“A fin de que al abrir mi boca me sea dada PALABRA …” (Ef.6:19)
¿Acaso no era Pablo un hombre bien preparado academicamente? ¿Acaso no dominaba el arte de la oratoria? ¿Por qué pedía Palabra?
¿Quién quiere una armadura de hojalata?
Ef.6:18-19 «orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio»
El contexto del verso pertenece a la magistral e inigualable metáfora de la armadura provista por Dios, a fin de que el cristiano pueda afrontar y neutralizar los dardos inflamados y envenenados del Maligno. Pero aunque importante, el propósito no es hablar de la “Armadura”.
Si acaso decir, que la armadura se convertiría en mera chatarra de hojalata si no se asume seriamente lo que los versos leídos dicen respecto a la oración. Es necesario saber que la lección de la metáfora, no acaba con el v.17. Son los versos 18 y 19 los que ponen el corolario, los que rematan y culminan las implicaciones que se derivan de tan brillante ilustración.
Un Pablo suplicante.
Al fijarme en los citados versos, vi, como nunca antes había visto, que estaban cuajados de ideas y conceptos preciosos, que por supuesto, no podremos abarcar.
Y lo primero que llamó mi atención fue ver a un Pablo suplicante ante sus hermanos. Algo estaba necesitando. De tanta importancia era ese algo, que lo procuraba por todos los medios y con toda vehemencia. Por esta revelación de su necesidad, veremos la gran importancia que, el más grande adalid del Evangelio, concedía al mensaje que tenía que comunicar.
Sabemos que estaba bajo arresto domiciliario. En verdad su situación era crítica, pues se presumía que tales circunstancias le iban a llevar ante el más alto tribunal del mundo, y ante su más alta magistratura, (quizás a la misma presencia del César, el emperador de turno, Nerón, con toda su cohorte).
A primera vista, y por lo que está recabando de Dios, «palabra», da la impresión de que Pablo no dominaba la homilética; como si le faltara la técnica para elaborar un sermón, o como si estuviera falto de recursos.
Justamente este Pablo suplicante, fue lo que me indujo a considerar su personalidad, su formación, su talante, su equipamiento y capacidad, cosas que el Apóstol habría de usar para hacer la ingente tarea que el Señor le encomendó. Cosa que jamás olvidó y nunca dejó de hacer: «Para esto yo fui constituido predicador y apóstol (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad.» 1Ti.2:7.
La formación académica de Pablo.
En las familias judías la formación de los niños durante su primera infancia solía estar a cargo de las madres y abuelas. Recordemos el caso de Timoteo que desde pequeño fue modelado en la piedad de Israel e iniciado en los primeros rudimentos de las Sagradas Escrituras, por su madre y su abuela.
A la edad apropiada su padre le mandó a Jerusalem, con su oficio de fabricante de tiendas ya aprendido, para que pudiera recibir una buena formación académica y le matriculó en la mejor facultad que había allí. Quiso que su hijo, como cualquier padre desea para los suyos, se formara a los pies de Gamaliel, que por entonces era el rabino más docto y de mayor prestigio en las Escrituras que había en la ciudad.
– Como alumno del gran Gamaliel, el conocimiento que Saulo adquirió de la Escritura no fue superficial. Él no estudió una asignatura suelta para que constara que había pasado por la Escuela Superior de Jerusalén.
– Como hombre culto no solo conocía el origen, la Historia de su Pueblo y su propia ascendencia, sino que además se sentía muy orgulloso de su procedencia.
Flp.3:5 «circuncidado al octavo día, [no como los prosélitos que se circuncidaban de mayor] del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos…» (Es decir, no hijo de las concubinas extranjeras que Raquel y Lea facilitaron a Jacob sino hijo de Raquel, madre de Benjamín, la esposa favorita de Jacob).
