Jesús llama a los Doce (Marcos 3:13-19)

¿Quiénes eran estos hombres? ¿Qué es un Apostol? ¿Cuál era su misión? ¿Qué requisitos debía reunir? ¿Y hoy en día? Estas son algunas de la cuestiones que abordaremos en este estudio.

Introducción.

A estas alturas del ministerio, Jesús debía tener un grupo mas o menos numeroso de discípulos, hombres y mujeres que le seguían incondicionalmente, que habían sido cautivados  por Su Persona. En el evangelio de Lucas encontramos una lista de mujeres que por estas fechas se incorporaron al grupo de discípulos (Lc 8:1-3). También conocemos por nombre a algunos de los varones que lo acompañaban. Simón Pedro y Andrés su hermano, Jacobo y su hermano Juan, Felipe y Natanael conocido después como Bartolomé, jóvenes que desde hacía aproximadamente un año le seguían permanentemente.

Pero ahora el Señor se propone dar un paso más. De entre estos seguidores, Jesús escogerá un grupo de doce para que tengan una preparación más intensa y enviarlos a predicar.

Un nuevo pueblo.

¿Por qué hace esto? Esta elección debemos entenderla a la luz de lo ocurrido anteriormente con los religiosos y las multitudes. Los primeros optaron por ignorar las señales que identificaban a Jesús como el Mesías y quedarse con su religión y tradiciones, los segundos, la multitud, pronto mostraron que más allá de la satisfacción de lo inmediato, tampoco había un verdadero interés por Su Persona, no habían corazones preparados para un encuentro con Dios, ni verdadera disposición para obedecerlo.

De ahí la necesidad de formar, empezando por Israel, un nuevo pueblo. Un pueblo formado por hombres y mujeres que confesaran sus pecados, que le reconociesen como Mesías y recibiesen el mensaje del Evangelio.

De la misma forma que en la antigüedad Dios formó a Israel a partir de doce patriarcas y doce tribus, el Señor muestra ahora este propósito de formar un nuevo pueblo llamando a doce hombres. Ellos serán las primeras piedras sobre las que edificar este nuevo edificio espiritual.

Que el propósito de Dios era formar un pueblo que rebasase los límites de Israel añadiendo gente de todas las naciones, es una realidad que Jesús anticipó en diferentes ocasiones durante Su ministerio, pero como hecho histórico tendrá que esperar hasta Pentecostés, con el nacimiento de la Iglesia (Mt 15:24). En esta incorporación dos nombres tendrán un papel decisivo. Primero Pedro (Hch 11:1-18) y después Pablo, el Apóstol de los gentiles. (1ª Co 15:7-9) (Ga 2:6-10).

Pero esa es “otra historia”. Volvamos otra vez al texto, cuando Jesús predicaba todavía en Galilea y al momento donde el Señor llama a estos Doce. Lucas y también Mateo los identifican con el término “Apóstoles” (Lc 6:13) (Mt 10:1-2).

El llamamiento de los Doce.

(Mr 3:13) “Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a Él.”

“Después subió al monte,…” Lucas nos explica que antes de reunir a sus discípulos primero sube solo y pasa la noche orando (Lc 6:12). No es para menos, el asunto era muy importante, de entre sus discípulos debía escoger doce para que fuesen sus Apóstoles. Ahora, un momento para la reflexión ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración? Esta noche de oración no fue algo puntual en vista de la decisión que iba a tomar, orar era algo habitual en Jesús.

Por otro lado, ¿Con cuanta ligereza tomamos las decisiones? ¿Buscamos verdaderamente la dirección del Señor o le dejamos en un segundo plano? Si Jesús, que es el Hijo de Dios necesitaba de estos momentos de intimidad con el Padre, cuanto más nosotros que somos débiles criaturas.

“…y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a Él.” Llegada la mañana, el Señor se rodea del grueso de sus discípulos y  entonces llama aparte a algunos (Lc 6:13). A los que Él quiso, dice Marcos. Dos cosas llaman aquí la atención.

Jesús llamó a los que Él quiso.

