26 La mujer que tocó el manto de Jesús: El fracaso del sistema.

La mujer que tocó el manto de Jesús: 

El fracaso del sistema.

(Mr 5:25-34)

(Mr 5:25-28) “Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, …cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.”

En medio de toda aquella la confusión que creaba el gentío, incluso de la desesperación de Jairo, sucede algo que retrasará aún más la comitiva. Una mujer se acercó por detrás a Jesús y tocó su manto. Es decir, uno de los flecos que colgaban de cada una de las esquinas del manto exterior que usaban los judíos. Estos flecos eran un recordatorio, establecido por Dios, de la necesidad de obedecer los mandamientos (Dt 22:12) (Nm 15:37-39). Llevaba mucho tiempo enferma y estaba convencida de que esto sería suficiente para curarla. 

¿Quién era esta mujer? ¿Qué enfermedad tenía? ¿Por qué se acercó “furtivamente”? ¿Por qué no ir “de frente”, como Jairo? Tomando información de los tres evangelios, tenemos un cuadro bastante completo.

Una mujer desesperada.

Su enfermedad consistía en una hemorragia ginecológica crónica. Una enfermedad que le debían producir un estado debilidad físico muy severo. Pero además, lo mismo que otras enfermedades donde había pérdidas de líquido del cuerpo, simbolizaba la “perdida incontrolable de la vida”, una muerte lenta. De ahí que eran declarados impuros. Esto implicaba restricciones sociales y también religiosas (Lv 15:25).

Estos detalles son importantes porque explican la razón de venir por detrás y actuar a escondidas. No se trataba de “robar un milagro” sino evitar el tener que exponerse delante de todos.

Los tres evangelistas recuerdan que llevaba 12 años enferma, ¿podemos imaginar el deterioro físico y mental que esto implicaba?

Marcos y Lucas agregan que había gastado todo lo que tenía en médicos. Que había hecho todo lo humanamente posible para librase de su enfermedad.

Que después de haberse sometido de forma metódica a todos los tratamientos, aunque fuesen dolorosos, que la medicina de la ciencia de la época podía proveer, todo resultó en vano. Su enfermedad era incurable. Lucas dice que, pese a los esfuerzos médicos, “por ninguno había podido ser curada.” (Lc 8:43) Y Marcos añade: “y nada había aprovechado, antes le iba peor.” (Mr 5:26).

De ahí que tras presentar a Jairo como un cuadro del fracaso de la religión, ahora presentemos a esta mujer como un cuadro del fracaso del mundo como sistema para dar satisfacción a las necesidades del ser humano. El mundo grita: “tengo lo que necesitas” “¿Cómo eres? ¿Qué te inquieta? ¿Qué te gusta?, yo te lo puedo dar.” Pero en última instancia es una gran mentira que muchas veces termina en desesperación y deja al hombre expuesto a la eternidad, en condenación y sin respuestas. ¡Cristo es la respuesta! y acudir y descansar en Él la mejor decisión. 

La fe de aquella mujer.

Estando en esta condición de fracaso y necesidad, dice Marcos que la mujer “oyó hablar de Jesús” (5:27). Dos cosas:

Entiendo que no era de Capernaum ni de los alrededores. Tuvo que venir de lejos. Esto la ayudó a acercarse furtivamente a Jesús.

No sabemos ni cómo ni cuándo oyó de Jesús, pero sí que podemos añadir “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Ro 10:15) ¿Cuál es el mensaje que nosotros anunciamos?

Este oír la buena noticia, produjo en ella no solo fe “Si tocare tan solo su manto seré salva.” (Mr 5:28) (Mal 4:2), sino también determinación “Cuando oyó… , vino… y tocó su manto.” (Mr 5:27) ¿Y qué sucedió entonces?

La fe recompensada.

(Mr 5:29) “Y en seguida la fuente de su sangre se secó, y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.”

