23 Jesús calma la tempestad


Jesús calma la tempestad

Hay un notable esfuerzo por hacer las cosas bien, por obedecer al Señor, aunque implique sacrificio. Y sin embargo, todo parece que está patas arriba a mi alrededor. Cuando más tranquilo o confiado te encuentras, surge la tormenta. Y entonces te preguntas ¿Estaré haciendo algo mal? ¿El Señor me está disciplinando?

Grandes obras de Poder y Misericordia

 (Mr 4:35- 5:43). 

Iniciamos una nueva sección dentro de lo que fue el  gran ministerio de Jesús en Galilea, y que titulamos: “Grandes obras de poder y misericordia”. 

Después de mostrar el desprecio de los dirigentes judíos y la ausencia de respuesta de las multitudes, Marcos se detiene en toda una serie de eventos portentosos que otra vez ponen de manifiesto la grandeza de Su persona. Estos eventos son:

* Jesús calma la tempestad (Mr 4:35-41): Jesús tiene autoridad aún sobre las fuerzas más violentas de la naturaleza, se revela como Señor de la creación. Esto son palabras mayores pues está reivindicando su divinidad.

* Jesús libera a un endemoniado (Mr 5:1-20): No hay poder que venga de las tinieblas, por violento que sea, que pueda resistir a Jesús.

* Jesús sana a una mujer enferma (Mr 5: 21-34): Jesús muestra su poder donde los hombres han fracasado, sanando a aquella mujer enferma.

* Jesús resucita a la hija de Jairo (Mr 5:35-43). Él tiene poder no solo sobre la enfermedad, sino también sobre la muerte. 

* ¿Se puede pedir alguna credencial más? ¿Qué respuesta dar a Alguien así que además vino “para dar su vida en rescate por mí”?

Jesús calma la tempestad 

(Mr 4:35-41).

Hay un notable esfuerzo por tu parte en agradar al Señor, por hacer las cosas bien, al menos eso creemos. Qué esto implica sacrificio, se hace: “Todo sea por el Señor”. Y sin embargo, todo parece estar patas arriba alrededor. También, que cuando menos lo esperas, más tranquilos estamos, surge la tormenta. 

Entonces vienen los pensamientos como “¿Estaré haciendo algo mal?” “El Señor está enfadado conmigo?” “¿Por qué me ocurre esto?” “Últimamente parece que todo son problemas”, que nos desconciertan. Que incluso invitan a tirar la toalla. Veamos qué aprendemos de Jesús a través de este evento maravilloso.

La orden de Jesús: “Pasemos al otro lado”.

(Mr 4:35) “Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado.”

“Aquel día,…” Es decir, en ese mismo día en que Jesús habló a las multitudes en parábolas desde la barca en el mar de Galilea. “…cuando llegó la noche, …” Terminadas las enseñanzas, tanto las públicas como las privadas a sus discípulos, el maestro les da una orden:

“Jesús les dijo: Pasemos al otro lado” Es decir, vayamos hasta la orilla opuesta del lago. Esto implicaba un viaje de unos veinte kilómetros en barca, navegar de noche, y además arribar a un territorio gentil, lo que se conoce como la región de Decápolis (o de las diez ciudades). Ninguno protestó, ni se mostraron perezosos para obedecer. El día había sido muy intenso, y posiblemente pensaban que el Señor buscaba un lugar lejos de la gente para descansar.

(Mr 4:36) “Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas.”

Eso de “le tomaron como estaba” posiblemente significa que no se hizo mayor preparativo sino que la obediencia fue inmediata, también una referencia a su estado físico. Después de un día agotador, el Señor estaría físicamente destrozado, muy cansado. 

Un detalle que Mateo y Lucas omiten es la referencia a las “otras barcas”. Al parecer, no toda la gente se fue a casa. Los había que querían más de Jesús y no dudaron en lanzarse al mar con sus barcas para seguirle. Si perseveraron en la travesía, pasaron por la misma experiencia (Mt 8:23). 

Una tormenta inesperada.

(Mr 4:37) “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba.”

“Pero se levantó una gran tempestad” El mar de Galilea, este inmenso lago de agua dulce, está a unos 200 metros por debajo del nivel del mar Mediterráneo. Rodeado de colinas y montañas. Dicen los entendidos que el aire frío que baja de las montañas al confluir con el aire mas tibio de la superficie puede provocar, y de hecho a día de hoy sucede, fuertes vientos, tormentas tanto inesperadas como violentas.

“…y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba.” Después de un tiempo de luchar por controlar la situación, esta debió volverse muy dramática porque las olas sobrepasaban la borda de la barca y se vieron incapaces de achicar el agua. Esto es un detalle importante. “Estar en misión divina” es decir obedeciendo una orden del Señor, haciendo lo correcto, no nos libra de enfrentar conflictos ni angustias. La tormenta puede aparecer en cualquier momento.

El clamor de los discípulos.

(Mr 4:38) “Y Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”

“Y Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal;…” Mientras esto sucedía, Jesús estaba en la parte de atrás de la barca, dormido, con su cabeza apoyada en alguna pieza de cuero fija de la barca y que tenía esta finalidad. Estaba tan cansado, que al poco de empezar a navegar se quedó profundamente dormido. Una frase que nos recuerda la completa humanidad del Señor. No se trata de un ser divino disfrazado de hombre, Él también era 100% humano como lo somos nosotros, pero sin pecado.

Por otro lado, y esto es importante, el Señor podía dormir tranquilo porque sabía que nada ni nadie podía estorbar su propósito de “cruzar al otro lado”. Ninguna tormenta, por imprevista y fuerte que fuese, impediría su misión. Como hombre, descansaba plenamente en los brazos de su Padre celestial. Pero ¿Y los discípulos? ¿Tenían conciencia de esta necesidad?