Lo primero es la libertad y la autoridad con la que actúa. Estos Doce no fueron escogidos por la comunidad después de completar algún proceso interno de selección, sino que Jesús mismo los escoge en conformidad con Su voluntad.

También que, y como veremos después, eran personas de lo más normal, no tenían ningún mérito u obra especial que los colocase en una posición de privilegio. Ninguno lo merecía. Este llamado es por gracia, por Su misericordia. Como alguien señalaba, el Señor no los escoge por lo que son sino por lo que quiere hacer en y con ellos.

“Y vinieron a Él”

Lo segundo que llama nuestra atención es la respuesta. A veces ocurre en nuestras vidas que Dios nos capacita y nos llama a realizar un determinado servicio, y nosotros, pese al llamado, nos resistirnos. Pero en este caso no fue así. En seguida hubo una respuesta positiva. ¿Cómo respondemos al llamado de Dios?

No se trató de un llamamiento irresistible o algo semejante, como alguno pudiera pensar. Cuando Dios llama no anula ni nuestra capacidad de respuesta ni nuestra responsabilidad.

(Hch 7:51) «¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.»

(Lc 13:34) «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!»

Esta escena es un ejemplo de cómo el llamamiento de Dios obra conjuntamente con la libre voluntad de los hombres dispuestos a escucharlo. Ellos lo eligieron sólo después de que él los eligiera a ellos. La noche en que le arrestaron dijo a sus discípulos “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…”(Jn 15:16).

Estableció a Doce.

(Mr 3:14-15) “Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios:”

La misión inmediata de los Doce.

Pensemos por un momento en la inmensa tarea que Jesús tenía por delante, la cantidad de multitudes con necesidades que venían a Él, los lugares y personas a las que predicar el Evangelio. El era el Hijo de Dios, y podemos pensar que no necesitaría ayuda humana, que solo se bastaba. Y sin embargo, no dudo en ningún momento en usar a sus discípulos.

Habrían cosas en las ellos que no podían cooperar con el Señor. De hecho la Cruz era una tarea reservada solo para Él. Pero siempre que hubo ocasión Jesús procuró involucrarlos: se dejaba llevar por estos expertos marineros en sus barcas, permitió que le sirvieran con sus bienes proporcionando alimentos, dinero, usaba los hogares que le ofrecían, y ahora decide apartar este grupo para prediquen la Palabra en su nombre.

El Señor no quiere observadores en medio de su pueblo, no desea cristianos ociosos, Su deseo es que todos estemos involucrados, unos en la vanguardia, otros en la retaguardia, pero todos activos.

Marcos resume esta misión que hemos llamado inmediata siguiente manera (Mr 3:14-15):

“Para que estuviesen con Él.” Es decir, siempre delante de Él, viéndole, oyéndole y aprendiendo todo lo que quiso enseñar (aprendizaje en intimidad, en comunión).

“Para enviarlos a predicar.” Es decir, que fuesen sus heraldos, apóstoles o enviados que llevasen Su mensaje. Lo que habían aprendido junto a Jesús.

“Autoridad para sanar enfermedades y echar fuera demonios.” Esta autoridad serviría para confirmar que verdaderamente eran sus representantes, que sí llevaban el mensaje del Mesías.

Para muchos lo que llama la atención y se anhela de esta comisión es lo tercero. Lo espectacular. Un ministerio exitoso, de grandes experiencias, de grandes multitudes, de grandes medios… Sin embargo no nos damos cuenta que lo verdaderamente trascendente de este llamado es el primer punto: los llamó para “estar con Jesús”. Antes de salir a cualquier labor debían estar con Jesús. Para tener un mensaje, primero debían estar con Jesús.

Hermanos, no existe mensaje ni servicio eficaz que podamos hacer sino surge de una relación personal con el Señor. Esta es una verdad fundamental, pero fácil de olvidar. Recordemos lo que les dijo el Señor en otra ocasión:

(Jn 15:4-5) «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.»

Los misión única de los doce Apóstoles.