Inmediatamente la enfermedad cesó y ella sintió que su cuerpo estaba totalmente revitalizado, como nunca se había sentido. Sabía que estaba totalmente curada.

Tremenda la lección que encontramos aquí, tanto para los amigos como para los creyentes. La fe salvadora no es conocimiento intelectual, ni siquiera una firme convicción. La fe salvadora es aquella que finalmente nos lleva a Cristo. Por tanto no te conformes con oír o tener una convicción sino ven a Jesús. Por otro lado, aunque seamos creyentes de mucho tiempo, tenemos que saber que ni el conocimiento intelectual de la Escritura, ni de sus enseñanzas afianzarán espiritualmente nuestra vida ni nos hará crecer. Además de esto es necesario abrir el corazón a la Palabra, descansar en el Señor y obedecer.

“¿Quién ha tocado mis vestidos?”

(Mr 5:30) “Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de Él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos.”

En ese momento la comitiva se detiene, y no porque la multitud impida el camino sino porque Jesús se para. ¿Se acuerdan de Jairo? Para él el tiempo es vital. Sin duda estaba terriblemente desconcertado.

La frase “conociendo en sí mismo el poder que había salido de Él,” es muy hermosa. Hasta ahora siempre hemos visto las curaciones desde el punto de vista del enfermo, lo que experimentaba. Esta es la primera vez que se nos habla de cómo el Señor vivía cada estas experiencias. Las señales que Jesús hacía, en este caso las sanidades, no eran una actividad mecánica, algo automático, ni impersonal. Todo su ser estaba implicado en cada acción. Había conciencia de lo que pasaba y había entrega personal en cada caso. Esto es un ejemplo en cuanto a la calidad y entrega en nuestro servicio cristiano.

“¿Quién ha tocado mis vestidos?” El plan de aquella mujer era marcharse de la misma forma que llegó, es decir sin llamar la atención. Pero Jesús tenía otros planes para ella. Por el bien de ella y de la multitud que le rodeaba, no quería que aquel acto de fe pasase desapercibido.

(Mr 5:31-32) “Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto.”

Los discípulos no dan crédito a lo que está pasando. Están avanzando entre la multitud, abriéndose camino como pueden, y a Jesús solo se le ocurre preguntar “¿Quién me ha tocado?” Lucas dice que quién habló fue Pedro. Es posible que en sus mentes el único sufrimiento y la única urgencia que había era la de Jairo y su hija, y cualquier interrupción era un atraso. 

Estos versos son interesantes porque hablan de dos formas de acercarse a Jesús, a la manera de la multitud, y a la manera de aquella mujer enferma. La primera es la casual, circunstancial, movido por la curiosidad o la expectación. La segunda es la de la necesidad, la de la fe. ¿Lo hermoso? Que el Señor sabe distinguir entre lo uno y lo otro, entre el “roce de la multitud” y el “toque de la fe”. El Señor sabe distinguir a los simples profesantes o simpatizantes, entre los que persiguen algún interés personal, y aquellos que de verdad le buscan y le necesitan. Solo estos últimos se verán recompensados. 

Volviendo al texto, el Señor ignora ese comentario inoportuno, casi insolente de los discípulos, y recorre con su mirada la multitud, esperando que la mujer se identifique. 

¿Por qué esta insistencia? Desde luego que ni había intención de avergonzarla por su enfermedad, ni de reprenderla. Y aunque “el trago” fuese duro, el Señor solo buscaba su bien. Quería convertir lo que fue un encuentro “anónimo” en una relación personal. Quería testificar de su fe y confirmar su sanidad ante todos. 

La confesión de la mujer.

(Mr 5:33) “Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.”

No debió ser fácil dar este paso; salir de entre la multitud y ante la mirada de todos postrarse delante de Él. No siempre el identificarnos abiertamente con el Señor será algo fácil, pero tiene recompensa, trae paz, la lucha interior cesa. El texto dice que lo hizo “temiendo y temblando”, es decir estaba muy asustada y literalmente su cuerpo temblaba. ¿Por qué? 