– Era bilingüe, (Hch.21:37,40). Conocía la cultura griega. En el areópago pudo citar a sus poetas. Conocía los entresijos del paganismo, incluso solía viajar con sus libros, los que le eran de mayor utilidad:
2Ti.4:13 «Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos [Escrituras]»
– Y más allá de su formación, era un hombre que amaba a Dios y a su pueblo; era fiel cumplidor de la Ley, tanto que, como buen fariseo, (lo de fariseo, no en sentido peyorativo) se consideraba irreprensible. Fil.3:6
Es por todo eso que me sorprendió que Pablo rogara a sus hermanos que intercedieran por él ante Dios, precisamente para recabar, «palabra». Si hubiera sido otra cosa, quizás no hubiera llamado mi atención.
“Por todos los santos y por mí.”
«orando…por todos los santos; y por mí» Pablo se muestra tan falto, tan frágil y tan débil como el que más. Además, no alardea de su generalato, sabía ponerse a la altura del más pequeño entre ellos, sino que les especifica su necesidad: a fin de que…
Hay comentarista que dada su erudición, saben distinguir y explicar los matices que diferencian a los vocablos que se usan aquí para referirse a la oración, pero no es el tema que deseo exponer. Mi carga consiste en señalar la intensa necesidad que Pablo tenía de que los efesios incluyeran en sus oraciones lo que él tanto estaba necesitando, y lo hace en el punto en el que les ha dicho:
«orando en todo tiempo con toda oración y súplica, con toda perseverancia y súplica por todos los santos y por mí»
“En todo tiempo”; “con toda oración y súplica”; “con toda perseverancia y súplica”. Santiago, para describir la intensidad de la oración de Elías, usa un hebraismo que literalmente dice “orar orando” y que Reina Valera traduce “orar fervientemente” «Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración (rogó fervientemente) que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses.» Stg.5:17
Con tal intensidad quería Pablo que se orase, en primer término por los hermanos, y después por él mismo. En su caso para que le fuese dada palabra. No que rogasen para una pronta liberación, sino para que le fuese dada palabra.
La necesidad del pueblo de Dios ¿Palabra o palabras?
Antes mencionamos la formación académica de Pablo. Humanamente hablando no estaba falto de recursos. Tenía estudios superiores, dominaba la retórica al punto de poder ocupar la tribuna del Areópago ateniense, donde se concentraba la crema y nata de la cultura del mundo. También le vemos en un mano a mano, con un tal Tértulo, apologista profesional, y por demás, elocuente, que los judíos contrataron para acusar a Pablo ante el gobernador Félix. (Hch.24:1-9, 10-21).
Tal era la fluidez y la persuasión de Pablo en su hablar, que la gente de Listra le confundieron con Hermes = Mercurio, que en la mitología griega/romana, era el dios mensajero de los dioses. Hch 14:12 «Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque éste era el que llevaba la palabra.» (A modo de inciso: Esto choca frontalmente con los detractores de Pablo, quienes quedan desenmascarados de las infamias mentirosa que decían de él, respecto a que era muy poca cosa como persona; que en la distancia y por medio de sus cartas era un brabucón, pero su aspecto corporal, despreciable, y burdo de palabras. Cf. 2Co.10:10).
Sin embargo el Apóstol pide ser ayudado para que le sea dada palabra, no dice, palabras en plural, sino que usa el singular.
Esa palabra en singular equivale no tanto al texto del mensaje, que a Pablo, con su erudición le hubiera sido fácil elaborar, sino que recaba de Dios el mensaje propiamente dicho. Luego, sí, él lo comunicaría con sus propias palabras.
Ya hemos dicho que Pablo dominaba la retórica. Iba sobrado de palabras, de referencias y de conceptos bíblicos, pero bien conocía cuan ineficaces eran las meras palabras a efecto de alimentar a la grey de Dios y para la extensión de su Reino. Ver, 1Co.2:1-5; 4:19-20.
