EL GRANO DE TRIGO

El grano de trigo

(Juan 12:20 -26)

I. Introducción.

(Juan 12:20) “Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta.”

La fiesta a la que se refiere el Apóstol Juan y que se menciona varias veces en el capítulo es la Pascua (12:1). Una celebración anual que tenía lugar en Jerusalén, donde el pueblo sacrificaba un cordero y lo comía en familia.

Se recordaba así el juicio de Dios sobre Egipto, la liberación de la muerte de los primogénitos en virtud de la sangre de aquel cordero sobre las puertas de sus casas, y después de la misma esclavitud. Era una ocasión festiva donde miles y miles de judíos, que venían incluso de lugares remotos,  se reunían en Jerusalén.

Un detalle, mientras para los judíos se trató de otra celebración más de la fiesta, para nuestro Señor la ocasión era especial. La hora de dar su vida como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” por fin había llegado.

Y entre los miles de visitantes que abarrotaban Jerusalén, nos dice el evangelista, había un grupo de griegos. Es decir, no judios que se sentían fuertemente atraídos por el judaísmo y el monoteísmo que profesaban pero que aún no lo habían abrazado oficialmente.

II. “Queremos ver a Jesús”

(Juan 12:21) “Estos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús.”

Quizás las palabras más significativas de estos versos sea la petición que hicieron a Felipe estos griegos: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”

Interesante, mientras los suyos, los judíos, habían tomado la decisión de matarle (11:53) estos extranjeros quieren verle y por oírle. Tienen hambre por Jesús.

“Queremos ver a Jesús” Hermosas palabras. Que grato sería que las mismas expresaran el sentir de los corazones de todos los que nos hemos reunido en este lugar ¡Desear un encuentro personal con el Señor! 

(Juan 12:22) “Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús.”

No sabemos con seguridad por qué se dirigieron a Felipe y no a otro, ni por qué este buscó a Andrés, parece que influyó el hecho de que fueran de Betsaida, una aldea en Galilea con fuerte presencia de no judíos. El caso es que la petición llegó a oídos del Señor y, sin duda, que esta le conmovió profundamente.

Era como una confirmación más de que el momento de “entregar su vida en rescate por muchos” había llegado. Aquellos griegos eran como el anticipo de esa gran cosecha de almas, de todos los lugares del mundo, que serían alcanzados por la Palabra del Evangelio (ver Isaías 53:10-11). De ahí la exclamación del maestro en el verso siguiente: “ha llegado la hora”.

III. “Ha llegado la hora”

(Juan 12:23) “Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.”

Lo más probable es que estas palabras, y el resto de la enseñanza, no se dijeron en privado sino ante una multitud de oyentes incluyendo los apóstoles y a aquellos griegos. El verso 29 nos habla de la multitud “que estaba allí” en estos momentos.

Pero qué quiso decir Jesús con las palabras “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”.

Probablemente a muchos de los oyentes los ojos se le pusieron como platos y por un momento contuvieron la respiración. Por fin el Mesías iba a entrar en acción y establecer el reino de Dios en la tierra. Por fin los romanos serían expulsados, los enemigos puestos a sus pies y se sentaría en el trono de David en Jerusalén.

Este era el pensamiento que había en sus mentes respecto al Mesías prometido, y en esta confianza lo habían recibido triunfalmente en Jerusalén poco tiempo antes (12:12-13). Por eso, cuando poco después vieron a este “mesías”, al que habían vitoreado, preso de los romanos, torturado y humillado, muchos se sintieron defraudados y no dudaron en gritar pidiendo la muerte de Jesús.

Sin embargo esta hora y este ser glorificado no eran un llamado a la rebelión y ocupar el trono de Jerusalén, sino una referencia a su muerte en la cruz en sacrificio por nuestros pecados, a su resurrección de entre los muertos para darnos vida y finalmente a su regreso al cielo para sentarse a la diestra del Padre, en un lugar de honor, hasta que llegue el momento de volver en gloria.

De ahí la necesidad del Señor de explicarles una vez más la verdadera naturaleza de su venida a este mundo. Y para que lo entiendan, lo ilustrará con uno de los procesos naturales más conocido para ellos: La siembra de un grano de trigo.

IV. El grano de trigo: La necesidad de su muerte.

(Juan 12:24) “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.”

Solamente cuando este es enterrado, y muere, surge una nueva planta y hay cosecha. Si no muere queda solo y sin fruto.

En primer lugar Jesús se está identificando con aquella semilla. Es como si dijese: “yo soy como un grano de trigo”. Y tengo que morir para que ustedes, tanto judíos como gentiles, por medio de mi muerte puedan tener el perdón de sus pecados y la vida eterna. Ellos son la cosecha. Recordemos lo que enseña bíblica y por tanto la necesidad de tal cosa:

  (Romanos. 3:23) “todos pecaron” “destituidos, excluidos, de la gloria de Dios”. Esta es nuestra posición de partida ante Dios y frente a la eternidad que enseña la Biblia.

