36 JESÚS Y LA MUJER SIROFENICIA


Jesús y la mujer sirofenicia 

(Mr 7:24-30)

Después de ese encuentro áspero y controvertido con fariseos y escribas, tenemos otro encuentro pero de distinta naturaleza. A pesar del dramatismo de la escena, se trata de una madre angustiada, se trata una experiencia reconfortante para Jesús.

Jesús se retira con los Doce a fenicia.

(Mr 7:24) Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón; y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse.

“Levantándose de allí”, es decir saliendo de Capernaún y sus alrededores, “se fue a la región de Tiro y de Sidón;” hizo un viaje de unos 40 kilómetros hasta las afueras de Galilea. Tiro y Sidón eran dos ciudades marítimas de la antigua Fenicia, hoy conocida como el Líbano, país que tiene frontera con Israel.

Este es el tercero de los cuatro retiros que Jesús hizo con sus discípulos antes del viaje final a Jerusalén (6:30-32; 6:53; 7:24; 8:27). Pero a diferencia de los anteriores, no se conforma con buscar un lugar solitario sino que sale del territorio de Israel. Está es la primera vez, al menos conocida por nosotros.

“…y entrando en una casa,…” ¿De quien era la casa? ¿Eran judíos? ¿Conocidos de Jesús? Es posible, pero no hay nada cierto. En todo caso podemos decir que fue tanto un gran privilegio como un gran esfuerzo, eran doce hombres además del Señor. Pero eso no importó. Y seguro que tan buena disposición tuvo su recompensa. 

Lo que llama la atención es ese: no quiso que nadie lo supiese;” ¿Por qué? Porque no se trataba de un viaje misionero entre los gentiles, como veremos después el tiempo de abrir la puerta a los no judíos todavía no había llegado. El Señor buscaba un tiempo de tranquilidad con sus discípulos. Por eso sale de Galilea, se aleja de las multitudes y de las intrigas de los líderes religiosos. Descansar es bueno y es necesario, pero todavía es mejor cuando es una oportunidad para tener un trato más íntimo con el Señor. 

“… pero no pudo esconderse.” Cuando Jesús fue a las afueras de Betsaida a descansar con los suyos, ya había una gran multitud esperando (Mar 7:31-33). Cuando llega de incógnito a Genesaret, enseguida le reconocen y los caminos se llenan de enfermos. Y ahora… ¿Qué ocurre? 

El descanso interrumpido.

(Mr 7:25) “Porque una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo, luego que oyó de Él, vino y se postró a sus pies.”

“Porque una mujer,…” En este caso no se trata de multitudes sino de una sola mujer. Una madre desesperada por el sufrimiento su hija (literalmente el texto dice hijita, una niña pequeña). Este tipo de desesperación es algo que no se puede entender hasta que se es madre. 

“… luego que oyó de Él, vino…” Marcos ya nos ha dicho que la fama de Jesús llegaba hasta Tiro y Sidón (Mr 3:7-8). No es por tanto extraño que escuchara de Jesús, y que hubiese pensado en Él como su única esperanza. Así que, cuando sabe que está allí no duda que remover todo obstáculo, incluidos los propios Apóstoles (ver Mt 15:23), hasta tener un encuentro personal con Jesús. 

“…y se postró a sus pies.” Se dejó caer delante de Jesús. De esta forma mostraba un profundo respeto por el Señor pero también el profundo dolor que tenía.

(Mr 7:26) “La mujer era griega, y sirofencia de nación; y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio.”

Seguro que en aquella región pagana habían familias judías. Pero esta mujer no era de ellos. Marcos la describe como “griega, y sirofenicia de nación”. “Sirofenicia” porque aquel territorio formaba parte de la provincia romana de Siria. Era una mujer “de la tierra”, una cananea (Mt 15:22). Y “griega” porque esta debía ser su lengua, su cultura. Significativo que este incidente esté recogido solo en el evangelio de Mateo, dirigido primeramente a cristianos de origen judío, y de Marcos, escrito para gentiles (primeramente a los romanos).