Ahora pensemos en el interés que Jesús tomó en los Doce, la intensidad de la relación y de la instrucción, y además las cosas que les enseñó según se acercaba el momento de su muerte y de su partida. Todo esto pone en evidencia que este llamado no se agotaba con “echar una mano a Jesús” (la misión inmediata),  sino que el Señor tenía otros planes para ellos, y que aquello en realidad fue parte del aprendizaje (Mt 16:13-14) (Mt 28: 18-20).  

Ausente Jesús, ellos tenían que realizar una misión única e irrepetible. Debían servir de enlace entre la persona del Señor resucitado y aquellos que habían de creer en Cristo, y que formarían parte de este nuevo pueblo que es la Iglesia. Esta misión podemos concretarla en cuatro puntos:

1. Testigos de la vida, el ministerio y enseñanzas de Jesús.

¿A quién podrían acudir, con confianza y certeza de verdad, los nuevos creyentes para saber lo que realmente Jesús hizo o dijo, o mandó? ¿Quiénes mejor que estos Doce hombres que estuvieron tan íntimamente unidos al Señor y que además fueron comisionados por Él?  (Hch 10:39-41) (1 Jn 1:1-4) (2 Pd 1:16-18)

(Hch 10:39) “Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.

(1 Jn 1:1-3) “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos,…”

Además, no dependían de su memoria, ni de las notas que pudiesen haber tomado durante la vida de Jesús, tenían la promesa específica de que el Espíritu Santo les ayudaría en esta labor de preservar y transmitir la vida y enseñanzas del Maestro.

(Jn 14:26) «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.»

2. Testigos de la resurrección. (Hch 1:22) (Hch 2:32) (Hch 10:40-41).

Todos ellos eran testigos indiscutibles de la resurrección de Cristo, todos habían visto personalmente al Señor en su cuerpo resucitado.

(Hch 1:22) «comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.»

(Hch 2:32) «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.»

No olvidemos que la verdad sobre la persona de Jesús, y la eficacia del Evangelio descansan sobre el hecho de Su resurrección. Sin resurrección, enseñó Pablo, todo sería una gran mentira (Ro 1:4) (1 Co 15:13-15).

(1 Co 15:13-14) “Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.”

3. Fundamento de la Iglesia.

Junto con el Apóstol Pablo, los Doce fueron usados por Dios para establecer las bases doctrinales, el fundamento sobre el que debía descansar la Iglesia, este nuevo pueblo que Dios iba a formar (Ef 2:20) (Ef 3:1-11) (Ef 4:11).

(Ef 2:20) “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,”

4. Escritos Apostólicos.

En este sentido, es importante subrayar que todo el Nuevo Testamento descansa sobre la autoridad apostólica. Detrás de cada uno de los evangelios hay un Apóstol o un colaborador íntimo. Igual sucede con el resto de los escritos.

Por esa razón, cuando los líderes de las iglesias de los primeros siglos se preguntaban qué libros de los muchos que en aquel entonces circulaban por las iglesias debían ser considerados como autoritativos para la Iglesia, su principal criterio de selección fue que hubieran sido escritos por los mismos apóstoles o que contaran con su autoridad.

La sucesión apostólica.

Jesús nunca tuvo intención de que los Doce tuvieran sucesores. Ni el papa de Roma, ni los doce apóstoles mormones, ni otros que reivindican este tipo de sucesión están en lo cierto. Sus “apóstoles”, a pesar de la solemnidad o fastuosidad que les rodea, son falsos. Dos detalles para reflexionar:

Solo hay un caso de “sucesión apostólica” en la escritura. Y no es propiamente una “sucesión”, más bien es un reemplazo. Ocurre antes del descenso del Espíritu y que este grupo empezara esa misión única e irrepetible. Nos referimos a Judas, el que entregó a Jesús (Hch 1:15-26). En esta ocasión los discípulos entendieron que la profecía indicaba que otro debía ocupar su lugar y completar así el número establecido por el Señor (Hch 1:20). Sin embargo, después de Pentecostés, una vez establecida la Iglesia, ya no hubo más “sucesión” apostólica. Tras la muerte del Apóstol Jacobo, el hermano de Juan, el primer mártir, ya nadie ocupó su lugar.

