrar a nuestros mayores, en especial a nuestros padres. El Señor podía haber escogido cualquier otro ejemplo “de las muchas cosas semejantes” que hacían para violentar la palabra de Dios. Pero escogió esta. Que no  haya en nosotros corazones egoístas o resentidos que nos lleven a eludir nuestras responsabilidades como hijos.
  3. Las excusas para no obedecer. Este ejemplo nos pone en alerta frente al peligro de buscar justificaciones, incluso apelando a la Palabra de Dios, para no hacer lo que el Señor espera de nosotros. No caigamos en ese “juego” peligroso.

 

Notas.

  1. Ver Trenchard, “Lo externo y lo interno”, en Una exposición del Evangelio según Marcos. Editado por Editorial Literatura Bíblica, Madrid, 1981. Pág. 83. 

Ver J. C. Ryle, Meditaciones sobre los Evangelios. Marcos. Editado por Editorial Peregrino. Pág. 145 “Es una de aquellas Escrituras que deben estudiar con frecuencia y diligencia todos aquellos que deseen la prosperidad de la Iglesia de Cristo.”

  1. Se toma como punto de partida la exposición de J. C. Ryle, al evangelio de Marcos. Páginas 144-156 de la citada obra.
  2. Los judíos con el tiempo cayeron en esta práctica. A la hora de elegir entre el texto bíblico y las interpretaciones rabínicas, escogieron lo segundo. 

Esto es lo que sucede con el catolicismo romano, ponen a la misma altura la Escritura y tradición y el magisterio de la iglesia. y quien sale perdiendo en esta confrontación es la Escritura. 

Es lo que sucedió con la reforma protestante, empezó como un regreso a las Escrituras pero retuvieron muchas formas de la religión y terminaron creando su propia tradición. 

Es lo que sucede con muchos grupos cristianos que surgieron como reacción a ese tradicionalismo de las iglesias oficiales y trataron de volver a la práctica bíblica. Y cayeron en el mismo pecado. ¿Y quién dice que a nosotros no nos puede pasar lo mismo? 

  1. Consultar la obra de  Alfred Edersheim  “La vida en los tiempos de Jesús el Mesías” editada por Clie.
  2. “Tradición”, como la enseñanza apostólica recibida de Jesús y revelada por el Espíritu Santo, aparece en (1ª Co 11:2,23; 15:3) (2ª Ts 2:15; 3:6) (2ª Pd 2:21) (Jd 3).
  3. El interés apostólico y divino por dejar escrita la tradición oral se ve reflejado en textos como estos: (1ª Co. 15:1-3) (Lc 1:1-4) (2ª Pd 1:12-15; 3:1-2,15) (Jn 21:24) (Ap 1:11,19; 19:9).
  4. Lectura tomada de la traducción “Nueva Versión Internacional”.
  5. Una breve observación al respecto: No es difícil escuchar que la Biblia es machista y discrimina a la mujer. Normalmente esas acusaciones tienen varios problemas: 1. Desconocen la Biblia y su contexto, 2. Aplican patrones de nuestra cultura a culturas antiguas. 3. Ignoran que, en su contexto, la Biblia tenía mucho de innovadora o progresista respecto a la mujer. 

Y esta cita de Jesús es un ejemplo de esto último: Los dos padres, el hombre y la mujer, deben ser honrados de la misma forma por sus hijos. La ofensa grave a cualquiera de ellos podía ser castigada con la misma muerte.  

     9. En verdad son normas duras, sin embargo parece que su práctica fue reducida. ¿Por qué? Por el dolor que significaba para los padres, a pesar de los desprecios y ofensas, entregar un hijo a la muerte.