Por un lado porque desconoce cual sería la reacción de Jesús. Ella era consciente de la dimensión del milagro de Jesús, y que actuó a escondidas. 

Por otro, tampoco sabía como reaccionaría la gente al saber la naturaleza de su enfermedad y como se abrió paso entre las personas hasta llegar a Jesús.

“…se postró delante de Él,” Nuevamente el verbo postrarse, usado para expresar adoración. Un gesto que va más allá del respeto y que el Señor permitió. 

“y le dijo toda la verdad”. Es decir, confesó su enfermedad, su desesperación, su fe renovada cuando escuchó hablar de Jesús, y sus intenciones al acercarse al Señor. De repente se encontró derramando todo su corazón delante de Él.

Una cosa es tener que hacer esto delante de los hombres, y más cuando se trata de reconocer nuestra debilidad y pecado, y otra quebrantarnos delante de Dios. Los primeros tienden a humillar, y nunca sabes si obtienes perdón y comprensión. Pero delante de Dios todo es diferente. Conoce nuestra condición y conoce nuestra necesidad, por eso nos envió un Salvador, nuestro Señor Jesucristo, que pudiera identificarse plenamente con nosotros. No deberíamos avergonzarnos de reconocer nuestras debilidades, fracasos y pecados delante Él. 

La confesión de Jesús respecto a la mujer.

Lejos de ser un acto humillante, aquella confesión fue un acto muy valiente que Jesús quiso honrar delante de todos:

(Mr 5:34) “Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.” Un verso donde cada palabra, cada frase, merece un comentario.

En primer lugar notamos que el Señor no la llama mujer, un término totalmente respetuoso y adecuado para dirigirse a una desconocida, sino que le dice “hija”. Esto tiene una doble lectura:

Primero es una expresión de ternura. Se trata de disipar cualquier temor de su corazón.

Pero también, con estas palabras, el Señor la está identificando con una más de su familia espiritual, de aquellos que veían a Jesús no como un hacedor de milagros, sino como el Mesías prometido. 

“Tu fe te ha hecho salva”. En el cristianismo bíblico no hay lugar para la superstición, para reliquias con poderes ni objetos mágicos. Ni el manto, ni los flecos del manto dieron vida a la mujer. La sanidad, pero también el perdón y salvación, vinieron como consecuencia de su fe (una fe personal) en la persona de Jesús. No olvidemos que ella actuó en base a esta convicción.

“Ve en paz”. La expresión “Shalom”, paz, en hebreo implicaba tanto un deseo de bienestar físico como espiritual. La experiencia de aquella mujer con Jesús había trascendido lo físico para convertirse también en una experiencia espiritual. La expresión “Hija” no era solo ternura, también era un testimonio de su pertenencia a la nueva familia de la fe.  

Los sentimientos, las emociones, por muy intensas que sean, incluso diría necesarias, son fluctuantes. No son una base firme donde descansar. No era de extrañar que, a pesar de la sanidad, con el paso del tiempo esta mujer pudiese tener dudas o sentimientos de culpa sobre lo sucedido. Pero de esta manera, el Señor disipa toda duda presente y futura. Una cosa es descansar en un sentimiento, y otra muy diferente descansar en la Palabra de Dios. 

“Y queda sana de tu azote, es decir, de tu enfermedad. Esta confirmación pública de la sanidad de la mujer podría tener un doble propósito:

De cara a ella misma, es una confirmación de la sanidad. No fue algo circunstancial, sino permanente.

Y también una forma de restitución pública de su condición. El camino a la vida había sido abierto para aquella mujer. 

Y aunque la historia de esta mujer es hermosa, no podemos pararnos en ella hasta el punto de olvidar “al pobre Jairo”. Los minutos que duró aquella escena le debieron parecer eternos.

La hija de Jairo:

El fracaso de la religión (II).

 

(Mr 5:35-42)