En este texto de Hechos  (Hch 1:15-26) encontramos además los requisitos que debía cumplir un Apóstol.

(Hch 1:21-22) “Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.”

Testigos de la vida y ministerio de Jesús. Haber estado con Jesús los aproximadamente tres años que duró su ministerio, desde su bautismo por Juan hasta la ascensión a los cielos.

Testigos de su resurrección. Haber visto personalmente al Señor en su cuerpo resucitado.

Toda esta evidencia bíblica deja claro que para ser apóstol, el candidato tenía que ser alguien del primer siglo. Nadie después del primer siglo podría haber sido testigo presencial del ministerio de Jesús y de su resurrección. En consecuencia, no pueden haber personas en el día de hoy que reclamen para sí esa posición o autoridad que nuestro Señor dio a estos Doce y a Pablo (2ª Co 11:13).

¿Se puede ser una iglesia apostólica y novotestamentaria y no tener Apóstoles? Por supuesto que sí. No se es ”apostólico” por tener doce apóstoles,  o un “apóstol” sobre una o varias iglesias. Una iglesia es novotestamentaria y apostólica cuando se edifica sobre el fundamento que pusieron los apóstoles, y este está presente en el Nuevo Testamento «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.» (Hch 2:42).

Distintos usos de apóstol en el Nuevo Testamento.

En cierta ocasión, en los primeros años de mi conversión, durante alguna conversación con mis compañeros de instituto hice una afirmación que causó gran sorpresa: “yo también soy apóstol”, “en realidad – les dije – todos los cristianos somos apóstoles”. La cuestión era que este jovencito “había oído campanas pero no sabía donde”, había escuchado del tema recientemente, pero en verdad no era capaz de explicarlo. Sin embargo no estaba desencaminado. No estaba diciendo ninguna barbaridad.

Significado del término apóstol.

Lo primero que tenemos que decir es que la palabra apóstol (en griego apostolos) deriva del verbo griego apostello, enviar, y significa “uno que es enviado”, “alguien que va de parte de otro con una misión”, “un mensajero” (Jn 13:16). Un dato interesante, el equivalente de apostolos en latín es missus, de donde vine nuestra palabra misionero.

Posiblemente el uso que hace el Nuevo Testamento de este término puede concretarse en dos:

Para referirse al grupo de los Doce y a Pablo. Aquellos que fueron directamente llamados por el Señor para establecer los fundamentos de la fe y de la Iglesia. Es un uso restringido o exclusivo de la palabra.

Pero también hay un sentido más general. Para referirse a aquellos que son comisionados o enviados por la iglesia con una misión. Bien la de predicar la Palabra, que equivale a nuestro término misionero, obrero, o bien con algún mandato expreso. (2 Co 8:23) y (Filp 2:25) son buen ejemplo de lo que queremos decir. En este caso, el término apostolos ha sido traducido por mensajeros y mensajero respectivamente. La mayoría de estos apóstoles/misioneros del Nuevo Testamento son anónimos, pero de algunos si que conocemos sus nombres: Epafrodito (Filp 2:25), Bernabé (Hch 14:14), Apolos (1 Co 3:4-5, 22-23).

Y después, a caballo entre los dos, está el caso de Jacobo, conocido como Santiago, el hermano del Señor (Gá 1:19). No era uno de los doce, no hubiese cumplido con los requisitos, sin embargo fue testigo de la resurrección corporal de Jesús y tuvo un papel fundamental en la iglesia de Jerusalén (1 Co 15:7) (Gá 1:18-19) (Gá 2:9).

Conocer estas distinciones y usos de apostolos es importante. Evitaremos confusión. Hay muchos que toman para sí pasajes donde significa misionero y luego los tuercen para atribuirse títulos o autoridad que pertenecen a los Doce o a Pablo.

Los Doce, un ejemplo a imitar.