Ante la impotencia y la certeza de que no había forma humana de escapar, los discípulos se vuelven hacia Jesús con diferentes palabras. Unos decían: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (Mt 7:23). Otros “Maestro, maestro, que perecemos” (Lc 8:24). 

No olvidemos que algunos de los que así clamaban eran experimentados marineros. Sin embargo se dieron cuenta que sus esfuerzos y sus conocimientos eran inútiles y acudieron al único que podía ayudarles. Cuántas personas a nuestro alrededor, luchando desesperadamente  contra las tormentas de la vida, y que insisten en excluir a Dios. 

Pero aquí las palabras son diferentes. Algunos de los presentes, quizás Pedro entre ellos, lo que gritaron fue: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Mr 4:38). “¿Pero cómo puedes dormir en una situación como esta?” “¿Tan poco te importamos?” En verdad parece más un reproche que un grito de auxilio. Unas palabras que podemos intentar justificar en la angustia y la sensación de desamparo que tuvieron ante una muerte inminente. Así de contradictorios somos los seres humanos, a veces ni siquiera sabemos como pedir ayuda, y lo que hacemos es ofender y mostrar nuestra frustración. 

“Maestro, ¿no tienes cuidado…?” ¿Sabía Jesús que se iba a desencadenar una tormenta? Claro que sí. ¿Por qué entonces los hizo cruzar? ¿Por qué se dejó dormir? Evidentemente porque quería poner a prueba la fe de ellos. Habían pasado bastante tiempo junto a Jesús viendo sus milagros y escuchando sus enseñanzas (de hecho acababan de concluir un “cursillo intensivo”). Era necesario pasar de la teoría a la práctica. Que tomasen conciencia de su realidad espiritual.

El Señor cuida de los suyos.

(Mr 4:39) “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza.” 

Si hubiésemos estado en el lugar del Señor, no faltaría quien hubiese respondido: “con reproches a mí, a estas alturas todavía no te fías, ahí te quedas, búscate la vida”. Pero el Señor no actúa así. Él es consciente de nuestras debilidades y fracasos, y muestra su misericordia. Se levanta e interviene. Reprende al viento y al mar, y ante su Palabra, las fuerzas de la naturaleza se sujetan y la tormenta es sustituida por una gran calma.

¿A quién acudes en medio de las tormentas de la vida? ¿En quién descansar? Puede ser que en la voluntad de Dios, el Señor haga desaparecer la tormenta, pero también puede que no. En todo caso, lo que si es cierto, es que Él nos dará su paz cualquiera que sea la circunstancia (Jn 14:27) (Jn 16:33). 

Un detalle interesante es que Jesús para calmar la tormenta, no reprendió al viento y al mar “en el nombre de Dios”, tampoco hizo una oración previa, sino que actuó con Su propia Autoridad. En otras palabras, actuó como la persona divina que era, evidenciando que aunque plenamente humano, también es plenamente Dios (Sal 89:9) (Sal 107:29).  

El resultado del examen.

(Mr 4:40) “Y les dijo ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”

¿Por qué estáis así amedrentados? Otros sinónimos para “amedrentados” serían estar asustados, estar llenos de temor, tener mucho miedo. “¿Cómo no tenéis fe?” En realidad “fe” si tenían, de hecho, en su desesperación buscaron la ayuda de Jesús. Mas bien parece que el Señor lo que reprocha es su “poca fe” (Mt 8:26), o el tener “una fe inmadura” (Lc 8:25).

Si preguntáramos, ¿Superaron los discípulos este examen sorpresa? A la luz de las palabras de Jesús, la respuesta sería suspenso. Puesto que Jesús les había dicho “vamos al otro lado”, a estas alturas ellos debían ser conscientes de que nada ni nadie podía hacer fracasar aquella misión. Estando con Jesús, ningún peligro podía ponerles freno.

Pero como el Señor sabe sacar provecho aún de nuestros fracasos, también podemos decir que desde el lado divino el propósito se cumplió y este “examen” fue un éxito: El tomar conciencia de las propias limitaciones, darse cuenta del exceso de autoconfianza, y terminar por acudir a Jesús, ya es un resultado que hizo que la experiencia mereciera la pena. 

Una visión renovada de Jesús.

Pero todavía hay más. En aquella ocasión ellos tuvieron una “visión renovada de Jesús”. 

(Mr 4:41) “Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es este, que aún el viento y el mar le obedecen?”

“temieron con gran temor” “se llenaron de miedo”. Ahora lo les sobrecogía no era la tormenta, sino la persona de Jesús. No era para menos. Ellos conocían a Dios como el Señor de la creación, y los Salmos que hablaban de cómo controla las fuerzas de la naturaleza, sobre todo el mar impetuoso. Pero lo que acababan de ver superaba toda su lógica y conocimiento (Sal 89:9) (Sal 107:29).  

“¿Quién es este… ?” Estaban en proceso de aprendizaje. Ellos reconocían que Jesús era el Mesías, pero aún el Señor estaba trabajando por cambiar la idea preconcebida que ellos tenían del mismo. Ellos sabían, sin dudar, que Jesús venía de Dios, pero todavía no eran concientes del alcance o de las implicaciones que esto tenía. Este insólito acontecimiento, y la maravilla que produjo en ellos, fue un paso más en ese proceso de entender esa doble naturaleza del Mesías. Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero, el Salvador del mundo.

Último pensamiento: ¿En quién confiamos en las tormentas de la vida? ¿A quien acudimos? Nuestro Dios tiene poder para actuar sobre las circunstancias externas por difíciles que sean, y aún más, hacer cesar las tormentas interiores dándonos su paz.

 

Natanael Leon