De ella, dice Marcos, que habiéndose arrojado a sus pies “le rogaba”. Una petición incesante. Ella ya conocía el fracaso de los remedios que el mundo podía darle y estaba totalmente convencida de que si alguien podía hacer algo ese era solo Jesús. 

¿Qué rogaba? ¿Pedía por sí misma? Dice el verso: “…y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio.” Mateo añade que era gravemente atormentada (Mt 15:22). De la naturaleza de su mal podemos intuir que la presión mental, espiritual y física que soportaba aquel cuerpecito frágil hacía que viviera a un paso de la muerte. Vivía en una tensión y sobresalto continuo.

Aquí hay una preciosa lección. Aquella niñita no podía pedir por sí misma, estaba impedida, pero ¡Qué hermoso! Aquí hay una madre dispuesta a interceder por ella. 

Hermanos, es importante llevar todas nuestras cargas delante del Señor, pero también aprender a interceder en favor del prójimo. Llevar a nuestros hermanos, a las personas que nos rodean, en sus necesidades, delante de Dios. En este sentido, es oportuno recordar lo que escribió Santiago: “…y orad unos por otros,… La oración eficaz del justo puede mucho.” (Stg 5:16)

El ejemplo de esta mujer también recuerda a los padres la necesidad de orar constantemente a favor de sus hijos, no solo por la salud física o el peligro del mundo, sino también por la salvación de sus almas. Otros padres rogando por sus hijos son: el oficial del rey (Jn 4:46-53), o Jairo (Mr 5:21-43). Muchos hijos desconocen el privilegio que es tener una madre que ora, padres, abuelos creyentes que les han visto crecer, que los llevan en el corazón, y que les sostienen con sus oraciones.

Pero la pregunta ahora es ¿Hay esperanza para ella? Decimos esto porque la respuesta de Jesús es desconcertante.

La extraña respuesta de Jesús.

(Mr 7:27) “Pero Jesús le dijo: Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos.”

“Los perrillos” en este caso hay que distinguir entre los perros callejeros, animales sucios que se alimentan de la basura (Mt 7:6), y los perros de la casa que están cuidados y alimentados. Aquí se refiere a estos últimos. Por eso utiliza el diminutivo.

La ilustración es fácil de entender, es común en hogares con niños y mascotas. Aunque estas estén siempre alrededor de la mesa con ojos de lástima, la comida es para la familia. Solo después que estos han terminado se comparte las sobras con los animales. Los hijos es una referencia a Israel, el pueblo que recibió las promesas y tenía una relación especial con Dios (Mt 15:24). El pan, al ministerio de Jesús. Y los perrillos de la casa a los no judíos, es decir a los gentiles.

¿Significa esto que Jesús no la atendería, qué tenía que esperar? ¿Decepcionaría a un alma que tenía una fe firme en Él?

El Señor no tiene intención de negarle su ayuda. Nunca se negó a atender a los extranjeros que acudían a Él (Mt 4:24) (Mr 3:8) (Lc 6:17) (Mt 8:5-13). Creo que sus palabras, aunque dichas a la mujer, en realidad están dirigidas a los discípulos. Están dichas para instruirlos. Pronto llegaría el tiempo en que ellos mismos irían entre paganos para extender el Evangelio. Dos cosas les enseña Jesús aquí:

  1. El orden de Dios para la Salvación: Que primero, y conforme a las promesas, las bendiciones en Cristo tenían de ofrecerse primero a los hijos, a los judíos. Pero que la vocación de las promesas tenían carácter universal, los beneficios de Su Obra eran para todas las naciones. Interesante son las palabras de Pedro en (Hch 3:25-26). Es como si al predicar recordara esta enseñanza de Jesús. Esto está implícito en este: primero… los hijos” (Mr 7:27) y en las instrucciones últimas del Señor (Mt 28:19-20) (Lc 24:46-48). Ver también (Ro 15:8) (Ro 1:16). 
  2. Poniendo de manifiesto la fe de aquella mujer, Jesús ponía en evidencia que también entre la gente pagana fuera de Israel, había disposición para escuchar y recibir a Cristo. La fe no era algo exclusivo del judío (1ª Ts 1:8-10).