Ya hemos visto que los Doce constituyeron un grupo único e irrepetible, con una misión única. Por tanto no hay sucesores. Sin embargo, esto no significa que tengamos que verlos como personas encumbradas y alejadas de nuestra realidad. No podemos hacer muchas de las cosas que ellos hicieron, sin embargo hay otras muchas que sí podemos imitar. Pero primero nos preguntamos:

Quienes eran los Doce.

En el Nuevo testamento hay cuatro listas con sus nombres. Están en Mateo, Marcos, Lucas y finamente Hechos de los Apóstoles. Salvo ligeras variantes en el orden o algún cambio en la manera de nombrarlos, estas coinciden. Mirando las listas, y comparando los datos, nos damos cuenta:

Por un lado, que eran un grupo heterogéneo y fácilmente tensionable, es decir proclive a romper por las tensiones internas. Había desde un cobrador de impuestos, un renegado al servicio de Roma, hasta un antiguo celote, es decir un nacionalista exaltado dispuesto a matar a los enemigos de Israel. Los había de carácter enérgico, también impulsivos, de primero hacer y después pensar/lamentar, y otros más  reflexivos.

Por otro, que eran gente trabajadora, sin grandes ventajas sociales ni estudios académicos, y menos aún de teología. Eran gente común, personas con las que fácilmente nos podemos identificar por cercanos a nuestra experiencia.

Sin embargo, había algo que los hacía realmente diferentes y que los mantenía unidos a pesar de sus diferencias: Amaban a Jesús. Habían decidido que Jesús era su Maestro. Querían seguirlo incluso a pesar del conflicto con los líderes religiosos.

(Jn 6:67-68) “Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”

Sus nombres, siguiendo el orden que hace Marcos, son los siguientes:

Simón, hijo de un tal Jonás (Jn 1:42). De oficio pescador, vivió primero en Betsaida y después en Capernaum, todo ello a orillas del mar de Galilea. Su nombre hebreo significaba oír, después fue cambiado por el Señor a Pedro, nombre griego que significa roca. Este nuevo nombre será una descripción no de lo que era cuando fue llamado por el Señor sino de lo que por Su gracia llegaría a ser.

Jacobo, hijo de Zebedeo. Lleva el mismo nombre que el patriarca Jacob. A través del latín, Jacobo se transformó en Santiago. Como veremos en la lista, había otro Jacobo entre los apóstoles, así que para distinguirlo a este se le conoce como Santiago o Jacobo el Mayor no por cuestión de importancia sino probablemente por edad (algunos piensan que es por estatura). Este Apóstol fue el primero de los Doce en morir como mártir (Hch 12:1-2).

Juan. Era hermano de Jacobo y por tanto hijo de Zebedeo. Este Juan es el autor del Evangelio que lleva su nombre y de las tres cartas. Parece que sobrevivió a su hermano hasta edad muy avanzada. Marcos dice que el Señor les puso por sobre sobrenombre “Boanerges, esto es hijos del trueno”. Al parecer esto se debió al carácter enérgico, fuerte, de ambos hermanos y el celo que manifestaban por el Señor (Lc 9:52-54) (Mr 9:38).

Andrés: Era el hermano de Pedro, por tanto sabemos el nombre de su padre, su trabajo y su ciudad de origen. Fue Andrés quien lo llevó a los pies del Señor (Jn 1:41-42). Su nombre es griego, viene de la palabra «aner» que significa «varón». Andrés, junto con su hermano Pedro, con Jacobo y Juan eran pescadores.

Felipe: También era de Betsaida, la ciudad de Pedro y Andrés, posiblemente también un pescador. Su nombre es griego, y significa «amante de caballos». Fue la persona que trajo a Natanael al Señor. Quizás una de sus frases más celebres sea la respuesta que le da cuando este desconfía de las noticias que trae sobre Jesús (Jn 1:45-46). “Ven y ve.” Unas palabras que recuerdan el propósito de la evangelización, que la persona tenga un encuentro con Jesús.

