Del duelo a la alabanza (Salmo 30)


Una exposición devocional.

Cantado en la dedicación de la casa.

Antes de comenzar el Salmo propiamente dicho, tenemos una breve intorducción, en letra más pequeña, a la que normalmente no solemos prestar mucha atención:  “Salmo cantado en la dedicación de la Casa. Salmo de David”.

Gracias a esto sabemos que el autor de este cántico es el rey David, el rey poeta. También se le llama “el dulce cantor de Israel”. Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre lo que significa “la casa”. Para unos se trataría del Templo de Jerusalén, construido por su hijo Salomón. Alguien, bien David, Salomón o los sacerdotes, escogió este Salmo para cantarlo en aquella ocasión. Para otros la ocasión fue la inauguración oficial de alguna residencia de David. Por ejemplo “la casa de Cedro” (1º Cron 14:1-2). Esto significaría que cuando David hubo concluido la obra dedicó aquella casa al Señor. Si fue así, él entendía que era un don de Dios y se la entregaba a Él. Esta sería una lección sencilla para nosotros. Nuestros hogares deben ser como pequeños santuarios donde se bendice, se ora y se alaba a Dios ¿Es mi hogar un lugar dedicado a Dios?

La condición personal del salmista (Sal 30:1-3).

Ahora bien, una cosa es la ocasión en que se cantó y otra el momento en que se compuso y sus circunstancias. En estos versos el salmista da pequeñas pinceladas acerca de las cosas que vivió y que dieron lugar al Salmo, prestemos atención:

(v.1) “…, porque me has exaltado,” Estas palabras son fuertes. Este verbo “exaltar o alzar” se usaba en la vida diaria para referirse a la acción de subir un balde desde el interior de un pozo. Así de mal se llegó a sentir David. Como en lo profundo de un pozo: en estrechez y oscuridad. Y así de hermosa fue la intervención de Dios: Le alzó estando él en lo más profundo, y lo colocó en lugar espacioso.

(v.2) “…, y me sanaste”. Esto nos hace pensar que quizás la causa de todos sus males fue una dura enfermedad. Digo quizás porque lo mismo podía haberse tratado de cualquier terrible adversidad que le produjo gran desesperación. El caso es que llegó a tal extremo que el pensó que se moría.

(v.1) Volvamos a la última frase del verso primero: “…Y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí¿Han escuchado aquello de que las desgracias nunca vienen solas? Pues algo así pasó a David. A su dolor se añadía el dolor de ver como sus enemigos se regocijaban ante lo que parecía la inminencia de su muerte.

¿Podemos identificarnos con David? Creo que todos, de una o de otra manera, hemos pasado por una experiencia similar, “nos hemos visto en ese pozo oscuro”. En estrechez, oscuridad y desesperanza.

Lo hermoso es que en medio de su dolor clamó a Dios y el Señor contestó trayendo salvación a su vida:

(Sal 30:2-3) “Jehová Dios mío, A ti clamé, y me sanaste. Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; Me diste vida, para que no descendiese a la sepultura.”

La respuesta de David.

Por fin todo había pasado y nuestro rey disfruta nuevamente de paz ¿Y qué hace ahora? Les diré lo que solemos hacer nosotros: Olvidar en poco tiempo el asunto y no ser agradecidos con Dios. Pero David no quería que eso pasara. Él quería dejar testimonio del poder de Dios a su favor, y de su corazón brota este precioso Salmo o canción de agradecimiento y alabanza: “Te glorificaré, oh Jehová, porque me has exaltado…” así empieza el salmo.

El testimonio de la bondad de Dios (Sal 30:4-5).

La Escritura dice “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,…” (Ro 8: 28). Y la experiencia de David es testimonio de esto. Los siguientes versículos son preciosos porque nos abre su corazón y comparte lo que él aprendió acerca del carácter y obrar de Dios.

Y lo hace llamando en primer lugar a “vosotros sus santos” para que se unan a él en la alabanza (v.4). ¿Con quienes si no podía compartir el salmista su experiencia y formar un coro de adoradores? El no creyente, normalmente se muestra incrédulo y hasta se ríe cuando le comentamos alguna experiencia de carácter espiritual, sencillamente no entiende. De ahí el deseo del creyente de encontrarse con otros creyentes, en medio del Pueblo de Dios. Compartir las obras de Dios en nuestras vidas es motivo de gozo y de alabanza. ¿Qué aprendió David, y qué testimonio nos ha querido dejar para alabanza de Dios?

1. “Que por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida” (v.5a.) David entendió que en este caso su enfermedad se debió a la disciplina amorosa de Dios. Había cosas, actitudes, que Dios quería cambiar y este fue el medio utilizado. El salmista reconoce que la experiencia fue dura, pero el beneficio hizo que mereciera la pena. Esta idea es la misma que nos trasmite el autor de Hebreos:

(Heb 12:11) “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.”

“…su favor dura toda la vida”. Hermanos, son aquellas cosas aprendidas a los pies del Maestro, en intimidad, las que en verdad van a permanecer con nosotros para siempre, y nos acompañarán por la eternidad.

2. “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (v.5b.) Todos los comentaristas coinciden en señalar esta frase como de extraordinaria belleza. Se está repitiendo la idea anterior pero envuelta en poesía. En la experiencia de la persona que se humilla ante Dios, que descansa en sus brazos, esa noche de lloro, aunque se prolongue en el tiempo, vendrá a ser como el caminante que se aloja por una noche, que a la mañana se irá, y dará lugar a un gozo permanente, a un amanecer de esperanza.