No olvidemos que el peligro de entregar a las almas sucedáneos, cosas que pasan por ser pero que no son, está ahí latente. Lo fácil, como sucede en muchos hogares, es comprar alimentos precocinados, que solo precisan calentarse unos minutos, y listo.
En el caso del ministerio de la Palabra, ocurre que muchas veces se entrega a la asamblea palabras encapsuladas, embellecidas con colorantes y aromatizada con otros aditivos, cual la exhibición de cierta erudición que no se posee, muy propia de las habilidades de la carne, que es en lo que ésta se deleita y se nutre, pero sin la debida sustancia vital.
Para una predicación eficaz, con propiedades curativas y nutritivas, que llegue a cubrir una carencia de la congregación, el siervo de Dios necesita dos cosas esenciales:
Necesita en primer término, Palabra, (no palabras), y además denuedo, cosas que por necesidad se han de recibir de Dios. Estas deben ser batalladas en el particular Peniel de cada cual. (Jacob luchó con el Ángel de Jehová hasta el amanecer) «no te dejaré si no me bendices»
Gé.32:28 «Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí.»
La clave está en mostrar resolución, en batallar con firmeza hasta lograr arrebatar, arrancar, lo que se pide.
Visto desde otro ángulo:
Sal.25:14 «La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto.»
Jer.23:22 «Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras.»
Siempre será un fracaso, (aun cuando el orador esté engreído por los aplausos, elogios y adulaciones que recibe, y se haya creído que va muy bien), conformarse con recursos facilones (Diccionarios, comentarios, concordancias, manuales, que, en verdad, no dejan de ser herramientas de gran utilidad), pero que no imparten virtud ni vida.
Cuando Pablo procuraba que Dios le diese Palabra, pensaba en el mensaje propiamente dicho. Eso solo se puede recibir de Dios, entrando en su secreto mediante un ejercicio de oración suplicante y perseverante.
Tan importante y necesario era, no pa’un Manuel cualquiera, sino para todo un Apóstol Pablo, que le vemos como “se agarraba a un clavo ardiendo”. Es decir, no le importaba recurrir a los hermanos para que le ayudaran a conseguir de Dios las bases, palabra y denuedo, sobre las que se sustenta hasta el día de hoy el ministerio.
En cuanto a la Asamblea.
Otra cosa, quizá aún más fuerte, es el papel que toca a la asamblea desempeñar, pero antes de ir a ello es necesario un apunte:
La perentoria necesidad de Pablo: «para que me sea dada Palabra», no solo concierne a los que ministran en la asamblea, sino que atañe por igual a toda la iglesia, y en particular, a los hermanos y hermanas que instruyen a niños en la E. D., los que trabajan con el grupo de jóvenes, los que visitan para llevar consuelo, los que testifican de Cristo de forma particular, los que trabajan en el discipulado.
Esto se apoya justamente en la experiencia que tuvo la Iglesia en la primera etapa de su andadura:
Hch.4:29 «Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra». Obsérvese que la petición es idéntica a la expresada por el apóstol Pablo: palabra en singular, y denuedo.
Volviendo al tema ¿Qué papel toca a la asamblea dentro del contexto de (Ef. 6:18-19)? Además de eso, a la iglesia le toca identificarse con los que están dando el cayo, sea en el marco de la congregación, o en el campo misionero.
¡Cuán consolador es para los siervos de Dios que están en vanguardia (primera línea de fuego), saber que pueden contar con sus hermanos! Que no se verán defraudados, que con certeza tendrán el apoyo moral, espiritual y logístico con lo que serán aprovisionados.
El Señor nos conceda la gracia de poder examinar cual es el grado de nuestro compromiso… y qué confianza inspiramos a los esforzados hermanos que están en el frente, si es suficiente como para que se sientan con libertad para solicitar nuestra ayuda, en la certeza de que serán correspondidos.
Ya ven, hermanos, esto es parte de lo que Ray Stedman define como “vida del cuerpo”.