Bartolomé: Más que un nombre, Bartolomé es un sobrenombre que significa “hijo de Talmai”. Bartolomé es casi con total seguridad Natanael, “dado o puesto por Dios” (Jn 1:45) . El Evangelio de Juan lo identifica como uno de los seis discípulos que junto con Pedro, fueron a pescar y se encontraron con Jesús resucitado (Jn 21:2-3). Era de Caná de Galilea y posiblemente pescador, o al menos el oficio no le era desconocido.

Mateo. Conocido como Mateo el publicano, según el mismo escribe, a causa de su antiguo oficio, recaudador de impuestos (Mt 10:3). Lucas lo llama Leví (Lc 5:29) y Marcos dice que su padre se llamaba Alfeo (Mr 2:14). Posiblemente el mas culto o mejor preparado de los Doce. Es autor del evangelio que lleva su nombre, Evangelio según Mateo, un relato temprano no solo de los hechos sino de las grandes enseñanzas de Jesús.

Tomás: También conocido como «Dídimo» (Jn 11:16). Ambos nombres significan, «mellizo»; el primero en arameo, el segundo en griego. Este fue el discípulo que expresó dudas acerca de la resurrección de Cristo (Jn 20:24-25). Su quebrantamiento y sus palabras posteriores no solo son emotivas sino un testimonio de la divinidad de Jesús y una realidad que todos debiéramos confesar (Jn 20:28).

Jacobo hijo de Alfeo: Conocido como «Jacobo el Menor» (Mr 15:40), para distinguirlo del primer Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Pedro. Quizá por haber sido menor en edad que el otro Jacobo (otros sugieren, que era de menor estatura). Sabemos que el nombre de su madre era María. Aunque el padre de Mateo (Levi) también se llamaba Alfeo (Mr 2:14), no parecen haber sido hermanos.

Tadeo: Es posiblemente el Apóstol que más nombres recibe. Mateo nos dice que su verdadero nombre es Lebeo y que Tadeo era algo así como un segundo nombre (Mt 10:3). En Lucas sin embargo se le llama «Judas hermano de Jacobo» (Lc 6:16). Pero nada que ver con quien entregó a Jesús, Judas era un nombre bastante común, al igual que Jacobo, Alfeo o Simón.

Simón el cananista: La palabra «cananista» no debe ser confundida con «cananeo» (un habitante de Canaán, un gentil). Una palabra aramea que significa «celoso» o «fanático». Lucas lo llama “Simón el zelote”, que significa lo mismo pero en griego (Lc 6:15). Los celotes eran un grupo nacionalista judío, pero radical y violento contra los romanos y contra los que traicionaban la ley y tradiciones judías. Este sobrenombre indica que antes de conocer a Jesús, Simón estuvo identificado con estas personas. Un testimonio más de la gracia de Dios transformando vidas y corazones.

Judas: Y finalmente llegamos a Judas, y para diferenciarlo de otros Judas, un nombre común en la época, los evangelistas añaden “el que le entregó” o similares. El nombre, «Iscariote», significa «el hombre de Keriot», que era un pueblo en Judá. Posiblemente el único de los Doce que no era galileo.

Una pregunta importante es, ¿Qué llevó a un hombre escogido por Cristo y dotado con autoridad espiritual a traicionar al Señor? Probablemente fueron los sueños frustrados de querer socavar el poder de los romanos. Posiblemente influyó también su avaricia. Toda una advertencia de que se puede estar “muy cerca de Jesús”, tener incluso responsabilidades en la Obra del Señor, y que el corazón todavía esté en tinieblas.

Características a imitar de los Doce.

Y ahora sí, ahora llegamos al punto final de esta exposición sobre los Doce y su llamamiento. ¿En qué forma podemos imitarles? Siete son los aspectos de sus vidas a imitar:  

Creyeron el Evangelio (Mr 1:14-15). Primeramente, y así comienza toda esta “historia”, ellos creyeron el Evangelio del reino de Dios. Experimentaron un genuino arrepentimiento y dispusieron sus corazones para volverse a Dios y recibir, sujetarse, a su Ungido. Este es también la primera cosa en que podemos imitarles. Comenzar una verdadera relación con Dios por medio de Jesucristo ¿Es esta tú experiencia?