Su condición anterior a la crisis (Sal 30:6-7).

Hasta ahora Dios había actuado a favor de su siervo David de muchas maneras. Le había dado dominio sobre sus enemigos, tenía salud, y bienestar económico. Así lo reconoce David: “Tu Jehová, con tu favor me afirmaste como monte fuerte” (v.7).

Un corazón engrosado.

Pero poco a poco su corazón se fue hinchando y su confianza empezó a descansar en las riquezas, en su sabiduría y en su poder. Estaba satisfecho, quizás pensaba que merecía todo aquello. Embriagado por esta situación llega a exclamar: “No seré jamás conmovido,” (v.6). No había abandonado a Dios. Quizás la palabra “Dios” todavía estaba en su boca, pero no en su corazón. Su vida con Dios era más un tema de religiosidad, de puro formalismo. El centro de su vida sin duda era “YO”.

Le pasó a David y nos puede suceder a nosotros: estamos satisfechos con el trabajo, mi situación financiera es buena o al menos tengo lo que me hace falta, los estudios van adelante, me siento satisfecho de mi familia, me gusta mi vida, estoy sano… ¡Dios parece contento conmigo, puedo vivir tranquilo! Y caemos en una actitud de conformismo, nos puede el orgullo e incluso cedemos en nuestro compromiso con Dios.

Dios aplica la medicina.

Entonces dice el salmista (v.7) “Escondiste tu rostro, fui turbado”. De repente la vida se convierte en una pesadilla. Dios decide intervenir en la vida de su hijo para colocar cada cosa en su sitio. Hacer que vuelva a la realidad de su debilidad y dependencia de Dios.  “Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.” (Heb 12:6)

(Ec 7:14) «En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él.» (RV60).

(Ecl 7:14) “En el día del bien, pues, sé gozoso, pero en el día de adversidad considera, pues que Dios ha hecho tanto lo uno como lo otro a fin de que el hombre no halle, fuera de Él, nada” (V.M.)

Evidentemente no soy nadie para juzgar a nadie y decir que el sufrimiento o la adversidad en tu vida tienen tal o cual propósito. Esto es algo que, como en el caso de David, debemos aprenderlo en la intimidad con Dios. Pero sí podemos decir, sin miedo a convertirnos en jueces, que uno de los principales propósitos de la prueba es “vaciarnos de nosotros mismos” y llevarnos a depender más de Él.

David se vuelve a Dios (Sal 30:8-10).

Pero la pesadilla que empezó a vivir produjo un cambio brusco en su relación con Dios. Durante su prosperidad su vida de oración y devoción se había convertido un tiempo monótono y aburrido. Pero ahora, en su enfermedad, de nuevo oraba con sinceridad y con intensidad “A ti, oh Jehová clamaré, y al Señor suplicaré” (2:8).

Creo que este primer beneficio de la adversidad es algo que todos hemos experimentado en más de una ocasión. Resucita nuestra comunión con Dios. Es interesante ver como David se acerca a Dios:

Al principio intenta razonar con Dios desde un punto de vista puramente humano (v.9) Es algo así como: ¿qué vas a ganar si me muero? ¿Sencillamente perderás un adorador?

Hasta que finalmente se quebranta. Se reconoce necesitado, indigno y que solo puede apelar a la gracia divina: (v.10a) “Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí;”

¡Y que hermosas suenan las siguientes palabras: “Jehová, se tú mi ayudador”  “se tú mi socorro, mi auxilio” (v.10b) en la boca de David! Su confianza no estaba ya ni en la sabiduría humana, ni en la ciencia sin Dios, ni en las riquezas.

Alabanza por la respuesta del Señor (Sal 30:11-12).

El salmo termina como empezó, con alabanzas a Dios por su obra de Salvación:

(v.11) David explica como se siente después de haber sido alzado desde el pozo en que se encontraba utilizando una ilustración: “ha sido como cambiar el dolor de un funeral por la alegría de una boda”. Por eso habla de “lamento” y “cilicio” (una prenda áspera, parecida a una tela de saco, que se vestía para expresar profundo dolor) de “baile” y de “alegría”.

Y en el verso 12 afirma que “nunca dejará de cantar alabanzas a Dios en agradecimiento por lo que ha hecho”: “Por tanto, ti cantaréy no estaré calladote alabaré para siempre”

¡Qué gran lección de David! Estas expresiones “… y no estaré callado” y  “te alabaré para siempre” me llaman la atención porque contrastan con lo que muchas veces es nuestra actitud: Silencio. Como si no tuviésemos razones mas que suficientes, empezando por el regalo de Jesús y el don de la Salvación, para el agradecimiento, y para caer de rodillas delante de Él.

Alma mía, no te olvides

De alabar a tu Señor:

En los días de conflicto

Le encontraste un Protector.

Alma mía, en tus apuros

Invocaste al Salvador:

De su ayuda no te olvides;

Agradécele su amor.

Tú jamás pediste en vano

Una nueva bendición:

Rebosando está tu copa;

Rinde a Dios tu adoración.

Alma mía, cumple siempre

Lo que manda tu Señor;

Lleva al mundo el Evangelio,

Llama a Cristo al pecador.

Coro.- Cada día de tu vida

Lleno está de bendición;

Cada día agradecida

Sirve a Dios con devoción.

(Himno 333. Himnario Evangélico.

Cánticos de fe, amor y esperanza)

 

Natanael Leon