La respuesta de la mujer.

(Mr 7:28) “Respondió ella y le dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos , debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos.”

Aquella mujer comprende la respuesta y asume su posición. No hay discusión. Pero también ve la puerta entreabierta que Jesús ha dejado y se aferra a ella.

En aquella época la grasa de las manos no se limpiaba con servilletas sino con “la miga del pan” y después se tiraba. Inmediatamente las mascotas se las comían sin necesidad de esperar a su turno. Nosotros podemos pensar en la comida que se cae al suelo y que enseguida comen los animales de la casa. Atendiendo a la ilustración, ella pide algo de esas migajas. Eso que los hijos desprecian sería suficiente para ver a su niñita libre del poder de Satanás.

(Mr 7:29) “Entonces le dijo: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija.” 

Una pregunta que surge casi inevitablemente: ¿Qué es lo que premia Jesús? ¿La habilidad, la perspicacia en responder? Es verdad que ella vio lo que los discípulos no vieron, pero eso no fue lo que provocó esta respuesta del Señor. Lo que Jesús vio fue su fe. Esta confianza se hizo evidente de dos formas:

Al pedir de las migajas de la mesa: Tan segura estaba del poder de Jesús que sabía que cualquier palabra o gesto, por insignificante que fuera, bastarían para salvar a su hija. El Evangelista Mateo añade las siguientes palabras: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.” (Mt 7:28).

Con su respuesta a la orden de Jesús. El Señor le dijo “ve” a tu casa, que el demonio ha salido. Y ella obedeció de inmediato.

Hay muchas personas inteligentes, perspicaces y elocuentes en este mundo, pero si no hay un corazón que se humille y ponga su fe en el Hijo de Dios de nada le servirá delante de su presencia.

El milagro realizado.

(Mr 7:30) Y cuando llegó ella a su casa, halló que el demonio había salido, y a la hija acostada en la cama.”

Por fin, después de mucho tiempo de tormento, de sufrimiento interior, con su cuerpo y su mente al límite, la niña descansa en su cama. Por eso su madre sabe con certeza que está curada. Una vez más, la fe en el Hijo de Dios no se vio defraudada. 

Aplicaciones prácticas.

¿Que lecciones podemos sacar de este relato? ¿Qué tesoros para hacerlos nuestro? Al menos dos son las enseñanzas:

¿A quién iré en mi necesidad? El relato nos enseña a ir a Jesús, a confiar en Él en medio de nuestras vicisitudes, incluso a perseverar en la oración, confiando en Él, aún cuando la respuesta no es inmediata, o no resulta como esperábamos. 

También la necesidad de seguir intercediendo unos por otros, y sostener a nuestros hermanos en sus luchas “…y orad unos por otros,… La oración eficaz del justo puede mucho.” (Stg 5:16)

y en especial la oración favor de nuestros hijos. Todos tenemos seres queridos que viven de espaldas a Jesús. En este sentido resultan de aliento las siguientes palabras de un conocido expositor bíblico del pasado siglo diecinueve:

“Los padres y las madres deben recordar de manera especial el caso de esta mujer. No pueden dar a sus hijos nuevos corazones. Pueden dales una educación cristiana y mostrarles el camino de la vida, pero no pueden otorgarles una voluntad de escoger el servicio a Cristo y una mente que ame a Dios. Sin embargo hay algo que siempre pueden hacer: Pueden orar por ellos. 

Pueden orar por la conversión de sus hijos pródigos que tomarán su propio camino y caerán en el pecado. Pueden orar por la conversión de sus hijas mundanas que ponen sus emociones en las cosas de aquí y aman los placeres más que a Dios. Esas oraciones son oídas en lo alto. Esas oraciones traerán con frecuencia bendición. Nunca, nunca olvidemos que los hijos por quienes se han ofrecido muchas oraciones rara vez perecen finalmente. Oremos más por nuestros hijos e hijas. Aunque no nos dejen hablarles de religión, no pueden evitar que hablemos de ellos a Dios.”  

(J.C. Ryle. Meditaciones sobre los Evangelios, Marcos.)