Intimidad con Jesús (Mr 3:14). Pasaban mucho tiempo con Jesús, estaban permanentemente con Él, viéndole actuar, escuchándole y conversando. Y eso transformó sus mentes y su carácter haciéndoles semejantes a Cristo (Hch 4:13). ¿Cuánto tiempo pasamos a solas, en intimidad, creciendo en comunión con el Señor?

Renuncia (Mr 1:18) (Mr 8:34). Ellos aprendieron, y dieron testimonio, de que nada ni nadie debía ocupar en sus vidas el lugar que pertenecía a Jesús. De la misma forma también nosotros debemos aprender a dar la prioridad al Señor. Aprender a decir no, cuidar de que las cosas de este mundo, aún las lícitas, no nos aten y condicionen nuestra relación con Dios. ¿Qué lugar ocupa el Señor en nuestra vida?

Instruidos por el Señor (Mr 4:10-11). ¡Cuánto nos gustaría tener el privilegio de aquellos hombres de escuchar de la boca de Jesús la Palabra y sus explicaciones! Pero el Señor no nos ha dejado huérfanos, Él ha hecho provisión para que también nosotros seamos instruidos en Su Palabra, dejándonos primeramente testimonio escrito de ella, enviando al Espíritu Santo a nuestros corazones y capacitando a su pueblo mediante dones para entender Su Palabra. La pregunta es ¿Estamos aprovechando esta provisión del Señor?

Personalmente creo que hay una relación muy estrecha entre comunión con Jesús y conocimiento de la Palabra. No me cabe duda que lo primero lleva a lo segundo y lo segundo a lo primero. Si esta relación se rompe podemos caer en alguno de los dos extremos, en un sentimentalismo sin fundamento o en una rigidez académica carente de vida. Y las dos son igualmente problemáticas.

Una Misión (Mr 3:14-15). ¿Recuerdan el sentido primario de apóstol? Significa enviado, alguien que recibe una tarea, que tiene una misión.

Es aquí donde retomamos la experiencia de aquel joven que un día dijo a sus compañeros “yo también soy apóstol”. Es en este sentido primario del término que todos nosotros, como herederos de la misión encomendada por el Señor a los Apóstoles, podemos decir que somos apóstoles. Tenemos el encargo de predicar el Evangelio (Mt 28:19) (1 Co 5:18-20). No somos Apóstoles como los Doce, ni como Pablo. Posiblemente no seamos apóstoles significando misionero u obrero, dedicados a “pleno tiempo” al Señor.  Pero somos enviados como luz y sal al mundo para llevar a otros a los pies de Cristo (Mt 5:13-16).

Servicio: Estar con Jesús no fue una experiencia contemplativa, cuasi mística. Estar con Jesús significó disposición para trabajar en todo aquello que el Maestro pedía. Y no fue siempre salir a predicar y hacer señales. También era remar, buscar alimento, repartir, recoger cestas de comida, etc. ¿Estaremos dispuestos a servir de la misma forma, incondicionalmente, al Señor y a nuestros hermanos?

El amor al Señor. Ya la mencionamos antes cuando mencionamos el hecho que hacía especiales a esta gente común. El amor al Señor, esto era lo que hacía que aquel grupo tan diverso no se desintegrara.

De la misma forma, si nosotros amamos a Jesús ese amor nos hará amarnos los unos a otros a pesar de nuestras diferencias y fricciones que puedan surgir; y además, este amor hará que todas estas cosas que hemos mencionado no sean una carga sino que las vivimos con gozo (1 Jn 4:20) (1 Jn 5:3). ¿Amamos al Señor? ¿Qué lugar ocupa su amor en nuestros corazones?

En vez de estar preocupados por ocupar un lugar semejante a ellos en la iglesia y usurpar su autoridad, tengamos más bien presentes estas siete actitudes y esforcemos en imitarlas. De esto si se agradará Dios.