  (Romanos. 6:23) “vida eterna en Cristo Jesús”. Sin la muerte del Hijo de Dios el pecado sería como una deuda impagable que nos condenaría a todos. Sin el sacrificio de Jesús, donde Él toma nuestro lugar para soportar la ira de Dios contra el pecado, todos estaríamos irremisiblemente encaminados al juicio y la condenación eterna.

Pero el Señor utilizó esta ilustración para enseñarnos, además de la necesidad de Su muerte, al menos dos cosas más:

1º. “El que aborrece su vida”: El medio de Salvación.

(Juan 12:25) “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.”

El Señor Jesucristo presenta aquí la Salvación como una decisión trascendental: Jesús y la vida eterna o el mundo y sus placeres temporales.

Si en el verso anterior el grano de trigo era una referencia al Señor Jesús, ahora es una referencia a cada uno de nosotros. La vida es como un grano de trigo y tenemos que decidir qué hacemos con ella:

Podemos “amarla”, en el sentido de retenerla para nosotros, viviendo conforme a nuestros criterios, detrás de las metas y los placeres de este mundo, incluso con cierta dosis de religión, y despreciar la voz del evangelio.

Pero esto sería actuar como el labrador que no quiere sembrar su trigo. Poco a poco se va gastando hasta que al final queda sin nada. Y ¿Cuál será la consecuencia de esta decisión? No solo que llegaremos al final habiendo vivido más o menos intensamente, según las circunstancias de cada uno, para enfrentarse a la eternidad vacíos, aferrados a cualquier filosofía o esperanza, sino lo que espera es el juicio y la condenación eterna.

Pero hay otra opción, podemos “aborrecerla”. No en el sentido de maltratar nuestros cuerpos u optar por un estilo de vida lúgubre, sufrido y apartado, como lo han entendido las religiones, esperando así conseguir el favor de Dios.

“Aborrecer” tiene que ver con reconocer nuestra condición de pecadores necesitados, y renunciando a nuestra sabiduría fuerzas –lo cual implica morir a nuestro yo- entregarla al Señor Jesús.

¿Las consecuencias de esta decisión? Experimentar el perdón y la nueva vida que Dios da, ahora y en la eternidad. Para el mundo ¡una locura! pero para Dios Vida Eterna,

Es curioso. Son muchas las personas que reconocen la verdad del Evangelio, que necesitan ser cambiados; de arreglar su eternidad, pues saben que la muerte llega sin avisar y no están preparados; y sin embargo se empeñan en retener sus vidas y no entregarla a Cristo.

Quizás porque piensan en las consecuencias sociales o familiares que esta decisión puede tener, quizás no quieren ver comprometidos su afán por los bienes materiales, por alcanzar metas humanas, o sencillamente renunciar a ciertos placeres de este mundo. No se dan cuenta que este retener finalmente les llevará a perderlo todo.

2º La vida en Cristo.

(Juan 12:26) “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.”

Unas palabras que se aplican a aquellos que piensan que entregar la vida a Cristo es “un desperdicio”, “perderla”, pero también a aquellos cristianos que necesitan un estímulo del Señor para perseverar en sus caminos.

No olvidemos que la vida con Cristo, aunque es una vida de gozo y una vida en esperanza, no está libre de oposición ni dificultades. Y no faltarán las voces que, señalando al mundo y sus luces brillantes nos dirán “mira lo que estás perdiendo”, “estás desperdiciando tu vida”.

Pero ahora el Señor nos invita a levantar la vista, poner en perspectiva cada cosa y mirar el beneficio de una vida entregada a Él:

“donde yo estuviere allí estará mi servidor” dice Jesús. Nuestro destino está indisolublemente unido a Cristo y aunque por un tiempo vivir para Cristo implique oposición y dificultad sabemos que, finalmente, estaremos “con el Señor para siempre”. Esto contrasta con el destino final de aquellos que han retenido sus vidas y no la entregaron a Jesús: (2ª Tes. 1:9) “…sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.

“…mi Padre le honrará”. Todos hemos oído hablar de los “Goyas” los “Oscar” los “Nobel”. Algunos de ellos son premios que se entregan en reconocimiento “de una trayectoria” o “a una vida dedicada a”. Normalmente las personas que los reciben se sienten recompensadas por las dificultades que han tenido en la vida. ¡Y cuánto honor si es alguien importante quien te lo entrega!

Pero ¿Qué son estos reconocimientos, que por otro lado son efímeros, cuando los comparamos con el que nos espera en el cielo? Dios mismo honrando a quienes en vida honraron a su Hijo. En comparación, el cristiano espera un reconocimiento y una honra mayor que la que puede dar el mundo.

Para terminar, y a modo de conclusión:

Nuestra vida es como un grano de trigo, pequeña e insignificante. Casi que se te escurre de la mano. Ahora tienes dos opciones, retenla para ti, y vive centrado en ti mismo y persiguiendo el placer y las metas de este mundo o siémbrala para Dios.

Estimado lector ¿Qué harás? Ya conoces las consecuencias de cada decisión.